Si leer una novela es la corona del ocio, el botín del tiempo robado a los deberes, el gozo que vence tanto a la prisa como a la tristeza, placer que remonta el marasmo y la inercia de los días para imponerse con la necesidad perentoria que solamente pueden llegar a tener, para nosotros, las demandas de los seres amados. Es porque leer es, ante todo, buscar placer y en tales búsquedas los caminos son variados, intrincados, riesgosos y, paradójicamente no plenamente gratos. Si la verdadera naturaleza del placer, sus poderes, fueran evidentes de forma inmediata los hombres vivirían existencias más sencillas y seguramente menos deseables. El ser un desafío, un secreto, un relámpago huidizo, una efímera floración, hace que el placer y el deseo se enfrasquen en complejas construcciones. Los seres humanos que hacen y leen libros, también los que cantan, danzan y miman historias, sagas, aventuras, se adentran a ciegas en complejos laberintos incitados por el ansia de placeres (¿de un placer?) que, sin que puedan sospechar cómo, ya los mueven. La Tejedora de Coronas es uno de estos laberintos, una construcción majestuosa, intrigante y sorpresiva en la que se combinan todos los tipos de placer que puede producir una narración.
¿En qué sentidos se la puede definir como una novela histórica? No es una pregunta para técnicos literarios, sino para lectores ociosos, es una pregunta por el placer, hay placeres que son propios de un género específico. A veces leemos en busca de tal placer y no de otros. La Tejedora despliega su carácter (y sus placeres) de novela histórica en una combinación que puede describirse según sus líneas argumentales o de los focos narrativos del libro. Resulta útil, para quien escribe con la intención de recomendar la lectura de la obra, dilucidar esas líneas o focos narrativos, tejerlos y destejerlos.
La voz que narra la historia (las historias) es la de una mujer, Genoveva Alcocer. Su nombre traduce, literalmente, “tejedora de coronas”. La vida de Genoveva está signada, rota, por el sitio de Cartagena de 1697 comandado por el Barón de Pointis, oficial de la armada francesa junto a una fuerza de piratas de Tortuga. La descripción del sitio y las secuelas que deja en Genoveva y en Cartagena misma (en sus cuerpos y en sus almas) es narrada durante todo el texto. Esta narración se ve interrumpida por múltiples movimientos hacia adelante y hacia atrás según los hechos y experiencias se evocan entre sí (a primera vista parecen cortes, discontinuidades, luego vamos notando la elaboración de las transiciones, muchas de ellas por evocación amorosa otras por un dolor, otras por un enigma). La vida de Genoveva se va componiendo con fragmentos de relato y variaciones de su voz que reflejan edades, pasiones, fuerzas o grados de lucidez.
¿Qué tono tiene la voz de Genoveva? El de la evocación, el de la confesión, tal vez estos se alternan, tal vez en un momento la voz de quien confiesa (no al director espiritual en silencio, no al diario o al confidente, sino al inquisidor, vamos descubriendo) se va volviendo la de quien experimenta los hechos en presente, a veces se dirige al fiel Bernabé. Genoveva se refiere a su cuerpo, a sus cualidades y a sus cambios en un lapso que incluye todas las transformaciones que vienen con la edad. La percepción de su cuerpo y su deseo marca los períodos de su vida y de su actividad sexual y sentimental, el modo en que estos coinciden con sus amoríos, con los cambios políticos en Francia y en el Imperio Español, en Inglaterra y en América del Norte. Al mismo tiempo, estos cambios del cuerpo se asocian también con lecturas y descubrimientos. La historia de la Ilustración (europea, ibérica, americana, caribeña) está inscrita en su cuerpo. No enumeraré aquí los cambios, los eventos o los personajes de forma exhaustiva, la secuencia de este recuento la dicta la huella afectiva del texto en mi memoria.
Nos encontramos con una mujer joven que ha recibido una educación tan cosmopolita y actualizada como le es posible en su tiempo, condición sociopolítica y geográfica – Uno podría criticarle a Espinosa su optimismo sobre las posibilidades de acceso de ciertos personajes a ciertos libros o adelantos tecnicos, pero sin cierta licencia en ese aspecto la novela no sería lo que es. Una mujer joven y con profundas inquietudes científicas cuyo padre (Emilio Alcocer) ha permitido, más que alentado, acceso a libros e instrumentos de ciencia. Una mujer joven cuyo primer amor es un astrónomo aficionado casi de la misma edad (Federico Goltar) quien ha descubierto un nuevo planeta que ha bautizado con el nombre de su amada. El aspecto de la personalidad, que aparece en primer plano, de Genoveva Alcocer es su despertar a la experiencia sexual. La novela muestra lúcidamente cada etapa de ese despertar, desde la inquietud por el propio cuerpo, el deseo del cuerpo del otro en la distancia, el encuentro con el cuerpo de otra mujer, la violación brutal (anunciada y evocada en primera instancia, luego descrita con enorme crueldad y profundas paradojas) la experiencia senadora del amor del leal esclavo, etc.
Con riesgo de anacronismo, una lectura en perspectiva de género podría hallar muchos aspectos criticables en el modo en que Genoveva refiere en primera persona sus experiencias, pero por liberada que esté en términos religiosos y políticos, se trata de una mujer del siglo XVII-XVIII.
Es posible que la condición de mujer violada y que ha perdido a su amor, primero por la locura y luego por la muerte, pone a Genoveva en un camino de exploración: búsqueda de ideas, de amores y de amantes que la llevarán a recorrer Europa, América y el Caribe del S. XVIII, participando de forma activa en el surgimiento y propagación del pensamiento y el movimiento político de la Ilustración. La vida amorosa se intercala con viajes y experiencias que, vamos descubriendo poco a poco, se superponen con actividades políticas secretas de una logia masónica con base en París.
El pensamiento iluminista tal como lo relatan las meditaciones y aventuras de Genoveva está constituido por múltiples fuentes que desafiarían las clasificaciones actuales, en él se conjugan ciencias físicas, matemáticas, técnicas como la óptica, la teoría y la práctica de la medicina, el espiritismo, la astrología, la botánica, la astronomía. Estas ideas se muestran muchas veces en contraste con las posturas religiosas católicas tradicionales que identifican lo hispánico en la novela, desde varios puntos de vista. Dominicos, inquisidores, frailes, jerarcas se superponen con la maraña burocrática y la organización política que producen una ciudad abandonada, simultáneamente, a la corrupción y a la pacatería. La vida de Genoveva se prolonga lo suficiente para que su regreso a Cartagena coincida con el reinado de Carlos III y los viajes de José Celestino Mutis.
Así, sus viajes se extienden desde la irrupción de Copérnico y Newton como quiebres de la ciencia que abren el horizonte del pensamiento europeo hasta su aceptación, por el monarca español, como “hipótesis” que puede ser enseñada en la cátedra universitaria . La revolución copernicana se observa, se comprende, se apropia y se expande en consecuencias de múltiples órdenes mientras Genoveva viaja por Europa en disparatadas y a veces inverosímiles circunstancias. De todas ellas, la que inclina la balanza de las adhesiones y el destino en general es su amorío con Voltaire que dura prácticamente toda la vida de ambos, transformándose en admiración intelectual, amistad, lealtad y veneración de su genio. Si hubiera que señalar una influencia intelectual, de visión del mundo en el propio Germán Espinosa la de Voltaire tendría que ser la principal, aunque la obra la pone en parangón con las grandes mentes de la Ilustración y de la filosofía moderna, la novela no cesa de celebrar el liderazgo de Voltaire en todos los ámbitos de la vida humana. Espinosa deja ver que el amor de su heroína por el pensador francés es su propio amor el mismo.
Genoveva pasa la mayor parte de su vida en el exilio, un largo exilio principalmente europeo que la lleva desde Marsella a París, a España, Alemania, los países nórdicos, Holanda, incluso a Roma en donde el encuentro con el Papa coincide con el encuentro con uno de sus fantasmas del pasado cartagenero. El viaje de regreso es tan apasionante como el propio exilio, una aventura neoyorquina junto a un periodista entusiasta y una visita al joven general George Washington, la experiencia del naufragio, un rescate en el que irrumpe un misterioso personaje con el gran nombre de Apolo Bolongongo quien conduce a Genoveva al encuentro con los maestros cabalistas del Caribe.
Finalmente, Genoveva regresa a la casa paterna, aunque debiéramos decir a Cartagena, la ciudad y sus transformaciones, sus heridas y reconstrucciones es una gran protagonista de esta obra. El retorno es ocasión para narrar varias décadas de cambios en los principales edificios y fortificaciones, para advertir en ellos el nuevo espíritu de la monarquía española, la nueva posición general de la ciudad en el imperio. Las huellas de la inquisición permanecen pero algo en el espíritu general ha cambiado, tanto como el cuerpo y la mente de Genoveva.
En su casa paterna, Genoveva tendrá la oportunidad de encontrarse con un fantasma, un fantasma que la ha visitado, con varios rostros, varias veces en la vida. Esta mujer que ha librado batallas por la ciencia y la razón se enfrenta a un fantasma con el que tiene que reconciliarse o del que tiene que despedirse. Genoveva ha contado con la existencia del ámbito espectral de la realidad a lo largo de toda su vida y ha mantenido una conversación con los que en él aparecen, sin embargo, los conjuros con los que enfrenta esas presencias están lejos de ser los que la magia le propone. El mundo de los Ilustrados está muy lejos de ser un mundo netamente material, como pretenden, tampoco es el mundo secular y libre de superstición que ansían, es un mundo en tensión en el que los iluminados tienen la sensación de estar librando una batalla constante en pos de un tiempo nuevo. Esa batalla se libra, también, en los límites del misterio.
Genoveva ha vivido en su propia mente tanto como ha recorrido el mundo, la mente de una gran lectora está tan poblada de presencias como la un caserón embrujado. Las presencias fantasmales se resuelven como pliegues de la mente y su capacidad de narrar, de recuperar la propia historia. La Tejedora nos muestra que los fantasmas no son un asunto sobrenatural, son aquello con lo que lidiamos en la literatura, el pensamiento, la ciencia y la imaginación. En un momento dado, el lector es llevado a dudar tanto como duda la narradora si esta voz le pertenece o si es la voz de otra. Podría tratarse de la Bruja de San Antero, una presencia que la ha acompañado durante todo su cautiverio. Todo lo que hemos leído puede ser una confesión durante la cual Genoveva se ha ido disolviendo y su presencia se manifiesta en otros rostros.
Un universo como el ilustrado, tanto más cuanto ha incorporado las voces del Caribe y de la hispanidad, es llevado en esta aventura a enfrentar las fuerzas del cambio, una larga gestación dará los frutos de un nuevo tiempo que se anuncia. El libro se balancea entre varias versiones de lo propio y lo ajeno: propio es el calor y el sol y el desorden, propia la exuberancia y la sensualidad, propio es, en resumen, lo primordial que está en este lado del mar, ajeno lo soñado y anhelado, reinos de razón y orden y ciencia y progreso, lo que nos espera al otro lado de la travesía. Sin embargo, apropiadas las luces y los discursos, las luchas políticas y las intrigas, propias las luces y la libertad ¿qué tan ajeno es ahora el futuro y lo posible que se abre en la ciudad cuya impronta jamás abandonó nuestro lenguaje? De regreso lo propio y lo ajeno se han confundido, tal vez, para dejar claro que nada nos pertenece del todo, o bien que ambos mundos en las dos orillas del mar no son sino el mismo y que se fertilizan mutuamente, que no pueden concebirse separados. Esta imbricación, no necesariamente venturosa, se anuncia en la insinuación de que Isidore Ducasse será hijo de una cartagenera en el exilio.
La gestación de las luces no atañe solamente a Europa, el nuevo tiempo que se anuncia implica, una vez más, la inclusión de todos en una aventura, aunque en ella se intente abandonar la iglesia y sus instituciones, sus mitos y sus liturgias, sus poderes y sus injusticias, sus cárceles y sus verdugos. Aunque se anuncien nuevos tiempos para el hombre y la razón, ese nuevo tiempo se celebra cuando “con los semblantes de los hombres habidos y por haber habrá de integrarse, al final de los tiempos, el verdadero rostro de Dios”.