Sobre Historia oficial del amor de Ricardo Silva Romero

Comencé la novela cuando el año se estaba acabando y la terminé cuando comenzó el nuevo. Silva Romero arranca su novela por el final: el final feliz de sus padres amándose y la familia toda ejerciendo su amor, completa. El papá, la mamá, el hermano mayor, el hermano menor, sus parejas, sus hijos, en presente y en ejercicio. Luego se va remontando episodio por episodio hasta los primeros rastros de la vida del abuelo paterno, la abuela paterna, el abuelo materno y de la abuela materna. ¿Qué se sentirá convertir a los abuelos en personajes de ficción, imaginarlos en un mundo que nunca compartimos con ellos?

Esta historia se entrelaza, además, con la historia del país que toca a todas las familias y a muchas las interpela y a algunas, como a la suya, les da varias oportunidades de hablar, de actuar, de opinar y de intervenir en lo que nos concierne a todos. Para contar la historia del amor hay que contar la historia del país y viceversa. El país se atraviesa en la vida y nuestra forma de lidiar con él determina nuestro destino.

Los personajes de la novela se enfrentan, como cualquier ciudadano, de forma prácticamente cotidiana a la pregunta ¿será que nos vamos de aquí? En todas las formas que ese interrogante va tomando a lo largo de los años. Vamos viéndole los dientes a la realidad y ante cada prueba renovamos por un día más la decisión de no abandonar. Incluso yo que escribo esto en Ciudad de Panamá me doy cuenta de que irse de Colombia no es solamente poner el cuerpo fuera de sus fronteras sino sacar el alma de esa extraña entidad que conforman los compatriotas, el paisaje, su historia, sus desgracias y sus sabores. Irse no es tan fácil como decidir irse e incluso eso es difícil. Pero la pregunta no dejamos de plantearla. Ser colombiano es preguntarse si ya es hora de dejar de serlo. Es bueno saber que nos pasa a todos.

El relato de Ricardo Silva Romero va del inicio del siglo XXI al inicio del siglo XX, en reversa, remontándose de las tensiones que antecedieron a la negociación con las Farc hasta los debates sobre la personería jurídica de las logias masónicas promovidos y protagonizados por Laureano Gómez. Eso implica contar la saga de su mamá que, en el momento más difícil, tuvo la fuerza de carácter para proponer la extradición por vía administrativa cuando trabajaba en la presidencia de Virgilio Barco; narrar desde un ángulo muy especial lo que significó la toma del palacio de justicia y las historias que condujeron a esa situación. La vida de su mamá, la de sus tíos y la de su abuelo tocada y afectada por la política desde el principio de los tiempos, paso a paso.

Entiende uno cómo llegan la mamás a pedirle a cada hijo que por lo que más quiera no se meta en política y, sin embargo, no dejamos de pensar en la política un solo día aunque no lleguemos a postularnos como candidatos a nada nunca. Porque de Colombia hay que hablar y por Colombia hay que preocuparse. 

Silva Romero nos cuenta la historia de ese gran hombre que fue su padre, maestro genial de física que tenía un talento tremendo para leer el Tarot y las líneas de la mano. Cómo se hizo ese maestro y cómo llego a serlo para tantos por generaciones y generaciones de gente que aprendió de él siempre maravillada. Mi hermano Daniel incluido.

Los dos padres venían de familias rotas de alguna manera y construyeron una que no se rompiera y que navegara la historia impulsada por la certeza del amor. Siempre a punto de ceder a la extraña tentación de rezar, repite Ricardo Silva Romero como un estribillo de la novela. Porque en esa situación están también los colombianos, o parte de ellos. Tal vez este país se compone de ciudadanos que rezan y ciudadanos que están a punto de ceder a la tentación de rezar. Los que son capaces de mirar esta tentación a los ojos y meditar un poco sobre lo que implica en cada caso son, a la larga, favorecidos con cierto tipo de epifanías. Los colombianos nos podemos reconocer en ese coqueteo entre la fe y el escepticismo en el fondo del cual hay una plegaria callada porque nuestros seres queridos estén bien y sigan en el mundo un día más y otro y otro más.  

La literatura, finalmente, es también un rasgo de nacionalidad. Algo en el ejercicio de la ciudadanía colombiana pasa por narrar, ensayar o poetizar lo que significa pasar la vida en Colombia, conjurar el pasado y hacerse cargo de los ancestros y sus herencias, las deudas de la sangre y las venganzas que suspende el olvido. Todos deberíamos, sería bueno, contarnos las historias de familia unos a otros, preguntar a los tíos y a los abuelos, a los amigos [qué grandes homenajes a la amistad contiene también esta novela] y a los archivos compartidos que cada vez son más, preguntar por la heridas que cargamos y por lo que ocurría en esos días en que aprendimos a sentir miedo y/o a tener fe. 

El lector de esta novela se siente invitado a preguntar por su propio pasado. El lector convive con la voz del narrador y le cuenta en silencio que “yo me acuerdo de ese día, cuando mataron a Galán y todo lo que vino después…” Uno revisa su posición y lo que ha opinado sobre ciertos personajes desde que aprendió a admirarlos, o a detestarlos, en la casa de las familias de las que heredó su filiación política de partida. ¿Qué he pensado de Gaitán y cómo ha cambiado esa idea con el tiempo y la lectura? ¿Qué sentían mis padres por Rojas Pinilla o por los Lleras? ¿Qué lugar ocupa Laureano en el relato familiar? Las familias crecían tomando posiciones y decretando odios y amores. La narración y la conversación en torno a ella puede sorprendernos y modificar en algo lo que entendemos. La historia de cómo hemos llegado a ser lo que somos pasa por las historia de nuestras pasiones políticas y la relación que tienen con los hechos y con la forma que tenemos de narrarlos. Narrarnos la historia nos da cierta potestad sobre lo trágico y lo cómico de nuestra memoria.

La ciudadanía también es literaria, es íntima, es memoriosa y es política – en esa forma que prefieren las mamás, al menos. Gracias Ricardo Silva Romero por ese trabajo de literatura, de historia y de amor.