Habla muy bien del arte de este autor que uno como lector quede extenuado tras la lectura de esta obra. No cansado de leer ni disgustado por la obra. Mi agotamiento está en el ámbito de las pasiones que produjo en mi la historia de una expedición enorme, titánica, absurda, al rededor del mundo y el esfuerzo de su cronista. He acompañado en mi mente a estos expedicionarios y he prestado toda mi atención a su cronista durante las últimas semanas de mi vida, no ha sido fácil pero me alegro de no haber desistido. En el caso de esta novela abandonarla en algún punto pudo ser también un testimonio del talento del novelista. Un lector desertor puede ser, en este caso, un marinero más que se pierde en alta mar o uno que decide quedarse en una playa desierta convencido de haber llegado a su destino. Seguramente la mayoría de los lectores continúan, algunos como espectros, otros porque enloquecen seducidos por los encantos de una prosa burlona y descarada que, para estos, hace imposible desertar.
Los lectores podemos comportarnos como personajes de la novela que leemos, adoptamos sus gestos y sufrimos sus trabajos, nos enfermamos con sus males y morimos sus muertes, todas ellas.
No se nada sobre este autor que acaba de seducirme profundamente. Las páginas de internet en las que figura su nombre dicen muy poco sobre su vida y sus obras que también son muy pocas. No necesitaba escribir mucho más después de un libro como este. Recuerdo su éxito y los buenos comentarios hace más de treinta años cuando obtuvo el premio Casa de las Américas. El título se quedó conmigo desde entonces, sólo gracias a la reaparición de un ejemplar en Sanlibrario libros pude, muchos años más tarde, saciar mi curiosidad. Una vez más Alvaro Castillo hizo su magia.
Escribo para dejar constancia de mi conmoción, para concretar algunas ideas sobre las características que más admiré de la novela y para sugerir que quien se cruce con ella le de, si puede, una oportunidad que merece realmente. Es un libro grande que habiendo estado en su momento en el centro de la escena literaria no debe olvidarse nunca.
El narrador le habla a su majestad Carlos V, el lector ocupa así, el puesto del rey y ¿quién puede hablar a un rey con plena libertad? Nadie tiene las licencias de un bufón. Juanillo Ponce presenta su crónica de la expedición al Maluco, la isla de las especias, al rey con una finalidad muy clara: pedirle que le devuelva la pensión que se le ha negado. Aunque su nombre no aparece en los registros, Juanillo relata a Don Carlos toda la verdad de las penas y trabajos de la expedición. La relación entre el rey y el bufón, entre el lector y el narrador sigue la línea del relato principal pero entre tanto explora múltiples posibilidades alternas, el bufón miente y bromea y con ello encanta al lector, al rey y a los personajes con los que interactúa. Cercano al poder, el bufón conoce los secretos motivos de las acciones que deciden el destino de muchos. El bufón es testigo de cómo el viaje se hace cada vez más difícil y la situación de quienes lo conducen más delirante.
El bufón juega con su imaginación y con la de los marinos, les habla de su hogar sin conocerlo, de las mujeres y los hijos que les aguarda, sin saber si viven o mueren, imagina al rey en su retiro. El autor experimenta con las funciones de las diversas voces y los distintos planos en que la ficción se articula poderosamente con la vida. Desde el ensueño al rumor, de la ilusión al delirio. Las historias que contamos, que asumimos, que intercambiamos, explican nuestras vida y nuestra acciones. La novela desarrolla múltiples ejemplos de historias que no pierden su poder por mostrarse como ficciones, antes bien, se fortalecen por ello.
La novela demuestra un conocimiento profundo del mundo español y portugués del siglo XVI, un conocimiento que se puede volver humor, ironía y que se demuestra en la producción de una historia verosímil y convincente al interior de la cual germinan muchas otras que lo son igualmente. Un mundo de ficciones posibles que se niegan unas a otras compitiendo por la sanción real de forma descarada, con el desparpajo de quien cuenta la historia que tiene que contar más allá de lo que pueda conseguir con ella.
La novela es un relato del mar, de los hombres de mar y su saber, de las naves y su carácter de seres vivientes, de los vientos y las calmas, de los climas y de los colores, de las aves y los peces, la vegetación de las costas y las playas desiertas. Recorremos la costa de Africa, la del Brasil, la del cono Sur hasta encontrar el Estrecho y llegar al Pacífico y alcanzar lo que serán las Filipinas, donde se hallan las especias.
Pero no se trata de los destinos ni de llegar, sino de lo que ocurre para que tales travesías sean posibles, los viajes son sobre todo pruebas que la empresa le pone a la razón humana, a la imaginación, a los sentimientos. La novela nos habla de hambre y enfermedad, de dolor y desaliento, pero también de la mezcla de absurdo y locura que lleva a los marinos a seguir navegando, navegan en la ilusión, en las palabras y en la imaginación, tanto como en el mar.
Mi ejemplar de Maluco, maltratado también por una travesía marina.
