Por fin El Quijote

Soy otro lector de El Quijote, sí escribo para recordar y para celebrar que pasados los 54 años leí completo El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha o Don Quijote de la Mancha, como lo llaman los editores. No me importa confesar que me tomó tanto tiempo decidirme a hacerlo y lograrlo. Pensé que no iba a poder leerlo completo, que me iba a rendir por la necesidad constante del diccionario y de repetir la página o por no poder imaginar otros tiempos y situaciones, que la lengua me iba a parecer ajena. Pero todo eso lo pensé antes, en los años en que miraba los tomos verdes de la colección Clásicos Jackson de la biblioteca de mis abuelos, esos dos tomos verdes que ahora están en Bogotá y que le mostré a Úrsula al inicio de la pandemia. Tuve que dejarlos con el resto de la biblioteca al venir al istmo donde la humedad los habría liquidado. Leí El Quijote en formato electrónico en mi iPad y no tuvo menos efecto por esa razón. Todos mis prejuicios sobre mi propia incapacidad para leer (y leerlo) se desvanecieron prácticamente en la segunda página.

Sí, hay muchas cosas raras y a veces da la impresión de que hay que ser un erudito de la Real Academia para entender, pero no, no es más difícil que ningún otro de los libros buenos que uno, por algún motivo, sí cree poder leer. Cuando menos lo espera el melindroso lector contemporáneo, la seducción hace que ponga más atención a los detalles y, de pronto, uno descubre que lo que más hace El Quijote es pasar cuidadosamente su atención por la vida de la lengua que hablamos, recorrer y gustar sus niveles y sus posibilidades. Con El Quijote volvemos a pasar por un paisaje que no sabíamos que era un paisaje conocido. Ese libro que parecía ajeno es profundamente propio y leerlo es una especie de anámnesis, una práctica del recuerdo. Ya había estado aquí, el libro ya habitaba mi mente, innumerables referencias y evocaciones, imágenes de los personajes. El libro lleva siglos saliendo de sí para poblar el mundo, no solamente el mundo de los hispanohablantes.

Esa impresión de hallarse en casa hace que el recorrido por el libro sea gozoso incluso al encontrar alguna dificultad, cuando hay que volver y entonar o cuando hay que buscar en el diccionario. Junto al encuentro con lo propio aparece el sentido de asombro ante lo extraño, dimensiones que la lengua no había tenido para mi hasta ahora, elementos de la cultura que creía propia sin haber meditado sobre ellos. El Quijote seduce la atención y enseña a distinguir matices. Para los latinoamericanos no es fácil imaginar cómo era el hogar que abandonaron los conquistadores, los indianos y los colonizadores para venir. Las menciones del mundo al otro (nuestro) lado del atlántico no son muchas pero son suficientes para ubicarnos y comprender que el mundo de Cervantes y del Quijote se creó de tal forma a consecuencia del choque o encuentro entre España y América. Una España naciente y una América con una vida milenaria serían narradas desde entonces atribuyendo la novedad a América y la antigüedad de generaciones y generaciones a España, primer rostro de Europa para muchos de este lado del mar.

El mundo de Cervantes limita con la consolidación de la reconquista y la unificación, se reconoce entrelazado con la vida de los musulmanes que debían transmutarse o marcharse, destino que los judíos (que aparecen menos y de forma menos explícita que los moros) habían tomado también. Los reyes y su reino están allí, en el fondo y muy lejos, la palabra más frecuente para hablar de política es, sin embargo república. Obviamente se refiere a lo común y al estado, pero que se use el término le da una dignidad y una preeminencia a la sociedad sobre el gobierno. El Quijote despliega escenas de una vida libre sobre un trasfondo de costumbres y hábitos, las instituciones están allí pero no necesitan asomar la cara. La sociedad está dividida y jerarquizada, los oficios y los bienes distribuidos entre ricos y pobres. Hay personajes ricos, la palabra se añade a su nombre, hay pobres, hay villanos y hay canallas. Hay individuos que transitan por la escala social, como Don Quijote y Sancho, y los hay que ocupan una posición determinada como si eso definiera su vida. No hay ciudadanos aún, hay súbditos y fieles. Sancho no deja de usar la expresión cristiano viejo como un sinónimo de “persona de bien”, se trata de vivir en un reino cristiano, entonces. Estas personas lo proclaman tanto que es inevitable sospechar que se trata de cristianos nuevos: musulmanes y judíos que no encontraron cómo irse de España y tuvieron que convertirse u ocultarse para quedarse y criar su descendencia.

En El Quijote muchas historias, pequeñas novelas, se entrelazan con las andanzas de Don Quijote y Sancho, las historias de los pastores y pastoras, que siempre son otros disfrazados, jovenes bellos que podrían ser damas y damas que podrían ser muchachos. Burgueses que se engañan y se traicionan, o que se pierden y se encuentran, finales felices en la mayoría de los casos. Historias de campo y de ciudad, ironía con los géneros literarios. De los sonetos con sonetos y de lo bucólico con historias bucólicas.

Hay mucho saber literario que va mucho más allá del conocimiento erudito e igualmente irónico de las historias de caballerías, defendidas por la voz de Don Quijote, juzgadas y censuradas por sus amigos el cura y el barbero. También hay letras de académicos, latines sobre todo y algunos griegos. Parecen convivir escolásticos con humanistas y se celebra a los universitarios en la figura de Sansón Carrasco. Algún eclesiástico muy versado en poética clásica y en los nuevos usos repasa las ideas de Platón y Aristóteles sobre las relaciones entre la poesía y la verdad desde el punto de vista de la conveniencia política. Si bien hay en el pasaje un tono irónico permanente, todo lo que se lee es hondo e interesante; dice mucho sobre el ambiente intelectual en que se formaron esas figuras grandes y legendarias de la lengua y que la educación moderna de los latinoamericanos no insiste mucho en conocer. Hay diversión para filósofos y científicos, para abogados y para médicos, para guerreros y lectores. La tensión entre las letras y las armas como modos de vida es permanente, el lector puede ser persuadido por la defensa de unas y luego por el elogio de las otras con mucha facilidad en varias ocasiones.

De los modos de vida se encuentran muchas descripciones, especialmente del propio de los caballeros y el de los pastores, el de los campesinos y el de los hidalgos, el de los eclesiásticos y los guerreros. Cada uno tiene su hábitos y sus costumbres, sus medios y sus metas, la elocuencia de Cervantes dibuja con abundancia de detalles los arquetipos de una sociedad que tiene tanto de imaginada como de vivida. Sus personajes son versiones singulares de cada arquetipo y sus acciones obedecen a lo que la sociedad espera de ellos. De todos esos modos de vida el de Caballero Andante llama la atención porque la obra es una serie de ejercicios de re-significación de la idea de la caballería.

La gloria le viene a Don Quijote de su insensatez y de lo ameno que resulta contemplarla; Sancho participa de esa gloria por lo graciosos que resultan sus comentarios plagados de refranes, sus sentencias tenidas por disparates. La fama de Don Quijote, aparentemente, proviene del carácter afable que mostró siempre con su prójimo y, principalmente, por lo inofensivo que resulta en muchas ocasiones. Don Quijote lo enfrenta todo con la mayor determinación, su valentía es inquebrantable, tanto que en la segunda parte pasa de ser “el caballero de la triste figura”, a ser “el caballero de los leones”, refrenda su valentía enfrentándose a lo desconocido y sosteniendo mil veces su nexo con los antiguos caballeros ¿Es la valentía la virtud que define a Don Quijote? No lo sé, pero recuerdo que me pareció bastante frecuente la distinción entre la valentía y la temeridad. Otras virtudes como la sabiduría o la moderación parecen menos importantes aunque están presentes, incluso en el ámbito de la locura.

La locura en El Quijote no equivale a la locura de Don Quijote. La locura es un tema y un motivo en toda la obra, tiene una entrada en escena y una salida. La locura es la premisa de la existencia de Don Quijote. Don Quijote le ocurre a Alonso Quijano, hasta que deja de ocurrirle y con ello concluye también la historia. Sin embargo, siempre está claro que hay una existencia anterior y una posterior a la locura, Alonso Quijano tiene un lugar en el mundo y lo tendrá también en la memoria de su familia y sus vecinos.

La entrada en escena de Don Quijote tiene una condición distinta y una relación distinta con el tiempo y el espacio. La locura crea a Don Quijote cuando Alonso Quijano se consagra a la vida de caballero andante, con esa decisión viene un nombre y un ajuar, un hábito, un caballo, las armas. Pero sobre todo con la caballería andante vienen los relatos. Esos mismos que le secaron el seso se convierten en destino futuro y en explicación del mundo, en razones para actuar, en signos para leer el mundo y las personas, el paisaje y los objetos, los sonidos y los colores.

Don Quijote se declara, proclama su voluntad, se presenta, se ofrece -llamativos actos de habla- a las damas desde el primer encuentro en la venta y en cada etapa de su camino a los que cree desdichados u ofendidos, a los menesterosos y maltratados del mundo. El caballero es una imagen armada del cristiano, pobre, casto, frugal, es verdad, pero ansioso de gloria y reconocimiento.

Don Quijote habla de sí mismo con superlativos con enorme frecuencia, desde aquello de la flor de la caballería en adelante. Don Quijote tiene una extraña humildad y una conciencia muy clara de la jerarquía social, de su nobleza y de los honores que le son debidos. Estas dignidades y todos los comportamientos que prescriben hacen parte de su locura y complementan sus relatos.

Las historias y, sobre todo, los tipos de sucesos y aventuras, de los caballeros andantes son una especie de libreto que prescribe no solamente los actos de Don Quijote sino la comprensión de las situaciones. Su locura tiene reglas y por eso puede ser comprendida por otros, según sus reglas internas y también como un orden del todo separado del convencional común.

Sancho es el primero en comprender esto y se entrena en jugar con esas reglas y en caminar de ida y vuelta entre la sensatez común y la locura de su amo, pero este ir y venir le va dejando más del lado de su amo que del de los demás. Aunque invente mentiras que complementan el libreto de su amo, que juegan deliberadamente con sus reglas. Sancho participa en todos los juegos y les apuesta su tiempo, su salud y su fortuna, Sancho se apropia de los sueños de Don Quijote y se convierte en Escudero de tanto mediar entre su amo y el mundo, su paso por el gobierno de la ínsula es una de sus últimas apuestas; pero las exigencias de esa posición lo superan y la abandona, sin dejar de creer que fue gobernador.

Así como Sancho juega con las reglas de Don Quijote, sus amigos también lo hacen y le acompañan y entran y salen varias veces de los escenarios e historias que Don Quijote ya no compone solo. Don Quijote invita a otros a su locura y se hace acompañar, hay que decirlo así, casi con dulzura, en sus andanzas. El Quijote asume la literatura y hace que sus lectores también lo hagan, siempre lo acompañamos y somos Sancho, cabalgamos a su lado. Podríamos decir que se trata de imaginación, pero ese es un término en exceso psicológico para una situación tan poética, se trata del encantamiento.

El encantamiento es un recurso narrativo de las historias de caballería que Don Quijote tiene muy claro: se trata de un artefacto (una máquina), un artefacto causal. En ciertos momentos Don Quijote nota una divergencia entre la aventura tal como se la imagina y la situación en la que se encuentra, cuando esto ocurre se figura que las cosas ocurren de tal manera por encantamiento. Es decir, su percepción y la de Sancho le parecen ser de tal forma porque cierto hechicero tiene el poder de hacérselas percibir de esa forma; ese hechicero puede ser un enemigo y tener un motivo y esto explica que vea lo que ve y que no vea su situación en los términos de la aventura que imagina.

Para Don Quijote, el encantamiento da razón de los hechos tal como se le presentan a él mismo, de cómo se le presentan a los demás, de la diferencia entre una experiencia y la otra, de por qué y cómo ocurren cosas maravillosas o funestas pero siempre extraordinarias. El encantamiento es un estado provocado por un mago o hechicero, que hace (i) que las cosas nos parezcan distintas a lo que son y (ii) que ocurran eventos fuera de lo habitual. El encantamiento puede ser engaño o ilusión, puede afectarnos a todos profundamente, pero Don Quijote está atento, él sabe o dice saber, no solamente cúando estamos encantados sino quién nos ha encantado y cuales son sus razones.

Qué rápido se forma un nosotros cuando leemos El Quijote, es casi inevitable sentir que vamos a su lado y que compartimos su suerte. A nosotros también nos encantan y engañan.

Con el encantamiento, el lector del Quijote que ha leído a su contemporáneo Descartes, piensa en cada ocasión en el Genio Maligno, uno de los experimentos mentales más poderosos de la filosofía. Descartes nos invita a imaginar que un hechicero muy poderoso hace que nos equivoquemos incluso cuando creemos pensar lo más verdadero. La meditación que conduce a Descartes a explicar que no nos engañamos cuando pensamos ideas claras y distintas es parte esencial de su duda metódica, la afirmación de la subjetividad y la fundación de la modernidad. El encantamiento en el Quijote cumple funciones similares. La entrada y la salida de la locura se complementan con el descubrimiento y la incorporación del encantamiento en el relato de la vida propia y la de sus acompañantes. El juego del relato compartido por otros es el camino que conduce a Don Quijote, tristemente, de vuelta a la vida (y la muerte) de Alonso Quijano.

Cuando Don Quijote realiza su salida en la segunda parte de la obra, se encuentra con la fama de su propia historia y con los rumores que corren sobre su persona, con las falsedades que un autor ha publicado en una versión apócrifa de sus aventuras. Don Quijote debe enfrentar las diferencias entre la locura y la razón, entre el encantamiento y el mundo real, entre la ficción y la realidad. Pero, ¿Qué es la realidad de su propia historia si esta solamente es posible por locura de la caballería andante? Tal vez no haya propiamente una solución pero sí un camino, una ruta de aventuras que atraviesan el encantamiento y la locura hasta cierto encuentro con la sensatez, o cierta imagen de ella.

La segunda parte de la obra es la ocasión de que el encantamiento sea una manera en que los demás pueden participar de la vida de Don Quijote, jugar a su lado y divertirse con él y con Sancho. En situaciones similares Don Quijote recibe el reconocimiento de quienes ven valentía y nobleza en su locura, de quienes comprenden la dignidad de su perseverancia, los que aprecian el carácter noble de su determinación. Personajes como el Duque y la Duquesa dan a Don Quijote la oportunidad de continuar sus aventuras, resolver hasta cierto punto los encantamientos y disfrutar de muchos cuidados. Don Quijote continua su viaje hacia Barcelona donde le reconocen y le honran y, finalmente, se encuentra con un caballero que le reta y le derrota.

Así llegamos a otro artificio que permite a los demás participar de la locura y de las historias que componen un mundo o una nueva versión del mundo al conjugarse. El Bachiller Sansón Carrasco, nombre menos citado pero de crucial importancia, por momentos me parecía el alter-ego del propio Cervantes. Sansón Carrasco se convierte en caballero andante para poder desafiar a Don Quijote, este lo derrota en una ocasión, el bachiller lo vuelve a intentar y en la segunda oportunidad derrota a Don Quijote. La derrota impone nuevas condiciones o limites en el modo de vida de Don Quijote, al principio el lector percibe cierta tranquilidad en la situación. Don Quijote y Sancho se harán pastores, vivirán a la intemperie, a la que llegarán movidos por el desengaño. Este proyecto ya no se habrá de realizar, pues llega la escena de la muerte, como atravesada en medio de la vida, como ocurre siempre.

La muerte de Don Quijote es también, o por lo menos hasta cierto punto, la muerte de Alonso Quijano El Bueno. Las acciones y los rituales de esos días, el complejo acto de morir, es una reconciliación. La locura está llegando a su final, Don Quijote se comporta durante algunos días de manera distinta. Esa transformación sorprende y acongoja a los otros. 

Para Don Quijote el mundo de la caballería, el mundo de su delirio, comienza a resquebrajarse desde que El Caballero de la blanca luna lo derrotara en la playa de Barcelona. Don Quijote convalece por varios días pero el golpe de su caída no es lo único que le duele. Ser vencido, sostener hasta el final la supremacía de la belleza de Dulcinea del Toboso, estar ante la propia muerte, verse obligado a reposar por un año en casa abandonando las armas y la vida de caballero andante. El precio de su derrota es hacer una promesa que se hace según la ley de la caballería y que lo obliga a dejarla. Vencido, Don Quijote no abandona la locura inmediatamente, no se cura inmediatamente, sino que se imagina a sí mismo, a Sancho y a sus amigos viviendo todos juntos ya no una vida esforzada y heroica sino la vida sencilla y feliz de los pastores. Junto a Sancho, concibe sus nuevos nombres, los de sus amadas, dispone la compra de un rebaño y de lo que sea menester para la vida pastoril que, por supuesto, también es una vida literaria. ¿Habrá leído Alonso Quijano muchos libros pastoriles?

Los pastores y pastoras, sus amores y sus penas y, sobre todo, los poemas y las canciones que los celebran, son parte de un género que ha aparecido con frecuencia en la obra. Cervantes, que ha jugado con el género pastoril, principalmente en la primera parte, muestra un amplio dominio de los elementos y preceptos del género y parece burlarse de sus lugares comunes, de sus costumbres y recurrencias, acaso sea este un recurso, un contraste, algo así como otra versión de la vida imaginada. Esto ocurre también con la novela de caballería y con algunas formas de poesía. Si bien esto ocurre en el libro como un todo y a varias voces, las discusiones poéticas y literarias tienen un lugar importante en el la obra, pero me parece que no son un fin en sí mismas. Yo no diría que la finalidad de El Quijote es discutir el género de la novela de caballería y exponer sus perniciosos efectos, como leí en la introducción de la edición de la rae. La censura y radical oposición a los libros de caballerías no es una discusión literaria, ni se trata de sus méritos o de sus problemas y errores, aunque estos temas se encuentren en la discusión.

El problema de las novelas de caballería está en sus efectos sobre el comportamiento de los que las leen: la locura de pensar que la caballería sea posible en este mundo. Ahora bien, decir que esta locura es una enfermedad y que la obra lo muestra en todas sus partes es cierto a medias y esa ambigüedad es una fortuna para los personajes que acompañan o que observan a Don Quijote y también para los lectores.

La obra muestra que la lectura lleva a Alonso Quijano a abrazar la vida posible de la caballería como una vida vivible. La locura consiste en la forma en que se somete a ella y cumple sus reglas y, sobre todo, la manera en que obliga a la realidad circundante a conformarse con ella. La locura se manifiesta en la forma en que los demás la comprenden. Así, Sancho se le asimila y llegan a compartir sus aventuras y ocurrencias quienes salen a su encuentro en las correrías.

Pero hay un bien en la locura de Don Quijote en la medida en que contemplar otra vida posible hace mejor o más llevadera la vida real, la vida vivida. El Bachiller Sansón Carrasco explica que asumió la identidad del Caballero de la banca luna para obligar a Don Quijote a dejar las armas y la caballería por un año y Don Antonio, que aprecia a Don Quijote y a Sancho tales como son, le recrimina pues la cordura de Don Quijote privaría a quienes se encuentren con él de muchas alegrías y entretenimiento. Estas alegrías no lo incluyen, de su locura disfrutan los otros.

Don Quijote abre una dimensión de la imaginación pero también se expone a la burla, la mayoría de las veces encuentra personas que le llevan la idea y juegan con asuntos en los que Don Quijote está dispuesto a arriesgar su vida. El episodio de los leones, por ejemplo (XVII Segunda parte). Hay quienes tienen el tiempo y los medios para construir y fabricar, si no un mundo por lo menos un escenario en el cual Don Quijote pueda realizar alguna de sus hazañas y luego “todos aquellos que de sus locuras tuviesen noticia” pueden ser afectados por ellas de alguna manera. 

Después del tránsito por la locura, Don Quijote y el lector descubren que la cordura es aceptar que la realidad es modesta. 

Cuando los demás logran compartir la posibilidad de la vida de caballero andante, con la salvedad de que esa posibilidad depende del juego o del encantamiento o de la imaginación o de cualquiera de las formas que tiene la locura misma, entonces, llegan a disfrutarla y este placer no señala, no apunta o insinúa solamente los placeres del humor y del absurdo sino los de la propia narración, del relato ficticio.

Bondad y alegría. Don Quijote y sus semejantes, el loco y los no-locos, han podido participar de tales placeres, han llegado a interactuar o simplemente se han limitado a asistir como espectadores. Este placer es también la señal de un mundo moral distinto, en el que todos se han permitido gozar de las ocurrencias de Don Quijote, seducidos por su bondad natural, una especie de simpleza o de ingenuidad, una diferencia fundamental con la malicia que rige como norma del mundo de los cuerdos. La bondad de Alonso Quijano, la que conocen, disfrutan y comparten y sobrellevan y toleran sus vecinos y amigos, sus allegadas como el Ama y su Sobrina, esa bondad la ignoran los desconocidos que Don Quijote y Sancho encuentran en sus salidas. Las vidas que han tocado, para ellas, Don Quijote es su locura y el placer y la bondad que muestra o que produce se completa o se cierra en el juego y el relato. No ocurre así en la vida de Alonso Quijano.

Lo que nos devuelve a la muerte de Don Quijote. Esta parte me dio trabajo porque me resultó y me resulta todavía muy difícil de digerir. He tenido que releer y observar detalladamente los últimos giros para comprender cómo llegó a ocurrir. No se si he logrado establecer el orden de las causas pero creo que sí tengo un poco más clara la secuencia de los eventos. El lector se precipita en el final y tiene muy poco espacio para el duelo, tal vez el duelo por el final sean todas estas notas y se prolonguen por un tiempo. 

La muerte de Don Quijote parece ocurrir en dos tiempos, la derrota y sus consecuencias y la enfermedad y reconciliación de Alonso Quijano con su sensatez, su vida de hidalgo y de vecino y, sobre todo, con su talante de Cristiano español. 

La transformación ha comenzado inadvertidamente cuando en LXVI se plantea a Sancho la pregunta sobre la carrera entre el gordo y el flaco tratando de encontrar lo que es justo en tal situación. Cuando han escuchado la sentencia de Sancho y ven alejarse a Don Quijote que se excusa, uno queda como discreto y el otro aún más. Los juzgan así por primera vez después de que hemos visto que los tomen por locos e insensatos o por fuente de ocurrencias y disparates. Algo similar ocurre en el encuentro con Tosilos. Sancho se queda a merendar y Don Quijote sigue lentamente el camino. Sancho lo alcanza tras haber defendido a su señor que “no debe nada a nadie y todo lo paga y más cuando la moneda es locura”. En ese punto Don Quijote, aunque arrastra la tristeza de su derrota, insiste en ver las cosas del mismo modo, Sancho señala la hondura de su locura ¿cómo llega entonces la transformación?

¿Cómo llega Don Quijote a la sensatez representada en su aceptación de ser Alonso Quijano, que los caballeros andantes no existen en el mundo y que las novelas de caballería resultan nocivas para sus lectores.?

No se trata simplemente de la metamorfosis del personaje: de que su disposición se modifique por los efectos de los hechos sobre su ánimo o sus emociones. Esto ocurre, pero también ocurre que el relato todo se pone en cuestión y se dirime o se decanta. La segunda parte de Don Quijote no deja de insistir en el carácter falso y espurio de una supuesta Segunda parte de Don Quijote de la Mancha firmada por un autor “aragonés que dice ser natural de Tordesillas” y que se puede distinguir claramente de la Verdadera Historia escrita por Cide Hamete Benengeli, autor de Don Quijote de la Mancha. 

Hay que considerar varios elementos pues la ficción y la fama, las historias que se cuentan y se han contado antes de los caballeros, del propio Don Quijote y Sancho Panza y sus hazañas se propagan y juegan como elementos de la trama misma, son elementos de la historia y vuelven sobre ella misma para transformarla. La fama de Don Quijote hace que personajes como el Duque y la Duquesa busquen participar en sus aventuras y cooperar para que el mundo externo alimente los encantamientos que Don Quijote dice que se ciernen sobre él.

Los Duques continuan y desarrollan el simulacro a sabiendas de que se trata de falsedades e ilusiones. Si los hechiceros encantan en la imaginación de Don Quijote, el Duque y la Duquesa ensamblan una máquina de ficciones deliberadas para disfrutar de la burla a Don Quijote y Sancho. Al encantamiento que configura el relato de Don Quijote sobre sí mismo el Duque y la Duquesa conectan la burla que componen gracias a una especie de máquina teatral y que da lugar a que la narración no solamente ponga en evidencia lo que separa a Don Quijote de la sensatez, la idea de mundo que los demás tienen en común, sino la forma en que esos otros comprenden su fantasía y tratan de complementarla. Pero mientras Don Quijote sostiene que las cosas son como las imagina, el Duque y la Duquesa y la mayoría de quienes al salir a su encuentro aceptaron tomarlo como un caballero andante, todos ellos saben que no es así y conciben mecanismos de engaño para hacer que lo que Don Quijote imagina siga el cauce que debe seguir, el de la imaginación y el encantamiento. El arte de la escenografía y cierta mímica o actuación prolongan la lógica del encantamiento, mostrando en el relato la construcción del simulacro que se requiere para llevarle la idea a Don Quijote. Cuando la tramoya reemplaza a la magia se construye la burla, uno de los modos en que las ocurrencias de Don Quijote y Sancho entretienen o agradan a su prójimo.

La burla, la tramoya y el relato son modos de articulación de los diferentes niveles del relato y componen el arco de la locura que se hace evidente cuando esos recursos reemplazan la explicación del encantamiento. A estos niveles deben sumarse los de la autoría de Cide Hamete Benengeli que permite imaginar una versión árabe de la historia y las peripecias de la traducción. Estos niveles son otros tantos recursos de la autoría de Cervantes y de las capas de ficción y de artes literarias en juego en El Quijote como un todo. 

El duque y la duquesa que habían sido determinantes en la acción de la primera parte,con voz y presencia pero también con maquinaciones e intrigas, en la segunda parte, sin embargo maquinan con maestría y no están menos presentes pero su voz y sus pensamientos aparecen menos.  Su despedida es cordial pero no encontramos una resolución nueva a su comprensión de Don Quijote, tal vez para ellos nada cambia en esta relación, han comprendido todo desde el principio. Es decir, el feliz contraste entre la locura de Don Quijote la mezcla de simplicidad y agudeza de Sancho, el lugar del encantamiento en la historia y cómo este abre el espacio del juego, la simulación, de la ensoñación, la fantasía y, sobre todo, el espacio de posibilidades de la escena. Siempre con mayor inclinación por la farsa y la comedia que por la seriedad y la tragedia.  

Altisidora es interesante, poco se habla de ella y resulta muy singular que Don Quijote haya tenido la oportunidad de tener algo así como una relación real con una persona existente que le ofrece su amor y cuidados en todos los tonos, en contraste con su desdén y la proclamación de su fidelidad al amor ideal y prometido a una creación de su imaginación. Este contraste es tan definitivo como los otros entre la opción caballeresca de Don Quijote y la vida simple de los demás. 

El amor de Don Quijote por Dulcinea es una condición de la caballería, la dama a quien dedica todos sus esfuerzos, el nombre que pronuncia y al que atribuye todas sus perfecciones, Don Quijote se compromete desde el principio con la devoción por la belleza suprema de Dulcinea del Toboso. Pero Dulcinea no existe, no como la dama que Don Quijote imagina y ama. Sancho encargado de entregarle un mensaje inventa que Dulcinea está encantada y esto crea toda una linea argumental en la obra pues una de las cosa que Don Quijote tendrá que arreglar o corregir es esto. La solución al encantamiento de Dulcinea es que su escudero se de tres mil azotes. Conocemos el poder redentor de los azotes de Sancho porque estos resucitan a Altisidora. Don Quijote va a convencer, a sobornar, para ser más exactos, a Sancho de que se de esos tres mil azotes. Sancho encuentra la forma de hacer creer a Don Quijote que lo hizo. Las condiciones se han cumplido, Dulcinea está libre de encantamiento pero Don Quijote nunca se encontrará con ella. Aceptarlo le va a dejar una herida mortal.

El encuentro con Alvaro Tarfe en la venta que Don Quijote toma por venta y no por castillo muestra que Don Quijote no está en la plenitud de sus fuerzas. Don Quijote conversa con este personaje cuyo nombre aparece en la espuria Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha, se le presenta como el verdadero Don Quijote y le presenta a Sancho Panza, de hecho, uno de los rasgos que distingue al verdadero Don Quijote es la habilidad de Sancho Panza de decir cosas graciosas. Sancho y Don Quijote suponen que Don Alvaro está encantado 

Con los agüeros Don Quijote enuncia, por lo menos, que no ha de ver a Dulcinea en el resto de su vida, se leía en el capítulo anterior que aunque la viera no tendría manera de reconocerla, de otra parte, al compartir con el cura y el bachiller la idea de abrazar la vida pastoril, queda claro que la cuestión es encontrar un nombre apropiado para la amada y hacer a este nombre el destinatario de los requiebros y poemas (y lo mismo aplica para los caballeros y la dedicación de sus hazañas y la declaración de sus amores).

Los acontecimientos que llevan a Don Quijote a retomar la cordura y, a volver a aceptarse como Alonso Quijano el bueno son de varios tipos, el texto no elige uno sobre los demás ni le atribuye una sola causa al fin de la locura, salvo la que nombra Don Quijote al despertar después de dormir seis días: la misericordia de Dios. Ser vencido le ha llevado a la melancolía, a la derrota se suma el saber que no verá en su vida a Dulcinea desencantada, lo menos grave es la renuncia a las armas que fácilmente podría cambiar por las prendas de pastor durante un año. Es desde la cordura y la piedad como encara la muerte, se confiesa y hace su testamento, abjura de su fe en las caballerías y condena sus lecturas y las obras, lamenta lo que sus acciones en esta condición causaron a otros, incluso en el autor de la falsa segunda parte, el nacido en Tordesillas.

El cierre de la obra tiene la misma complejidad que el regreso a la cordura de Don Quijote. Literariamente Don Quijote es siempre Don Quijote, su personaje: su nombre, su pensamiento, sus discursos,sus acciones y sus pensamientos, sus afectos por otros y lo de los otros por él son de Don Quijote. Incluso todos estos factores si se predican de Alonso Quijano el bueno están en función de Don Quijote. Es en este tipo de elementos que llama la atención el cuidado, la sencillez y la maestría con que las dos últimas páginas de la obra cierran el canon de sus aventuras, clausuran la posible resurrección del personaje y dirimen la cuestión de su autoría.

La pluma misma renuncia a nuevas tareas y la figura de Cide Hamete, el autor moro que escribió esta historia en árabe llega hasta aquí. La distancia que literariamente nos separa del autor que estamos leyendo traducido nos deja a distancia de Cervantes que ha peleado con los plagiadores por interpuesta persona y con los mismos recursos ha mostrado su arte y su pretensión de superioridad artística sobre sus contemporáneos.