Sobre “Lejos de Roma” de Pablo Montoya

lejos de romaEsta no es una reseña, es una invitación emocionada a leer una obra de cuyo valor estoy convencido, una novela valiosa, que puede ser gran compañía en las horas de silencio que puedan encontrarse en la temporada que se avecina. Saludo a un gran autor y agradezco por una bella obra, mi deseo es que sea leída (y varias veces reeditada)

En marzo de este año, unos meses antes de que le fuera otorgado el premio Rómulo Gallegos por su “Tríptico de la infamia” (3 de agosto de 2015) entré en Luvina libros, mi compadre Gustavo y yo queríamos comprarle libros de cumpleaños a Úrsula que inmediatamente se sintió en casa y se puso a curiosear. El librero, muy amable, indagó por los gustos literarios e inquietudes intelectuales de los adultos mientras la niña se tomaba su tiempo para elegir entre cientos de tesoros. Es muy agradable poderse sentar con los libros que te tientan en una librería. El librero se ausentó y volvió a aparecer con un ejemplar entre las manos, yo no conocía ni al autor ni la editorial (Sílaba Editores), pero el libro era bello, los elogios del librero y sobre todo la declaración de amor sincero por el autor y la obra me convencieron de llevarlo a casa. Ese día salimos con varios trofeos. La novela tuvo que esperar su turno en la repisa y tentarme paciente y cotidianamente con su presencia, su promesa de maravilla día tras día hasta que las obligaciones académicas le dieron su momento, así saltó un día al bolsillo y me acompañó pidiendo ya que llegara su ocasión para ser leída. No soy un lector voraz ni omnívoro ni compulsivo, soy lento, y el haber luchado con la dislexia en mi infancia y adolescencia me hacen dilatar los encuentros con libros que auguran ser contundentes. El momento llegó.

La novela pide ser leída en voz alta, su prosa tiene un ritmo preciso y musical, te hace desear escuchar las frases en el espacio en que te encuentras y no solamente en tu cabeza. Está escrita en breves capítulos, episodios, imágenes, ideas que alcanzan a desplegarse completamente en dos, máximo cuatro páginas. Esto es una bendición porque uno está obligado a respirar cuando llega el punto aparte, a meditar sobre lo que acaba de leer, a precisar las emociones que aún resuenan, mientras dura el punto aparte. Cada capítulo puede o debe (o invita a) ser leído de nuevo, marcando la puntuación y las consonantes, pronunciando los nombres, respirando. Esto quiere decir que la novela bien podría constar de cuarenta poemas y que todos ellos son momentos de encuentro con rotundas verdades sobre la condición humana o, lo que es lo mismo, efímeros resplandores de lucidez sobre la vida, tal como la entiende un hombre que ha sido obligado a abandonar el mundo que le era familiar con sus privilegios y sus certidumbres.

La novela puede ser cuarenta poemas, tal vez, porque en cada parte habla en primera persona un poeta, un poeta en el exilio. Publio Ovidio Nasón, va asumiendo lenta y penosamente su destierro de Roma por orden de Augusto, se va apropiando lenta y penosamente de la esquina del mundo a la que ha sido confinado. La voz del poeta se convierte en meditación sobre su condición, esto supone una transformación que se va haciendo cada vez más honda, una transformación que nos mostrará matices diversos de la experiencia de un hombre que tiene que volverse a conocer cuando pierde el mundo en el que estaba acostumbrado a moverse.

El gusto por la novela histórica es muy particular, tal vez sea lo que se llama un gusto adquirido, los lectores pueden gustar de encontrar novelada la erudición historiográfica, o pueden agradecer la experiencia pedagógica que implica la creación de voces y personajes que nos lleven a palpar desde diferentes perspectivas el espíritu de un tiempo, de una época. Se puede disfrutar que una historia pueda contarse en un tiempo ajeno (que siempre los son, en cierto sentido, los tiempos de la ficción) haciendo que los lugares y las lenguas lejanas y misteriosas emerjan en la imaginación. También podemos saborear que se nos sirvan vinos antiguos y venerados en copas nuevas y disfrutar que la nueva circunstancia justifique el material delicado con que se trabaja. Montoya logrará satisfacer al lector en general y al lector de novela histórica en particular que busca la novela histórica por cualquiera de los motivos que he postulado o por otro. Añadamos que el tema del naciente imperio, el reinado de Augusto y sus inmediatos sucesores ha sido tratado por las más grandes plumas del género. En esta comparación Montoya sale muy bien librado.

Tal vez se trate de ser un ciudadano Romano, pertenecer a la élite, haber gozado de fama y reconocimiento y de pronto caer en desgracia, ser obligado a retirarse en un confín del mundo en que pocos hablan correctamente la lengua latina. El exilio del poeta es completo cuando las voces que lo rodean vibran con lenguas extrañas o con sombras, evocaciones difíciles de la propia, esa condena al silencio le obliga a explorar otras dimensiones de su ser.

Tal vez no se trata de Roma sino del exilio, un mundo que el lector va conociendo al mismo tiempo que el personaje, que se rinde, que se acepta y solo entonces mira hacia lo perdido como quien encuentra algunas claridades entre las brumas. Las primeras secciones narran el modo en que el poeta se sumerge en la tristeza y el abandono, aquí el autor logra construir una forma de empatía con el exiliado a quien acompañamos en la más profunda forma de derrota, una que se afinca en su cuerpo, en sus sentidos, en su silencio.

Según notamos el fin del invierno (¿un invierno, muchos?), algunos gestos dan lugar al surgimiento de la palabra, formas de latín intercaladas con dialectos que el romano ignora, costumbres y hábitos que no le pertenecen van entrando en su mundo y dándole una nueva dimensión. Desde allí es posible comenzar a reflexionar cómo es que ha llegado a parar a este borde remoto del imperio. La tristeza da paso a una forma de lucidez que nunca alcanza a convertirse en esperanza. De la opción por el silencio pasamos a reflexiones sobre la poesía y su lugar en la vida. Ovidio ve sus propios dotes y sus propias vanidades, el valor que tuvo la retórica, los riesgos del Arte de amar, la jovialidad de las Metamorfosis, desde una nueva perspectiva. Lejos de sus lectores y de los usos cortesanos de la afectación y el ornamento, una nueva voz, una voz desconocida se abre paso entre la tristeza. Libros, lectores, bibliotecas, los amigos, evocados con amor y nostalgia. Espectros que pueblan la soledad dejando claro que es inevitable el abandono. Un último episodio de amor, de su imagen, de su ilusión de su evocación. Una última renuncia relatada desde la fruición del instante hasta la claridad de la despedida.

El lector colombiano no puede evitar preguntarse de tanto en tanto si no le están hablando de su propio tiempo y de sus conciudadanos. Una virtud de la novela histórica puede ser que permite reflexionar sobre el presente por contraposición con la forma en que otros hombres lidiaron con sus penas, conflictos y guerras. En el caso de nuestro país, la condición del expatriado, del que tiene que inventar una vida nueva lejos de su vida es, y será por mucho tiempo, un tema para el cual nuestro pensamiento debe nutrirse de las mejores y más bellas palabras.

Bogotá, 1 de diciembre de 2015

Un comentario sobre “Sobre “Lejos de Roma” de Pablo Montoya

  1. Lo recibí como regalo de navidad, y se fue conmigo de vacaciones a Boyacá. Es lo primero que leo de Pablo Montoya, y me encantó la sustancia que consigue con tan pocas palabras. Estoy de acuerdo con que es uno de esos libros que se aprecian más en voz alta, y me gustó mucho que se inspire en el firmamento y la naturaleza para sus descripciones.
    Un libro corto, que no requiere de conocimientos previos sobre la historia romana, y, que demuestra la trascendencia en el tiempo de los verdaderos dramas humanos, como el exilio.

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