El día en que llegó el libro por correo tuvo que esperar su turno, su tiempo, el ritual. Los libros valen como deseo, como petición, como pago, como envío, como espera, como cobertura, como epifanía también cuando quedan ahí, sobre la mesa, desnudos como su editor los trajo al mundo. Todas nuestras observaciones sobre ellos son pequeños placeres que vale la pena saborear.
La edición de Dos aguas de Esteban Duperly (Angosta, Medellín, 2018) (a mi me tocó la segunda reimpresión y eso me alegra) la edición, digo, es muy linda, todos los libros de Angosta lo son. Cuando este quedó ahí, azul y rectangular sobre la mesa se dejó ver un buen rato, revisados los detalles pude sentarme y darle mi tiempo, el primer capítulo (I de XIV y un Epílogo) me atrapó de inmediato. Por esos días también había llegado la noticia: cambiamos de ciudad, entonces el libro tuvo que esperar hasta que lo pudiera leer frente al mar. Así fue.
Aquí algunas observaciones y emociones que he podido decantar tras la lectura.
Dos aguas es una historia en la que las fuerzas de la naturaleza, múltiples, variables, rítmicas, implacables, se muestran elocuentes mientras albergan el laconismo de dos personajes humanos, hombres a la antigua, un habitante del lugar y un recién llegado. El Boga vive de escuchar su entorno, de regular sus esfuerzos en el pulso con el clima y los animales, el mar y los vientos. Bernhardt emigrante austriaco que trata de hacerse un lugar para sí y para su familia. Ambos se encuentran en el Golfo, donde el agua del río desemboca en el mar después de un lento paso por el sistema de ciénagas de un manglar: las dos aguas se adentran por un trecho en el mar sin mezclarse, hasta que ocurre.
No sabemos (y sabemos) dónde se encuentra el Golfo pero no importa que se diga explícitamente. Es un lugar lo suficientemente lejano y desconectado para que de las violencias y las luchas del territorio, del mundo en el que está situado, solamente lo alcancen como ecos. Esas guerras y esas luchas están en un trasfondo lejano, solamente emergen en la memoria de los personajes. Son los recuerdos de Bernhardt los que nos aclaran que la historia ocurre mientras el mundo se destrozaba en la Segunda Guerra. Bernhardt va reconociéndose judío según aumenta su sufrimiento y el desarraigo de su familia. El Boga se asume negro en los choques con sus vecinos y en la lucha por la tierra. No hay estereotipos ni clichés en la forma de narrar estos procesos. El paralelo es eso: lo que marcha al lado sin tocarse.
A los dos personajes les ha tocado irse retirando, cada uno ha tenido que buscar dónde vivir, producir un lugar en el mundo. Buscar un sitio en el que el único antecedente sean precisamente la tierra y los vientos, el mar y el clima, los sonidos y sus aves, las aguas y sus peces. Pero siempre hay un dueño previo, alguien reclama la propiedad o algo la impone. Cuando el blanco llega es un desplazado que desplaza al negro de su lugar. Lo suficiente para obligarlos a ser vecinos. Que se observan con recelo e insisten en no mezclar sus vidas, una curiosidad profunda los invade mientras cada uno mira al otro vivir de la única manera que conoce.
Mientras tanto los ritmos de la vida se establecen, las negociaciones y las solidaridades de las mujeres, con una generosidad fundamental establecen hilos tenues de solidaridad. La compañera del Boga, Flora ve las necesidades y conoce los remedios que Elise, Marianne, Fernanda, los niños no saben que necesitan. Cada grupo se guarda una lealtad básica mientras la vida y el Golfo les muestran su indiferencia. Observamos la competencia de fuerzas y lo que sale a la luz es la fragilidad de estos hombres tercos, que también es la de Moritz, el hermano que cojea, y de Markus, un sobrino que va haciéndose mayor.
El tiempo (el clima) va mostrando que ninguno de los hombres es tan fuerte como para ponerle condiciones a este espacio, la coquera, el manglar, las bocas del río, las playas. El Golfo despliega todo el espectro de sus fuerzas, la novela es una escucha atenta que encuentra los términos afortunados para cada situación, para cada especie con el nombre que le dan quienes la conocen, para cada cambio con el nombre que le tienen los que lo sufren. La historia encuentra palabras para la naturaleza como para la técnica y la tecnología, las bombas, los automóviles, los refrigeradores, las máquinas fotográficas.
La marcha paralela de las aguas y sus fuerzas se narra a la par que evoluciona la tensión entre estos hombres desplazados del mundo. Esta novela está escrita con atención y cuidado, con generosidad y sin moralismo. Es suficientemente sutil para dejar en el lector una clara necesidad de observar el mundo y sus fuerzas. Mientras tanto, las fuerzas internas de los personajes humanos luchan y se mueven. Estos se debaten con sus propias contrariedades y en su competencia con el otro que también es una fascinación. La mezcla que parece imposible, tal vez no lo sea del todo.
Esteban Duperly logra algo que es difícil (también es difícil explicar esa impresión) y es que ninguno de sus personajes resuelve propiamente su conflicto. Creo que el logro está en contar la historia sin que esa sea una estructura necesaria, no se trata de resolver, ni de reconciliar ni de hacer coincidir posiciones. Aunque este sea una drama de convivencias y vecindades, estas no se tramitan ni se superan, en su lugar, observamos múltiples turbulencias, las fuerzas se deshacen y rehacen en otros flujos. Esta narración de fuerzas inextinguibles se libera del orden de la redención en lo humano y del equilibrio en lo natural. Se trata de otra cosa que el lector alcanza a intuir.
A esa liberación narrativa corresponde también una liberación de las imágenes, no hay semejanzas sino resonancias entre las emociones humanas y los seres no humanos que la novela no deja de observar. Un sistema habla del otro pero no es propiamente una lógica metafórica o alegórica. Pero eso es para teóricos de la literatura. Yo sólo puedo decir que el lector tiene que hacer otras operaciones para entender y disfrutar lo que se le ofrece en el texto.
Agradezco esta novela y el cuidado de su construcción, es un éxito. Habiendo atravesado las tensiones de tantas fuerzas hasta percibir el conjunto estoy listo para la relectura.