Narrar la propia vida para tomar la decisión del voto

En la experiencia colombiana estas elecciones son únicas por muchas razones: el precedente de los acuerdos de paz, el plebiscito y los procesos que siguieron a partir de él. Se trata de una situación nueva y compleja, rodeada de una cierta idea de paz y de nuevas formas de violencia que aún no alcanzamos a comprender. Todo esto lo consumimos, lo evaluamos, lo replicamos, como ciudadanos desde una situación comunicativa sin precedentes y con muchos canales nuevos y abiertos para tomar la palabra.

Un conjunto de factores que ofrecen la oportunidad de tomar la palabra. En cierto sentido, también presionan, demandan, exigen que los ciudadanos tomen la palabra.  ¿Qué significa hoy y aquí “querer” o “necesitar” tomar la palabra? Mi intención es meditar sobre esta pregunta a medida que observo las declaraciones de otros ciudadanos sobres sus opciones políticas que he alcanzado a leer hasta ahora.

Cuando observo esta inquietud en mí mismo y en otros, veo que en varios casos se configura tomando la forma de una necesidad de darle sentido a la manera en que una determinada opción política se conecta con el relato general de mi propia vida como individuo, con mi experiencia personal, mi formación y mi historia: qué lugar tiene el ejercicio electoral y la participación ciudadana en mi vida. Me da la impresión de que esta situación no es como otras y que por eso demanda una revisión del relato de esa vida y de mis experiencias de nacionalidad y ciudadanía.

Nacer en un hogar con color político

En la formación de muchos colombianos nacidos durante o después de la violencia del final de los años cuarenta, como mis padres, que vivieron el frente nacional y sus consecuencias, una parte de la identidad personal se cifraba en la educación política recibida en la infancia, en el hogar o en la ausencia de este. Para la generación de mis padres, se nacía en un hogar liberal o en un hogar conservador y allí mismo se heredaba el partidismo tal como se heredaba la filiación religiosa o el arraigo en una región o en una tierra considerada propia.

En casos como el de mi padre, parte de esa identificación pasaba precisamente por las heridas recibidas durante la infancia en esas partes de la vida y de la identidad: siendo muy niño haber tenido que cambiar de vivienda en repetidas ocasiones debido a la persecución política de la que fue objeto mi abuelo y que finalmente llevó a su desplazamiento de una alejada región rural de Santander a la zona urbana de Bucaramanga. Las escenas concretas son comunes a los relatos de la vida de muchos colombianos que vivieron y crecieron en cinco décadas de conflicto.

Mi padre creció para convertirse en un profesional y un líder político liberal; su vida pública y privada estuvo marcada desde la infancia y hasta su muerte por un conflicto que determinó también las formas en que, como ciudadano, intentó desempeñarse y hacer un aporte en la medida de sus posibilidades. ¿Hasta qué punto soy yo mismo un liberal? Y ¿en qué medida, el que lo sea o no, tiene que ver con la historia de mi primera educación? No puedo saberlo sin contar la historia de cómo llegué a entenderme como ciudadano. Supongo que eso les ocurre también a los hijos de padres conservadores, a los hijos de las generaciones que crecieron en zonas de influencia guerrillera.

Me interesa el hecho de necesitar contar mi historia públicamente, se trata de una cuestión narrativa que combina preguntas éticas con cuestiones claramente psicológicas. Sin embargo, en apariencia, mis compatriotas y yo necesitamos reconocer un conjunto de elementos emocionales y psicológicos que influyen en las decisiones que tomamos, en las opiniones que expresamos, en el modo en que discutimos y en las formas en que asumimos o evadimos las confrontaciones que esto implica.

Las narraciones de nuestra historia y de nuestra vida se relacionan con los valores comunes y, por tanto, con lo que llamamos la república y la democracia. Hay factores en las formas de narración que constituyen el espacio político pues conforman lo que consideramos digno de preservar y construir, aquello en lo que nos reconocemos.

De la política heredada a la política experimentada

Es muy difícil que el país sea algo para un niño. La educación tiene formas simbólicas y rituales de instalar algún tipo de representación de la sociedad o de la patria, del hecho de comportarse en sociedad, de pertenecer, de obedecer. Se nombra la patria, se la canta en un himno. Durante cinco años de primaria todas las mañanas más o menos mil niños en el colegio recitábamos el juramento a la bandera, una declaración de amor hasta la muerte por “la patria”. Colombia era un objeto de amor para mí cuando era niño, profundamente real, a pesar de que su contorno fuera totalmente difuso. Desde entonces, en algún sentido, el país me concernía, siendo de todos, también era un asunto mío; aunque no tuviera claro qué es “un país” o “el país” o “Colombia”.

Crecí cuando la televisión era primitiva, precaria y, al mismo tiempo, sumamente importante para todos. En ese escenario, para mí era un plan ver las sesiones del congreso que se transmitían desde el capitolio nacional, mi padre logró explicarme muchas cosas sobre cómo funcionaban, las entendí mucho mejor que el fútbol. Esas personas hacían las leyes. Había buenos y malos, usaban palabras muy raras y hablaban de forma muy distinta a como suelen hablar las personas habitualmente: hacían discursos. Esa palabra llegó a ser fundamental en mi vida, aún trato de entender todos sus significados. En la tele había personas que pronunciaban discursos, pero en la mesa del comedor mi padre redactaba los suyos y los corregía con mi madre. Nunca lo vi en una tarima ni pisé el consejo o la alcaldía, pero sabía que su oficio se llamaba “política” y se hacía, más de la mitad del tiempo, en una especie de fiesta que se llamaba “campaña”. En los años 70 los rituales de la política colombiana incluían un gran número de eventos públicos, en provincia se tomaban el espacio público casi completo: manifestaciones, discursos, afiches, banderas, pancartas, camisetas y ruido, mucho ruido.

Aparece un nombre que era además una causa, una identidad, la división del mundo y de las personas: El Partido. Le decían así, como si fuera obvio y no hubiera otro, solamente completaban el nombre institucional cuando gritaban, cuando gritábamos: ¡Viva el partido liberal! Y siempre se vestía de rojo, la idea, la camisa, el trapo, la bandera. El azul no era una opción, hasta que apareció Belisario: pero él eligió una paloma y creo que más colores. En ese punto no tenía idea de lo que pudiera ser “ser liberal” pero sabía que era un equivalente a “nosotros”. Luego entendí que existían “los otros” y que esos eran muchos: hasta que la línea se fue borrando y se convirtió en un montón de pequeñas grietas. Hoy, al rememorar, me doy cuenta de lo lejos que está esa situación, pero en la pérdida de relevancia de los partidos también hay pasiones y decepciones, rupturas y pérdidas afectivas.

La educación en política, la política en mi educación

Llego a Bogotá con 10 años y me encuentro con un profesor de historia que usa libros y documentos, pero no los libros de texto ordinarios. Leímos las cartas de Bolívar, el debate de la masacre de las bananeras y algo de historia económica. Los padres de familia querían matar al pobre hombre, yo estaba feliz, nos volvimos a ver años después y volvimos a leer las mismas cosas, ahora podíamos comprender todo mejor. El país había sido fundado por un hombre con un proyecto mayor, americano, pero se había embarcado en una sucesión irracional de guerras civiles que nos alejaron del sueño paso a paso. Una sucesión de monocultivos, de exportaciones de productos exóticos y materias primas. Del caucho y la quina, hasta las plumas, el tabaco, el banano y el café. Poca industria, centralismo y obediencia al poder de los Estados Unidos. Esto lo enseñaba también la literatura. El país era sus discursos, sus narraciones sus historias. Siempre me gustaron más los libros que las plazas, los salones de clase más que las oficinas, a los 14 años ya sabía que lo mío era leer, escribir y pensar. Tal vez me había salvado del riesgo de la plaza pública.

Mi infancia y adolescencia coinciden con el auge de cierto tipo de lucha guerrillera, el inicio del narcotráfico y la aparición del paramilitarismo. Antes de terminar el colegio se transmite en directo por televisión la toma del palacio de justicia, cuando me vinculo al movimiento estudiantil en la universidad nuestra primera actividad es protestar contra las masacres de Urabá al final de la década de los 80. Recuerdo haber seguido todos esos procesos desde muy joven gracias a libros que se conseguían en el mercado masivo -mi mamá los traía a la casa como una provisión más, así era también con la filosofía, siempre se lo agradeceré-  se trataba de obras de periodistas que contaban el nacimiento y evolución de las FARC y el M-19: el periodismo muy bien hecho retrataba a esos hombres con un aire heroico, aunque muchos tenían su parte francamente sanguinaria. El asunto estaba presente, lo común nos tocaba a todos. Antes de graduarme del colegio ya sabía cuales habían sido las razones de Tirofijo y los sueños de Jaime Bateman. También sabía que la religión tenía y tiene que ver con la política.

Religión y política

Cuando miro hacia atrás, después de una vida entera de relación íntima y vital con la religión como asunto y con la iglesia católica como institución, me doy cuenta de que he experimentado la versión más afirmativa posible del catolicismo. Muchos de mis contemporáneos tienen visiones muy diferentes sobre el lugar que en sus vidas ocupan la religión y la iglesia católica y creo que de estas diferencias dependen también nuestras diferencias políticas en una medida significativa. Este no es un punto menor ni anecdótico, la relación entre religión y política es una clave para explicar nuestros cambios sociales.

Me explico a mi mismo esta pertenencia tan clara a la iglesia por varias razones: mi experiencia está marcada por la evangelización y la educación que se impuso en la iglesia tras el Concilio Vaticano II, eso significa que me hablaron siempre en mi propia lengua, que el mensaje me llegó como uno de los desafíos más fuertes que he sentido y que este, inequívocamente, estaba presidido por la idea del amor. De ahí para adelante era fácil tener preguntas y comenzar a dialogar: para mi ser católico no es ni fue un formalismo, los rituales y las normas están en función de una relación fundamental de tipo personal con Cristo, que aparece, especialmente, en el rostro de los otros. Este último enunciado es la base de toda una construcción doctrinal: la teología de la liberación que lee, interpreta y actúa desde el mensaje cristiano concentrándose en la promoción de la justicia social. Este es el relato que fundaba mi educación religiosa desde niño. Esto no quiere decir que haya una línea continua de claridad y obediencia en mi experiencia. Al contrario, ha sido una historia de duda, problematización y estudio: ha sido difícil pero solamente he recibido respeto en medio de tantas dificultades.

Ninguna de las posturas que orientan de mi educación católica riñe con la idea de un estado laico ni con la búsqueda de la justicia social y, hasta donde entiendo, estimulan la pertenencia y la participación en la construcción de comunidad.

Muchos puntos de la agenda política dependen de cómo se relacionan los ciudadanos con las lecturas y los puntos de referencia que señala la iglesia como fundamentales. Además, el partido activo que ha tomado la iglesia como institución para garantizar el apoyo a ciertos procesos institucionales (proceso de paz, comisión de la verdad, etc.) contrasta con su silencio respecto a otros asuntos o con su explícita negativa en otros casos. La iglesia católica es también plural y tiene sus facciones y sus debates internos. Así pues, hay posturas religiosas que se conectan solidariamente con posturas políticas y esto hace parte del relato vital que los colombianos componen en cada caso, en formas más o menos complejas.

Educación superior y formación filosófica

He hablado de mi formación política en clave del recuerdo de mi infancia y adolescencia, un interlocutor crítico podría objetar que la política es un asunto de racionalidad y de mayoría de edad, sin embargo, lo que me muestra la proliferación de textos autobiográficos de esta temporada es que lo político se inscribe en nuestras vidas desde antes o como condición de esa mayoría de edad. Todas las experiencias afectivas que determinan los valores y las causas que nos definen hacen que escuchemos de cierta forma la voz de la razón, como lo diría el Platón de La República. Estamos dispuestos afectivamente ante las preguntas y las alternativas que nos plantea el espacio político. La cuestión está en si podemos sopesar esa disposición afectiva y respondernos adecuadamente las preguntas con las que el espacio político nos desafía.

Esta configuración de la razón con la que enfrentamos las preguntas de la situación política también podemos comprenderla biográficamente. Podemos preguntarnos ¿cómo hemos llegado a pensar como pensamos [en política]? Voy a optar por nombrar unas pocas ideas para no tener que contar los últimos 30 años de mi vida y el modo en que han forjado mi criterio político.

La experiencia de violencia de las últimas seis décadas en Colombia hace que quien opta por la razón, el discurso, el pensamiento entienda que su opción está en oposición a la situación de la sociedad en la que trata de encontrar un espacio. La razón y la violencia se oponen: son dos fuerzas e implican maneras de operar con ellas. Quien opta por la razón renuncia a la violencia y sus manejos, aunque no renuncia al poder: cuando optamos por la razón reconocemos que hay poder en las palabras, en los argumentos, en los discursos. Con ese poder y con esas fuerzas podemos disputar sobre las cosas que son de todos o que conciernen a todos. En el terreno de la discusión sobre lo común vamos más allá del diálogo y de la investigación sobre la verdad, entramos en el campo del disenso, del desacuerdo y operamos estratégicamente, según las reglas del discurso.

La filosofía puede aparecer como una pasión netamente intelectual: amor al saber, curiosidad, deseo de conocer. Esta idea se inscribe en la imagen del sabio contemplativo, aislado de todas las demás esferas de la vida. Al hombre teórico aristotélico siempre podemos oponer la figura del Sócrates descalzo que recorre los lugares públicos de Atenas al acecho de una conversación en la que pueda examinar a los ciudadanos. Para Sócrates no hay filosofía sin una clara motivación política. En efecto la filosofía ejercida con plena contundencia es la más alta forma de política. Vivir una vida examinada es un asunto político. La filosofía es una actividad racional, discursiva, conversacional, intelectual, en la que se pone mucha atención a la consistencia de la argumentación y a la legitimidad del razonamiento. La filosofía trabaja con el discurso y el pensamiento para que la vida sea una ocasión de plenitud para individuos y comunidades ¿De qué manera vale la pena vivir? Sócrates diría: de acuerdo con la justicia.

La experiencia colombiana reclama una investigación en pos de la justicia y no solamente una investigación teórica-conceptual sobre la acción de la justicia sino un examen individual y colectivo sobre lo que significa para la vida humana desarrollarse amparada por justicia y qué se necesita para que eso sea posible aquí. Plantear esa pregunta y hacerla constantemente a los individuos y a la colectividad es un deber para los filósofos aquí. Aunque todos los colombianos compartimos la experiencia de la violencia, rara vez la interrogábamos en la academia más estricta, muchos colegas se comportaban como si los espacios filosóficos necesitaran mantenerse ajenos a tal interrogación. Esa situación tiende a cambiar en la academia actual.

Interrogar la experiencia de violencia como asunto del pensar, como búsqueda de justicia, como contribución ciudadana, como respuesta a la interpelación de quienes la buscan y la reclaman, como comprensión de una posibilidad de operar según una lógica distinta a la de la venganza (ejemplo básico y aparentemente primordial pero recurrente en la experiencia colombiana).

Al final de la década de 1980, cuando entré a la PUJ, experimenté un contraste: la vida del país estaba convulsionada, herida, puesta en riesgo, violentada, por una combinación de poderosos factores  políticos y sociales; todos ellos claramente hostiles a la serenidad de ánimo, a la racionalidad y, sin embargo, la universidad fue para mi un espacio en el que pude tener experiencia de todo esto y, simultáneamente, ejercitarme junto a otros en la disciplina filosófica con la certeza de hacer parte de una escuela de pensamiento. Mientras realicé mis estudios participé en el movimiento estudiantil, desde allí promoví la iniciativa que habría de conducir a la Asamblea Constituyente que produjo la Constitución de 1991 y puso las bases de una democracia amplia, plural y basada en los derechos.

Pensar es pensar es pensar por sí mismo. Pensar es pensar críticamente. Aprender a hacer ambas cosas, a desarrollar esos aspectos del pensamiento, es un proceso que está bien definido si se lo entiende como una disciplina. Esta formación reclama tiempo y esfuerzo e implica, hay que decirlo, el riesgo que más se ha criticado en los filósofos y que parece ser una condición tanto de la profesionalización como de la práctica académica: el aislamiento. Quien se educa para investigar parece destinado a la especialización y esta demanda una minuciosidad que es muy difícil alcanzar sin reducir al mínimo la amplitud de los objetos de investigación. La investigación exige ahondar al máximo en las abstrusas y oscuras cuestiones relativas a cada subespecialidad del campo de estudio de que se trata. Para ser académico, un filósofo se especializa y al hacerlo se aísla, gana presteza y dominio de un lenguaje en el que resulta cada vez más difícil comunicarse con otros, de modo que termina por no poder hablar sino con algunos.

Justo en este punto comienza uno a valorar la posibilidad de hablar no como especialista ni como técnico sino como ciudadano. Pero como un ciudadano que precisamente por no ser un técnico en una rama específica, ejerce su actividad de juez de lo que le concierne, como común. Se trata pues de pensar, comprender, producir, promover formas de ciudadanía activa con las mayores posibilidades de operar en formas permanentemente perfectibles de democracia.

Ahora bien, el ejercicio de la ciudadanía en la democracia requiere reconocer que quienes pueden libremente ejercer ese derecho deben sentirse involucrados, conectados vitalmente con otros ciudadanos para quienes no ha sido posible el mismo ejercicio libre. Reconocemos una interdependencia constitutiva y una interpelación permanente e inapelable, activa y determinante. Encontramos que ciertas formas de alteridad que nos definen: como seres esencialmente vulnerables, constitutivamente interdependientes, siempre interpelados por los que ya no están y, de hecho, responsables por/ante los que aún no llegan.

Esta interpelación no solamente apela a las posibilidades emocionales, no solamente se dirige a nuestra capacidad para la empatía, apela además y sobre todo a nuestro sentido de la justicia: reclama, demanda una revisión de lo que somos y de los fines y las normas por las que nos regimos éticamente. Así como al modo en que comprendemos nuestro lugar y nuestra acción colectiva.

Esta acción colectiva, que cuenta con estas demandas de justicia, solidaridad de otros con o sin rostro determinado para cada uno, es la posibilidad de comprender la sociedad y el país como una construcción que nos concierne y la que podemos intervenir.

Una de esas es la reflexión sobre el voto.

Mi decisión

De la interpelación de nuestros conciudadanos, conocidos y anónimos, que pesa sobre mi desde la cuna y en virtud de la ciudadanía, se hace urgente votar racionalmente y con la voluntad de contribuir a adelantar y fortalecer el proyecto de nación de la constitución de 1991, cuidar y velar por la implementación de los acuerdos de Paz con las FARC y promover el éxito de un proceso análogo con el ELN. Además, velar por el reconocimiento y el cuidado de los derechos de todos los ciudadanos sin distinción ni restricción de ningún tipo. Abogar por la memoria y la voz de las víctimas. Promover una economía que lleve a las mujeres y los hombres de Colombia a una vida digna. Poner como prioridad del estado el cuidado de la Tierra como casa común y orientados por el respeto a los vivientes no-humanos. Promover la búsqueda de energías alternativas como proyecto común. Y, sobre todo, velar por la construcción de un país donde deje de existir la desigualdad, la pobreza y la inequidad.

 

Responderé a este llamado votando por Gustavo Petro y Ángela María Robledo.

Sobre mi voto en las elecciones presidenciales 2018

Soy un ciudadano colombiano, eso supone un conjunto de derechos y deberes entre los cuales está el voto. Las condiciones están dadas para que ejerza mi derecho a elegir mis gobernantes y lo he hecho desde que fue expedida mi cédula de ciudadanía. En principio, por apasionante que sea el debate, mi decisión y mi ejercicio del voto no tienen nada de particular. Bastaría con que esté dada la información disponible sobre las propuestas de los candidatos y dado que no tengo compromiso ni filiación con partidos, a primera vista debe ser una labor sencilla, un cálculo racional casi directo. Sería deseable realizar con detenimiento una ponderación de los problemas, necesidades y desafíos del país en el corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, las condiciones históricas concretas del ejercicio de mi derecho están lejos ser transparentes y normales. No es simplemente un día más en la vida de la democracia moderna. Estar sentado tranquilamente pensando en mis posibilidades como elector no es algo que todos mis conciudadanos den por hecho ni tengan garantizado. Además, lo hago por escrito y con confianza en que si alguien lee esta meditación y no está de acuerdo con lo que estoy diciendo, mi vida o mi salud no corren peligro por eso. Pero sé que, si todos los colombianos hiciéramos una reflexión sobre esto de manera pública, todos no tendrían la misma confianza. Tal vez por eso el voto es secreto. El poder que tenemos los ciudadanos en el voto es una fuerza y entra en una dinámica de oposiciones: esas fuerzas se oponen, se recomponen, se equilibran y, también, se desbordan. Pero también pueden convocar fuerzas de otro orden. Muchas fuerzas de ordenes diversos se ciernen sobre la transparencia de este proceso: obstruyen los derechos de unos, influyen sobre los de otros, manipulan los procesos electorales y los canales de la participación ciudadana.

Esta es una campaña precedida por consultas, alineaciones, negociaciones, coaliciones que han estado disponibles para la participación ciudadana. Las elecciones han estado rodeadas por el escrutinio de las redes y los medios, expuestas a un número de debates y discusiones que supera los que puedo recordar en elecciones precedentes. Tal vez esta inflación discursiva, comunicativa, publicitaria, hace que uno necesite poner sus pensamientos en orden por escrito, frenar un poco e intentar saber por qué hace o va a hacer lo que va a hacer. No escribo esto para otra persona ni para influir sobre nadie, si lo publico es para invitar a otros a un ejercicio similar, no para recomendar la decisión que estoy tratando de alcanzar. No se trata entonces de “cantar el voto” sino de reflexionar.

Así como se impone el hecho de que este difícilmente será un proceso transparente y lleno de garantías, se impone también el hecho de que esta es la primera elección presidencial posterior a la firma e inicio de la implementación de los acuerdos de paz. El impulso a esos acuerdos definió la carrera por la presidencia hace cuatro años y determinó las alianzas que lo concretaron. Los choques de esas fuerzas dan mucho que pensar, sin embargo, vale la pena considerar primero el hecho de que, hoy, las FARC no se ciernen como una amenaza armada sobre el territorio nacional y, en principio, la población civil de muchas regiones tendrá un acceso tranquilo a las urnas. Sin embargo, esa antigua amenaza ha sido reemplazada por otra u otras que se manifiestan en los numerosos asesinatos de líderes sociales a lo largo y ancho del país. Esto contrasta con la frágil esperanza que produce saber que no se ha roto la negociación con el ELN en La Habana desde donde se ha anunciado una tregua durante las elecciones.

El factor paz modifica el panorama electoral pero el factor maquinaria mantiene una línea de continuidad en el paisaje, se impone con la fuerza de las costumbres.

El rostro de las maquinarias se muestra con gran claridad, la fuerza innegable del dinero y de las organizaciones clientelistas es tal que desafía las predicciones y las encuestas, opera como un confiado Aquiles seguro de que podrá vencer a la Tortuga del voto de opinión. Sin embargo, la oposición maquinaria-opinión ha cedido su dominio a la distinción derecha-centro-izquierda, que no opera como una explicación de los hechos sino como el relato de una disputa. Está disponible en los medios toda una polémica sobre la existencia del centro, la disputa sobre la identidad del centro, la ambigüedad con la que se ha delineado el perfil de la derecha y la irrupción rampante, poderosa, de una izquierda inquietante que parece sumar un caudal ingente de simpatías populares. Del relato derecha-centro-izquierda ha nacido la narrativa de la polarización (que solamente por analogía puede superponerse a la de la desigualdad social).

La motivación individual de un acto como el voto puede articularse con procesos colectivos. Es decir, un ciudadano puede obrar como parte de un colectivo, puede reconocerse en una fuerza o en un movimiento social o político. Un ciudadano puede asumir su propio ejercicio de la ciudadanía como parte de una acción de muchos en una dirección y con un propósito común. También es posible que el ejercicio democrático individual del ciudadano no opere más que como un aporte a procesos comunes básicos: la conservación de la democracia misma y de sus canales de elección y control político. Esta última es mi posición, no me reconozco en ninguno de los flujos colectivos de fuerzas actuales y deseo ejercer mi derecho como un individuo comprometido con la democracia, pero no con ninguna fuerza.

Probablemente esto sea una ilusión pues esas fuerzas ejercen presiones sobre todos nosotros, sobre nuestros motivos conscientes al actuar y sobre las pasiones más difíciles de reconocer. Estos dos tipos de factores operan en nuestra acción política y en nuestro comportamiento moral. Debo reconocer entonces que, hasta donde lo entiendo, obro como ciudadano independiente y que en mis motivos hay razones y pasiones. Reconozco mi deber de votar y lo cumplo como eso, un deber, es mi responsabilidad y mi derecho hacerlo libremente, para eso reflexiono. Hasta ahí llega mi posibilidad de compromiso con la acción colectiva: no reconozco en las fuerzas o movimientos de izquierda, de derecha o del incierto centro, una dirección de la historia y de esas fuerzas no se sigue para mi ningún imperativo moral de acompañarlas. Mi posición es la más cercana a la del observador (los que me conocen pueden reconocer en eso una huella del pensamiento reaccionario al que le he dedicado varios estudios).

Unas palabras sobre las fuerzas de derecha y de izquierda.

Sobre las fuerzas de derecha se ciernen inmediatamente muchas dudas pues las figuras que las encarnan se encuentran en posiciones tan claramente comprometidas que sus discursos no pueden ser interpretados como verdaderos programas, compromisos o declaraciones de intención, sino como enunciados diseñados para manipular electores y, sobre todo, encubrir una intención básica: la conquista del poder para que los intereses económicos de varios grupos queden protegidos o se expandan. Su agenda no contiene prácticamente nada que conduzca al bien común entendido desde cualquier indicador económico o social que se escoja. Sin embargo, ese es el menor de los problemas con las fuerzas de derecha. El mayor de los problemas de la derecha es el delito o delitos sobre los que su poder se funda. En el caso de Germán Vargas Lleras, para solamente citar lo más cercano en el tiempo, tenemos una larga lista de ejemplos de corrupción administrativa y manipulación electoral. En el caso de Iván Duque tenemos el hecho de que no actúa en nombre propio sino en nombre de Álvaro Uribe Vélez, aún sin considerar el prontuario criminal de éste, el país y la democracia estarían en peligro al poner en la presidencia a un títere de un senador tan fuerte. Las fuerzas de derecha defienden el statu quo de desigualdad, clasismo, racismo, subordinación de la mujer, discriminación de la diferencia, negación de los de derechos de las personas LGTBIQ+ que ha vivido el país desde su fundación con una variante particularmente cruel. Mientras Vargas Lleras encarna la aristocracia, la oligarquía configurada desde los orígenes de la república por un pequeño grupo de familias que dominan el poder financiero y político, Duque y Uribe encarnan la movilidad social de un grupo que acudió a diversas formas de delitos para ganar presencia y poder social y económico, acercándose a la élite sin modificar las desigualdades estructurales: personas que se enriquecieron con el narcotráfico y delitos conexos, con el robo de tierras y delitos conexos, junto a quienes se sirvieron de las fuerzas violentas que esas actividades delictivas tenían y tienen a su servicio. El Uribismo encarna no solamente un egoísmo fundamental fundado en doctrinas económicas delirantes, sino que supone, en sus miembros mejor intencionados, la capacidad de hacerse los de la vista gorda ante una enorme cantidad de crímenes cometidos por personas particulares y por funcionarios del estado que usaron su poder y recursos para favorecerse. No funciona exculpar a esta fuerza señalando delitos similares en la fuerza que se le opone.

Las fuerzas de izquierda han irrumpido de una forma sumamente interesante porque retomaron la plaza pública con entusiasmo y espontaneidad, llenaron las plazas personas que no habían aparecido ahí de forma independiente de la maquinaria. Los temas de la discusión han llamado la atención de muchos, desde la evidente injusticia de la desigualdad social hasta las realidades ecológicas, estos asuntos han sido manejados con una retórica inusualmente eficaz por parte de Gustavo Petro, quien ha recorrido el país movilizando a muchos ciudadanos. Sin embargo, esa retórica tiene una historia muy decepcionante en el manejo político del Distrito Capital: el flujo mismo del disenso en el espacio democrático fue tramitado de una forma muy podo productiva y la retórica que es hoy una fuerza importante estuvo ausente a la hora de alcanzar una gestión eficaz y una articulación de esfuerzos diversos. El argumento de Venezuela, la acusación de populismo, la amenaza de la expropiación son evidentes falacias y no les voy a conceder un pensamiento.

El centro ha sido objeto de una discusión fuerte como concepto y como tendencia política: se lo ha identificado con la derecha, se ha negado su existencia al mismo tiempo que los candidatos y la opinión pública se disputan la posición moderada ante el estigma de la polarización y de los extremos. La campaña de Sergio Fajardo y Claudia López no pudo conservar la idea de moderación, conciliación y sensatez que pretendían sostener en un principio. Al enfrascarse en polémicas sobre la viabilidad electoral de una fuerza alternativa fueron mostrando crecientes contradicciones respecto a sus puntos de partida. El inusitado triunfo de Antanas Mockus con una gran votación en las elecciones parlamentarias hizo que el elemento “pedagógico” de la campaña se convirtiera en el eje de esta. Ese énfasis hizo patente lo poco democrático, lo paternalista, lo moralista que es la plataforma “educativa” de la Coalición Colombia. Debo anotar que la evolución de la figura y la propuesta mockusiana me ha mostrado que el nexo entre práctica política y modificación de la conducta de los ciudadanos tiene componentes que no parten de la mayoría de edad de los ciudadanos. Este no es un problema menor. Además de estas decisiones de estrategia, las posiciones y propuestas de esta coalición son francamente improvisadas: la cuestión de educación puede ser el eje de un plan de gobierno, pero hay que dar cuenta del modo en que influiría sobre los problemas concretos.

Los liberales ¿Qué son hoy en Colombia los liberales? ¿Qué queda del partido liberal tras las mutaciones sociales y políticas en lo que va del siglo? Esto queda para otra ocasión. Unas palabras sobre su candidato.

La negociación del proceso de paz mostró la capacidad de Humberto De La Calle para concertar, explicar, negociar y sostener un punto en la cara de su más claro contradictor. De La Calle tiene una trayectoria liberal clara y ha trabajado en los momentos decisivos del país en los que se ha necesitado una mente política y legal esclarecida. Hay todo un camino de pensamiento liberal consistente en esa carrera y sus dos grandes contribuciones a la historia del país son decisivas: la constitución de 1991 y los acuerdos de paz. Dos grandes problemas obstaculizan a De La Calle y hacen muy difícil que su campaña y su gobierno sean viables o posibles: su apoyo es el Partido Liberal, una institución con gran poder, pero con poca legitimidad, su jefe se ha comportado de la peor manera en esta campaña. Sin embargo, el abandono político ha dado ocasión para que este hombre muestre con plena claridad los principios y la estructura de un estado plural y democrático, principios que deben orientar siempre el ejercicio de la democracia. Junto a esos principios es necesario operar con sabiduría, prudencia, don de gentes, elocuencia que permitan llevar a cabo un programa liberal y democrático en un escenario difícil como el que tenemos delante. El argumento de la favorabilidad política, el argumento de la historia de la conexión entre De La Calle y la clase política tradicional son objeciones que hay que sopesar.

Quedan dos cuestiones: la abstención y el voto estratégico.

La abstención no es una opción para mí, votar es un deber y no tiene discusión. Los ciudadanos no estamos obligados a votar por un candidato, así que, en el peor de los casos, hay que contemplar la opción del voto en blanco. Votaría en blanco si no encuentro un candidato a quien valga la pena apoyar: espero un proyecto democrático, capacidades personales, defensa de derechos, minorías, inclusión. Supongamos que ese es Humberto De La Calle pero que no logra llegar a la segunda vuelta. Esa situación plantea la cuestión del voto estratégico. Es estratégico el voto por un candidato al que en este momento le veo más objeciones que virtudes y por el que no votaría voluntariamente. El voto estratégico dependería de coaliciones y negociaciones determinadas por el resultado de la primera vuelta, la redistribución de las fuerzas y el poder, las consideraciones no serían entonces solamente de orden moral únicamente, se trata de prioridades programáticas o bien, de la necesidad de evitar el mayor de los males.

Tengo claro que le mayor de los males es la llegada de Álvaro Uribe Vélez por interpuesta persona al poder presidencial teniendo en la mano además el poder legislativo. Un posible gobierno de Germán Vargas Lleras sería una página más del dominio de las maquinarias, la desigualdad y la exclusión. Sergio Fajardo no significa para mí un mal de manera inmediata, sin embargo, sus conexiones son nefastas, Enrique Peñaloza, por ejemplo. Gustavo Petro no significa un mal, pero no me produce confianza (y el argumento de clase no aplica, la imagen de la ruptura de la historia me parece insensata). Finalmente, las propuestas de Humberto De La Calle me parecen acertadas, con muy pocas excepciones, creo que un gobierno suyo sería el mejor. Desafortunadamente es lo menos probable, hay que estar preparado para un escenario de segunda vuelta en el que Humberto De La Calle no esté presente. Solamente le temo realmente al escenario Duque-Vargas Lleras, en ese escenario votaría en blanco.

Invitación a la conferencia “La historia de la extinción de la humanidad” Adrian Cussins en la Javeriana (Resumen)

La historia de la extinción de la humanidad

Adrian Cussins
TAIA Foundation
Universidad Nacional de Colombia

adriancussins@mac.com

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La paradoja de Fermi es el conflicto entre la alta probabilidad de vida inteligente en otras partes del universo y la ausencia de toda evidencia de inteligencia extraterrestre. Una respuesta posible a esta paradoja es que hay razones estructurales que explican por qué la vida inteligente, una vez llega a cierto nivel de desarrollo, se auto-destruye. Vamos a explicar que son estas razones. Ésta es una historia acerca de la transformación de la naturaleza humana a través de tecnologías y prácticas de representación, computación y comunicación.

El Homo sapiens, durante la mayor parte de su existencia (desde hace quizás 300.000 hasta hace aproximadamente 65.000 años), ha estado más o menos en la mitad de su cadena alimenticia, con una población total de alrededor de 10.000 individuos, confinados a una pequeña región de África Oriental, y bajo el riesgo de extinción. A pesar de esto, en la historia más reciente, el Homo sapiens pasa de una población que lo pone en riesgo de extinción a una que está aproximándose rápidamente a los 10.000 millones, y de cuyas acciones depende la vida de cualquier otro mamífero. ¿Qué es lo que ha permitido este cambio, y están estos procesos aún en desarrollo? Argumentaremos que lo que explica este sorprendente aumento en el poder también explica por qué la evolución de la inteligencia conduce a su propia destrucción.

El poder ha provenido de un aumento en la escala de coordinación entre individuos a través del uso de nuevas tecnologías de comunicación y representación. La coordinación masiva, en la escala de millones de individuos, genera un poder masivo. Pero también genera problemas a nivel del planeta: entre ellos los principales son el poder nuclear extensamente distribuido, el cambio climático y la extinción de especies. ¿Cómo es que, entonces, la humanidad ha sobrevivido hasta ahora?

Creemos que durante la mayor parte de la historia humana de los últimos 65.000 años, el desarrollo de tecnologías de comunicación, computación y representación ha preservado un alineamiento entre los incrementos en coordinación y los incrementos en entendimiento. El buen manejo del poder (una buena política) requiere un nivel mínimo de entendimiento mutuo. En la medida en que el poder ha aumentado, el manejo de las consecuencias de ese poder ha aumentado también a través de mejoras en el entendimiento que se da entre la población, o al menos entre sus líderes. Este alineamiento entre coordinación y entendimiento ha permitido una política de diálogo relativamente estable.

Sin embargo, el alineamiento entre coordinación y entendimiento se ha roto. Durante la charla explicaremos por qué, y señalaremos algunas consecuencias, a nivel humano, de esta ruptura. La explicación está relacionada con el compromiso cada vez más exclusivo con tecnología de la formalidad. El éxito de la formalidad exclusiva implica que no hay un significado compartido en la escala de millones.

El manejo seguro de los problemas globales requiere una política efectiva a una escala correspondiente. Pero una política democrática efectiva requiere un significado y entendimiento compartidos. En consecuencia, precisamente en el momento en que los problemas de escala planetaria aparecen (debido al poder y a la coordinación a nivel global), no hay un aparato de toma de decisiones que permita responder a ellos. Esto es, no es aleatorio, o históricamente contingente, que no haya un sistema efectivo para el manejo de los problemas a nivel planetario. Las mismas condiciones que generan los problemas globales conducen a la improbabilidad de cualquier manejo efectivo de dichos problemas. Este fallo en el manejo de los problemas globales conduce a niveles altos, y en crecimiento, de un riesgo existencial irresoluble. Es por esto que la evolución de la inteligencia implica la probabilidad de su propia destrucción.

¿Hay una forma de restablecer el alineamiento entre coordinación y entendimiento sin perder la escala?

Argumentaremos que esto requiere un re-diseño radical del lenguaje, y que tenemos un margen de acción muy breve de quizás 30 años para implementar un cambio radical en la manera en que nos comunicamos entre nosotros, y con nuestros artefactos.

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Mis asignaturas para I-2018

Estimados estudiantes, aquí encontrarán los programas, bibliografías y planes de trabajo para

Historia de la Filosofía Antigua  Miércoles 2-4 pm 2-305 / viernes 2-4 pm 2-307 Antigua I-18 Mejía  Antigua Plan 1 18

 

Estética Antigua Miércoles  5-7 pm 52-301 Estetica Antigua plan sesiones Estetica Antigua Programa

 

Seminario Nicolás Gómez Dávila Viernes 10 am- 1pm 95-615 Plan de trabajo seminario ngd 1 18 Programa Seminario NGD 0118

Nueva publicación: Deleuze and Didi-Huberman on Art History junto a G. Chirolla

En las páginas 91-104 encontrarán un artículo titulado «Deleuze and Didi-Huberman on Art History» escrito por Gustavo Chirolla y el suscrito .

Abstract

The work of Georges Didi-Huberman has rethought art history in a number of fun-damental ways, and has drawn signifcantly on the work of Gilles Deleuze and Felix Guattari to do so. In particular, the notions of the survival (Nachleben) of the image, of the dynamogram of art history, of a non-humanist art history, and of a rhizom-atic temporality, or ‘Renaissance’ as Didi-Huberman puts it, owe a signifcant debt to Deleuze and Guattari. Tere are two important mediators of this relationship: Aby Warburg and Friedrich Nietzsche. While Didi-Huberman has written a book on Warburg, and has been deeply infuenced by him, Deleuze and Guattari – per-haps surprisingly – never mention Warburg’s work.1 Nevertheless, they share a great predecessor in the fgure of Nietzsche, who through Deleuze’s book Nietzsche and Philosophy enables Didi-Huberman to bring the work of Warburg and Deleuze and Guattari together in his own revaluation of many fundamental art historical values.

Disponible en amazon.com

Recomendación de la obra y la figura de Simon Critchley

Retrato Critchley
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4f/Simon_Critchley_BW_Headshot.jpg

Esta publicación tiene una sola intención, declarar mi gran admiración por el trabajo y la figura de Simon Critchley, un filósofo con palabra pública, actual y una relación singular con sus antecedentes filosóficos y culturales. Deseo que mis estudiantes entren en contacto con sus textos y con sus clases y conferencias que están disponibles en video.  Existen ya varias obras suyas traducidas al español y en cada una de ellas encontramos cuestionamientos y motivos para reflexionar y buscar herramientas para enfrentar lúcidamente el presente. Algunas recomendaciones especiales a continuación:

Su conferencia sobre la filosofía de la tragedia

Sus doce tesis sobre la tragedia, apertura de un importante seminario sobre el tema en EGS  lectura recomendada

Material para el estudio del poema de Parménides

El estudio detallado de los textos de los primeros filósofos es una oportunidad para el asombro, para desafiar las categorías con las que enfrentamos la tarea de pensar el mundo. Pensadores como Parménides no solamente ofrecen conceptos fundamentales sino que generan, simultáneamente, profundos problemas de interpretación y de comprensión de la naturaleza y el funcionamiento del pensamiento. Además, textos como este plantean desafíos a la comprensión de nuestra diferencia histórica y cultural. A continuación una composición gráfica del texto del poema en griego y español, usando

TRADUCCIÓN ESPAÑOLA DE
ALFONSO GOMEZ LOBO
en su obra: Parménides, Charcas ed., 1985

Fuente de texto griego:
TLG: Parmenides Poet. Phil., Fragmenta (1562: 002)
“Die Fragmente der Vorsokratiker, vol. 1, 6th edn.”, Ed. Diels, H., Kranz, W.
Berlin: Weidmann, 1951, Repr. 1966.

Descargue el poema en pdf Poema Parmenides en Poema Parmenides bad boys

AMOR, EROTISMO Y ESCRITURA EN NOTAS DE NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA

 

A su disposición mi artículo Amor, erotismo y escritura en Notas de Nicolás Gómez Dávila

Resumen del texto

Luego de algunas consideraciones metodológicas sobre la escritura fragmentaria y el problema de perseguir un tema determinado dentro de una extensa obra fragmentaria, ras- trearé la relación entre amor, erotismo y escritura.

Cada uno de estos términos tiene un significado propio y un sentido en la visión gomezdaviliana de la vida humana y de la realidad completa. Además, todos ellos son ocasión de manifestación de la comprensión reaccionaria de la historia y de la sociedad. Si bien no existe una erótica reaccionaria, las dimensiones de la sexualidad, el erotismo y el amor se articulan en una teoría de la sensualidad orientada religiosamente. Dicho de otro modo, las meditaciones gomezdavilianas sobre el amor y el erotismo son capítulos de una teoría de la percepción y del sentido, de la realidad y del significado de los individuos.

Publicado en:

Nicolás Gómez Dávila: homenaje al centenario de su natalicio/editor científico, Bogdan Piotrowski. — Chía : Universidad de La Sabana, Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, 2017. e-ISSN: 2500-7661 (pp. 90-105)

Una introducción paradójica para el curso de Estética Antigua II-2017

La estética es una disciplina filosófica típicamente moderna. ¿Por qué hablamos entonces de Estética Antigua?

Cuando utilizamos estos términos suponemos que asuntos como lo bello – la obra de arte, la sensibilidad, el proceso creativo, la relación entre una obra y su audiencia, sus usuarios, la cultura en la que surge- han ocupado a todos los hombres en todas las épocas de la civilización y que existe una manera típica de la antigüedad greco- romana de pensar sobre estos asuntos, de experimentarlos, de vivirlos. Suponemos también cierta relación entre estas categorías y distintas manifestaciones de lo que en algún momento de la historia resolvimos llamar Arte. Es decir, suponemos que podemos desarrollar una reflexión sobre la relación entre conceptos como la belleza, ciertas prácticas artísticas y las formas de vida y organización social de un período histórico determinado. Veremos cómo el desarrollo crítico y reflexivo de nuestro curso ha de llevarnos a poner en cuestión cada uno de estos supuestosPrograma Estética Antigua II 2017