Recuerdo de Rosa Emilia Gómez al recibir la noticia de su fallecimiento.

No nos vimos muchas veces desde que nos conocimos. Recuerdo una conferencia de Franco Volpi en la Javeriana, la acompañé hasta el parqueadero y me pidió el teléfono y el correo electrónico. Se que estuvo en el desayuno del lanzamiento de Notas en el Museo del Chicó pero aquel día no nos presentaron. Sin embargo, cuando nos volvimos a ver en el congreso en homenaje al Centenario del nacimiento de su padre fue muy fácil acercarse y disfrutar de su sentido del humor y su sonrisa. En ese evento leí un trabajo sobre el amor y el erotismo en la obra de NGD, por entonces yo me refería a él como “Don Nicolás” incluso en textos académicos. Me negaba al confianzudo “Colacho” que solamente deberían usar unas cuantas personas cercanas a él. Rosa Emilia se rió mucho de mis pudores al leer sobre semejante asunto, intervino con un admirable desparpajo delante de los estudiosos insistiendo en que la obra de su padre era la de un hombre común y corriente, al que le afectaban las mismas cosas que nos afectan a todos y que en los Escolios ella encontraba rastros de la vida cotidiana y amorosa de sus padres, de sus alegrías y disgustos. Años después ella seguía burlándose de mi rubor al hablar del culto de su padre por el cuerpo desnudo. Con ocasión de ese congreso, nos invitó a un coctel de clausura, invitación impresa, fue la única vez que la vi en su casa.
Era alta y se movía con elegancia, su presencia no podía pasar desapercibida en el lugar en el que se encontrara y, al mismo tiempo, podía ser muy sutil y escuchar horas de discusión filosófica con la devoción y el respeto de quien se mueve por un profundo deseo de aprender. Cuando me contó que ella misma había realizado la Antología de los Escolios que Villegas publicó antes de lanzarse a la obra completa en cinco volúmenes quedé muy admirado y más cuando resumió uno de sus criterios : «dejé por fuera los que no entendía porque siendo una edición para el público en general si había un escolio que yo no entendía es de esperarse que otras personas tampoco lo iban a entender», me dijo riéndose. Esa antología es un buen resumen de los grandes temas de los Escolios y una bella puerta de entrada a la obra magna de NGD.
La misma admiración por su inteligencia y su constancia me produjo saber que cuando la familia contemplaba la venta de la biblioteca de su padre al Banco de la República ella misma hizo el inventario de esa biblioteca monstruosa en un archivo de excel gigante y perfectamente ordenado con los datos básicos de los volúmenes que llegarían con el tiempo a la BLAA a conformar uno de sus fondos más valiosos. Pocas veces una herencia cultural ha tenido una custodia más fiel y cuidadosa. Es un trabajo admirable y nos ha ayudado mucho a los investigadores, tanto como el muy completo catálogo de la BLAA. Esa biblioteca pudo ser infinita, pero ella pudo abarcarla con sus manos y sus ojos, a su manera.
Me contó varias veces que nunca tuvo vedado su acceso al santuario intelectual de su padre, que jugó en el piso mientras él leía, que a él le gustaba la presencia de los niños en la biblioteca. Allí recibiría NGD a sus contertulios los domingos en la noche durante varios años. Me contó que su mamá se limitaba a dejarles agua y café a los conversadores, «si quieren tomar algo más que lo traigan ellos», reía Rosa Emilia al recordarlo. Allí había visto intelectuales y políticos, enemigos en el congreso que luego se encontraban cordialmente hablando de libros en el ambiente que su padre disponía hospitalariamente. Con picardía recordaba llegar de fiesta y ver que los señores seguían hablando cháchara cuando ella ya se iba a dormir. La biblioteca en la que hicieron la cama de NGD para que no tuviera que subir las escaleras y se viera rodeado de “estos señores” ,como los llamaba, en los últimos días.
Recuerdo que en 2018 estuvo contenta con la publicación de Facetas y los demás libros de estudios sobre la obra de NGD, desde entonces nos comunicábamos de la forma más extraña para mi: messenger de Facebook , pero eso nos permitía chatear con esas pausas que uno puede tomarse cuando necesita pensar largo las respuestas. Con pausas de semanas enteras ella se tomaba su tiempo para responder mis preguntas sobre la vida de su padre, su relación con él, los años de juventud. Me contó del viaje de sus padres a Europa en 1949. NGD llevó a su esposa por Francia, Italia y España en automóvil, con un conductor, en Notas hay muchas referencias a ese suceso, pero ella sólo recordaba que lo que más le importaba eran los regalos que le trajeron.
Le conté de mi investigación sobre Notas, que me parecía de sus obras la más cercana a mi corazón. En ella siento a un hombre joven que se debate con los grandes problemas y al que todavía mueven pasiones profundas e intensas. Ella me dijo que le pasaba parecido, que reconocía la voz que habitaba esas páginas, de un hombre al que ella conoció y quizo, que después del tiempo comprendía mejor.
Ella me hizo uno de los regalos más bellos posibles: un ejemplar de la primera edición de Notas dedicado y firmado por ella. Estábamos en plena pandemia y no nos vimos para esa ceremonia de amistad y generosidad. Meses más tarde yo le llevé mi tesis doctoral empastada y con el correspondiente agradecimiento. Aún no era tiempo de visitas así que nuestro siguiente se pospuso pero no la comunicación. Ahora que se que esa visita no será en esta vida, espero que la siguiente nos permita cumplirnos la cita.

REG falleció el 21 de diciembre de 2022 en Bogotá.

Sobre Dos aguas de Esteban Duperly

El día en que llegó el libro por correo tuvo que esperar su turno, su tiempo, el ritual. Los libros valen como deseo, como petición, como pago, como envío, como espera, como cobertura, como epifanía también cuando quedan ahí, sobre la mesa, desnudos como su editor los trajo al mundo. Todas nuestras observaciones sobre ellos son pequeños placeres que vale la pena saborear.

La edición de Dos aguas de Esteban Duperly (Angosta, Medellín, 2018) (a mi me tocó la segunda reimpresión y eso me alegra) la edición, digo, es muy linda, todos los libros de Angosta lo son. Cuando este quedó ahí, azul y rectangular sobre la mesa se dejó ver un buen rato, revisados los detalles pude sentarme y darle mi tiempo, el primer capítulo (I de XIV y un Epílogo) me atrapó de inmediato. Por esos días también había llegado la noticia: cambiamos de ciudad, entonces el libro tuvo que esperar hasta que lo pudiera leer frente al mar. Así fue.

Aquí algunas observaciones y emociones que he podido decantar tras la lectura.

Dos aguas es una historia en la que las fuerzas de la naturaleza, múltiples, variables, rítmicas, implacables, se muestran elocuentes mientras albergan el laconismo de dos personajes humanos, hombres a la antigua, un habitante del lugar y un recién llegado. El Boga vive de escuchar su entorno, de regular sus esfuerzos en el pulso con el clima y los animales, el mar y los vientos. Bernhardt emigrante austriaco que trata de hacerse un lugar para sí y para su familia. Ambos se encuentran en el Golfo, donde el agua del río desemboca en el mar después de un lento paso por el sistema de ciénagas de un manglar: las dos aguas se adentran por un trecho en el mar sin mezclarse, hasta que ocurre.

No sabemos (y sabemos) dónde se encuentra el Golfo pero no importa que se diga explícitamente. Es un lugar lo suficientemente lejano y desconectado para que de las violencias y las luchas del territorio, del mundo en el que está situado, solamente lo alcancen como ecos. Esas guerras y esas luchas están en un trasfondo lejano, solamente emergen en la memoria de los personajes. Son los recuerdos de Bernhardt los que nos aclaran que la historia ocurre mientras el mundo se destrozaba en la Segunda Guerra. Bernhardt va reconociéndose judío según aumenta su sufrimiento y el desarraigo de su familia. El Boga se asume negro en los choques con sus vecinos y en la lucha por la tierra. No hay estereotipos ni clichés en la forma de narrar estos procesos. El paralelo es eso: lo que marcha al lado sin tocarse.

A los dos personajes les ha tocado irse retirando, cada uno ha tenido que buscar dónde vivir, producir un lugar en el mundo. Buscar un sitio en el que el único antecedente sean precisamente la tierra y los vientos, el mar y el clima, los sonidos y sus aves, las aguas y sus peces. Pero siempre hay un dueño previo, alguien reclama la propiedad o algo la impone. Cuando el blanco llega es un desplazado que desplaza al negro de su lugar. Lo suficiente para obligarlos a ser vecinos. Que se observan con recelo e insisten en no mezclar sus vidas, una curiosidad profunda los invade mientras cada uno mira al otro vivir de la única manera que conoce.

Mientras tanto los ritmos de la vida se establecen, las negociaciones y las solidaridades de las mujeres, con una generosidad fundamental establecen hilos tenues de solidaridad. La compañera del Boga, Flora ve las necesidades y conoce los remedios que Elise, Marianne, Fernanda, los niños no saben que necesitan. Cada grupo se guarda una lealtad básica mientras la vida y el Golfo les muestran su indiferencia. Observamos la competencia de fuerzas y lo que sale a la luz es la fragilidad de estos hombres tercos, que también es la de Moritz, el hermano que cojea, y de Markus, un sobrino que va haciéndose mayor.

El tiempo (el clima) va mostrando que ninguno de los hombres es tan fuerte como para ponerle condiciones a este espacio, la coquera, el manglar, las bocas del río, las playas. El Golfo despliega todo el espectro de sus fuerzas, la novela es una escucha atenta que encuentra los términos afortunados para cada situación, para cada especie con el nombre que le dan quienes la conocen, para cada cambio con el nombre que le tienen los que lo sufren. La historia encuentra palabras para la naturaleza como para la técnica y la tecnología, las bombas, los automóviles, los refrigeradores, las máquinas fotográficas.

La marcha paralela de las aguas y sus fuerzas se narra a la par que evoluciona la tensión entre estos hombres desplazados del mundo. Esta novela está escrita con atención y cuidado, con generosidad y sin moralismo. Es suficientemente sutil para dejar en el lector una clara necesidad de observar el mundo y sus fuerzas. Mientras tanto, las fuerzas internas de los personajes humanos luchan y se mueven. Estos se debaten con sus propias contrariedades y en su competencia con el otro que también es una fascinación. La mezcla que parece imposible, tal vez no lo sea del todo.

Esteban Duperly logra algo que es difícil (también es difícil explicar esa impresión) y es que ninguno de sus personajes resuelve propiamente su conflicto. Creo que el logro está en contar la historia sin que esa sea una estructura necesaria, no se trata de resolver, ni de reconciliar ni de hacer coincidir posiciones. Aunque este sea una drama de convivencias y vecindades, estas no se tramitan ni se superan, en su lugar, observamos múltiples turbulencias, las fuerzas se deshacen y rehacen en otros flujos. Esta narración de fuerzas inextinguibles se libera del orden de la redención en lo humano y del equilibrio en lo natural. Se trata de otra cosa que el lector alcanza a intuir.

A esa liberación narrativa corresponde también una liberación de las imágenes, no hay semejanzas sino resonancias entre las emociones humanas y los seres no humanos que la novela no deja de observar. Un sistema habla del otro pero no es propiamente una lógica metafórica o alegórica. Pero eso es para teóricos de la literatura. Yo sólo puedo decir que el lector tiene que hacer otras operaciones para entender y disfrutar lo que se le ofrece en el texto.

Agradezco esta novela y el cuidado de su construcción, es un éxito. Habiendo atravesado las tensiones de tantas fuerzas hasta percibir el conjunto estoy listo para la relectura.

La fe en la ficción hace una novela

A propósito de Cartas abiertas de Juan Esteban Constaín

Estoy seguro de que una conversación con Juan Esteban Constaín puede prolongarse hasta el infinito, que los callejones de la memoria se bifurcan cuando uno discurre a su lado, que incluso puede resultar grato tropezar en algún recuerdo empedrado porque algo así tiene la gracia de multiplicar el tiempo o por lo menos de desplegarlo. Él tiene esa virtud, poder perseguir una idea cuando aparece en medio de la persecución de otra. Finalmente todas resultan ser visiones conectadas en virtud de la armonía preestablecida de una escena. De repente nos damos cuenta que hemos recorrido una habitación o un continente y hemos contemplado el mismo gesto o el mismo instante desde más puntos de vista de los que podemos contar. 

Escribo esta impresión general no porque haya llegado a un descubrimiento, a un victorioso eureka. Escribo porque intuyo lo que viene, más adelante. Los libros por venir. La conversación continúa y la escena que me interesa tiene aún muchos detalles por iluminar. Una escena en la que muchas voces se encuentran, en la que las voces de los personajes presentes evocan a los que ya no están, un conjuro que no acaba. 

Cartas abiertas es una novela plena. Lo es porque se sabe una novela y nos lo dice todo el tiempo, ella misma y no el narrador. Porque es la historia de quien hace su vida creando ficciones que entran en las vidas de los otros y las modifican, casi siempre para bien y con plena conciencia de la gratuidad y del Don. Los novelistas crean mundos y triunfan cuando esos mundos son consistentes, el mundo de Don Marcelino Quijano y Quadra, el personaje principal del Cartas abiertas es consistente y se arriesga sostenido por la fe en la ficción.

En la novela se intercalan muchas historias, antiguas como Tales de Mileto, recientes como la de una Navidad en la Primera Guerra Mundial, historias que continúan como la de la búsqueda que la paz [spoiler], historias eternas como una conversación de tres grandes amigos escritores … 

Un hombre va a buscar ayuda para un amigo y la encuentra, aunque no sea exactamente la que esperaba en principio. Los personajes aprenden cosas y aceptan otras. Entienden sus lugares en el concierto de las cosas y en las épocas que pasan solamente para superponerse en los nuevos espacios. La literatura se hace guía de viaje escrita hace siglos para ciudades por las que nos movemos hoy, descubriendo sus fantasmas y sus secretos. También guardándolos.

Se trata de una novela que se pasea por América del Sur y por Europa, que hurga en la historia remota y reciente y que construye con recortes y fragmentos un retrato de lo que somos, porque está hecha mirando a Colombia con muchos ojos, con cierta insensatez a veces, con picardía siempre, con gracia y lucidez.

Sólo escribo para dejar constancia del placer de esta lectura. Un libro grato que colorea el tiempo y despierta la memoria de muchas voces y muchos lugares. Una conversación que ha de continuar con un amigo escritor que parece disfrutar mucho contar bellas historias. Habiéndole seguido la pista de libro en libro y de columna en columna ya me imagino que lo veo ganar fuerza y hacerse dueño de su espacio y de su voz. Lo puedo decir así porque soy diez años mayor y, por lo tanto, lo veré siempre como un joven escritor. Lo que puedo decir es que hace rato es una promesa cumplida. Una que se cumple en la vida cotidiana y en las ocasiones especiales. Puedo decir, como todos los admiradores, como los hinchas, que espero no el próximo sino los próximos libros de @Aulogelio y deseo que sean muchos.

Elementos para conversación política sobre el perdón: las contribuciones de Jacques Derrida al planteamiento del problema

En días pasados, un asunto de interés filosófico llamó la atención en la conversación política colombiana . El candidato presidencial Gustavo Petro usó la expresión Perdón social y se refirió a la obra de Jacques Derrida.
La cuestión del Perdón tal como la plantea y replantea Derrida es muy interesante y puede hacer grandes aportes a muchos de los problemas sociales y políticos que estamos llamados a considerar como sociedad.
En nuestro país hemos sufrido violencias continuas y prolongadas, procesos altamente complejos de guerra y de paz que han dado lugar a dolores y heridas, a crímenes y experiencias del mal y la crueldad. En esos procesos se han contemplado formas de justicia transicional y de búsqueda de la verdad y la reparación de las víctimas. Estamos pendientes aún de los productos de dichos procesos que parecen diferirse indefinidamente.
Estas situaciones y todos sus procesos conexos han generado escenas de perdón: actos y espacios en los que se ha pedido perdón y en los que se ha concedido el perdón. ¿Cómo es posible algo así? Es posible hacer muchas preguntas cuando observamos los encuentros y desencuentros de quienes han sido víctimas y victimarios en procesos como la complicidad entre el paramilitarismo y la política, la larga historia de crímenes de los actores armados en alianza con las formas del narcotráfico, el despojo de tierras, el desplazamiento forzado de personas tanto al interior del país y hacia el exterior.
¿Qué se perdona? ¿A quién? ¿Quién perdona? ¿Qué se necesita para perdonar o ser perdonado? Estas preguntas han dado lugar a muchas respuestas y quienes se han ocupado de ellas no han estado de acuerdo. Derrida dedicó varios años de su seminario de 1997 a 1999, revisó tanto las escenas como las teorías y esta revisión lo llevó a considerar el perdón como una noción aporética, una noción que para ser pensada debe comprenderse como sin salida.
El perdón está signado por las paradojas y le corresponde un destino imposible. El perdón es imposible y sólo es posible perdonar si se nos enfrentamos a que sólo se perdona lo imperdonable. Esto es lo que hay que pensar, esta es la dificultad común a las diversas preguntas que se hizo Derrida sobe el perdón y las violencias, las heridas y los males sobre los que investigó. De lo que se trata es de pensarlas y recorrerlas y observar la gravedad de la dificultad.
A continuación presento mi rápida traducción de una síntesis apretada pero virtuosa realizada por un portal dedicado al estudio de la obra de Derrida. A los interesados en la cuestión puede interesar enterarse de estos diez puntos. Además sugiero la lectura de El siglo y el perdón, una entrevista en la que Derrida señala varios aspectos de esta dificultad radical.


Diez puntos sobre Derrida y el perdón a partir de la síntesis del portal idixa.net Derridex – índice sobe los términos y la obra de Jacques Derrida

  1. Dos polos del perdón: perdón puro y perdón transaccional

El perdón puro es un concepto excepcional y extraordinario que se puede relacionar con la hospitalidad pura. El perdón puro no está prescrito por ninguna norma ni por práctica social alguna. El perdón así entendido es incondicional, irracional y no supone ni el cálculo ni la transacción ni obligación, ni excusas ni exigencia o petición. Es ilimitado y absolutamente desinteresado. Es una especie de locura la que perdona lo imperdonable, sin justificación, sin sacar ventaja ni reparación.
Se puede relacionar con el derecho de gracia del soberano del perdón puro porque el soberano no encuentra ninguna ventaja en conceder esta gracia ni política, ni económica ni de prestigio. Es claro que este no llega nunca: el perdón soberano en la práctica nunca es incondicional. Si lo fuera el soberano debería renunciar al poder en el momento mismo en que lo ejerce. Esto conduce a la formulación de la primera aporía del perdón: entre un perdón efectivo que supone algún poder soberano y un perdón de tal nombre sin poder ni soberanía, la incompatibilidad es irreductible.
El perdón transaccional se puede traducir por una decisión, una negociación, una petición o cualquier otra forma de contrato. Cualquiera que sea la razón: piedad, misericordia, reconocimiento, redención, confesión, arrepentimiento, pedido de reconciliación o expresión de un arrepentimiento, que las escenas se representen con la máscara de la generosidad o de la compensación, todas ellas son transaccionales. Suponen una identificación especular en la que aquel que pide el perdón (el culpable) transfiere al otro (la víctima) la responsabilidad de la falta. Debe por tanto hablar en su lugar. La falta circula, se reenvía del uno al otro en una economía circular. La falta no desaparece, el mal se mantiene inolvidable e imperdonable. Esto conduce a la segunda formulación de la aporía sobre el perdón: no se puede pedir o conceder perdón sin hacer que el otro cargue con la falta.
Aunque en la práctica un perdón efectivo no se decide más que sobre la base de un compromiso o de una negociación, este supone siempre el horizonte de un perdón puro. Los dos polos del perdón son indisociables. En los dos casos, la deuda no se anula jamás, el culpable sigue siendo culpable. Aun si se le presenta como un veredicto, un punto final o incluso como una última palabra, el perdón no juzga, no salda las cuentas. No puede ni poner fin a los remordimientos del culpable ni convertirlo en inocente.

  1. Constitución del sujeto, perjurio

Jacques Derrida denomina perdoneidad (pardonnéité) o passibilidad (passibilité) a la experiencia temporal del perdón, la cual para él no es solamente una relación entre un pasado y un presente, entre la deuda y las compensaciones posibles, sino la constitución misma del sujeto, su relación consigo mismo, su memoria, su culpabilidad, sus esperanzas, sus experiencias como persona, como humano, como ciudadano. El movimiento del perdón no es solamente ético o religioso, supone lo irreversible, lo inolvidable, lo imborrable, lo irreparable, lo inexpiable, etc. Ante el acontecimiento del perdón se encuentran la deuda, la falta, el perjurio y una pasiva petición de perdón.
El perjurio no es un accidente. Está desde el principio inscrito en la estructura de la promesa/juramento: ante toda falta determinada por el simple hecho de serlo hay que pedir perdón. Desde el nacimiento la expiación es imposible, debo acusarme de perjurio, debo redimirme, transfigurar mi falta, pedir perdón a la colectividad, debo invocar a otro, a un tercero, un testigo o a un Dios – a sabiendas de que la respuesta no llegará jamás – y que habrá que soportar esta experiencia de lo imposible.

  1. Acto performativo: en todo acto de dirigirse al otro hay un pedido de perdón

Decir perdón, pronunciar esta palabra, no es simplemente una expresión, es un performativo, un acto del lenguaje. Jacques Derrida reivindica este acto en su enseñanza. Perdón, sí, perdón, estudiar el perdón también es solicitarlo, pedirlo.
No puedo dirigirme a otro a menos que este tenga fe en mi, si sospecha un falso testimonio, una mentira o un perjurio, mi petición de perdón pierde toda credibilidad. Entonces, no puedo jamás garantizar de manera certera y absoluta que no me engaño a mi mismo, que en mi no hay equívoco o mala fe. Debo comenzar todo llamado, toda interpelación al otro con un pedido de perdón que no es del orden del saber ni del hacer-saber sino de la confesión. Confieso pero no puede haber respuesta ni réplica que esté a la altura de esta confesión y si el perdón no se me puede conceder jamás, entonces lo imperdonable, lo irreductible, afecta toda relación con el otro.

  1. Acto soberano, por encima de la ley, espiritual

El perdón es un acto soberano. En una lógica de excepción infinita y absoluta, pertenece a la realeza, es todo poderoso, se ubica por encima de las leyes. En las democracias laicas la posibilidad del perdón excepcional pasa, a pesar de su origen, a través del derecho de gracia. La práctica más ordinaria del perdón, si la hay, es de dominación, no es disociable de una dimensión de poder. En la expresión te perdono hay generosidad pero también un deseo inconfesable de tomar al otro desde lo alto. Basta que sienta una preferencia -sea por mi familia, mi vecino, mi compatriota, mi correligionario o mi amigo, basta que a través de mi perdón pase un deseo de soberanía para que esta dimensión de dominio, se exprese un deseo de imperio o de servidumbre.
Perdonar es situarse desde el principio por encima del derecho, por encima del poder humano. Como en una oración o en una bendición el que perdona apela a una potencia superior. Busca elevarse ante el otro, ejercer un poder que sea además superior a la autoridad de los hombres y de las instituciones. El poder que ejerce es absoluto, desde lo alto hacia lo inferior. En esta escalada se afirma un poder espiritual, supratemporal, trascendente. No se trata de encontrar un compromiso sino apuntar a lo más alto, elevar, idealizar o sobrepasar la justicia ordinaria. Este movimiento queda encerrado en la lógica judeocristiana de la sublimación (la Aufhebung hegeliana).

  1. ¿Quién puede conceder el perdón?

Ninguna institución puede decidir el perdón, ningún colectivo, ningún pueblo. Solamente una víctima puede concederlo o rechazarlo en la singularidad de un cara a cara con el que lo pide. La petición es necesaria pero no suficiente. En la ética corriente se puede exigir, además, un castigo, una sanción, una confesión, un remordimiento, un arrepentimiento, una expiación. Esta es la concepción penal del perdón. Pero según una ética diferente, hiperbólica, el perdón no es condicional sino incondicional. Puede ser concedido incluso a quien no lo pide. Esta doble axiomática no reside en dos herencias diferentes sino dentro de la misma herencia judeocristiana. Es una paradoja, una aporía.

  1. Lo imperdonable, lo imprescriptible, lo inexpiable

La noción de imprescriptibilidad, introducida en el derecho francés en 1964, ha sido posible por otro concepto jurídico: el crimen contra la humanidad que data del proceso de Nuremberg (1945). No hay que confundirla con la experiencia de lo imperdonable que, al contrario, suspende el orden habitual del derecho. Lo imprescriptible prohibe el borramiento social de la falta (la prescripción) pero, en principio, no prohibe el perdón. Al excluir toda reparación, conciliación, reconciliación, los dos valores pueden cruzarse sin confundirse. Independientemente de todo contexto legal una herida abierta vuelve al perdón imposible, ilusorio, mentiroso y aunque la herida cicatrice esto no anula la falta que se mantiene imperdonable.

  1. El perdón imposible, el Qué imborrable y la llamada al Quién

El perdón no anula la falta. Que se lo pida a otro, al prójimo, o a Dios, que sea concedido o no, el resultado es el mismo, es imposible. El crimen permanece y con él la falta, imborrable. Esta ha tenido lugar, se escribe como tal, es un acontecimiento inscrito definitivamente en el pasado sobre el cual ningún acto, ningún gesto, puede tener impacto. Aquel de pide perdón se dirige a un «Quién», pero este «Quién» al que se dirige no tiene ningún impacto sobre el “Qué” que permanece impronunciable, indecible. De una parte el “Qué” (la falta) parece separarse del “Quién” (el culpable), pero de otra parte son inseparable, pues para que el perdón pueda ser pedido hace falta que el crimen haya sido cometido por un “Quién”. El hecho es indisociable del autor.
A este otro que hace silencio no se le puede pedir el perdón, se borra y se retracta. A Dios tampoco se le puede pedir pues no responderá, la decisión quedará como un asunto entre Dios y Dios. Por sí mismo, al identificarse como víctima siempre es posible preguntarse quién es este yo que pregunta. Es un sí mismo dividido, des-multiplicado. No basta tener derecho a pedir preguntar, hace falta además tener el poder de responder.
La cuestión del perdón es la cuestión de lo imposible de la que Derrida dice que es la apuesta de su seminario no solamente su seminario sobre el perdón (1997-99) sino de todos sus seminarios y tal vez de toda su enseñanza. El perdón puro es imposible y por eso hay perdón. Hay que hacer posible el más imposible de los imposibles gracias a un nuevo orden de lo posible, un poder más poderoso que el poder de un orden distinto al del poder. Esto supone, más allá del bien, más allá del presente del ser, un llamado dirigido a un Quién, una persona, una singularidad.

  1. Un retiro secreto, silencioso

Pedir perdón es retirarse ante el otro, pero como nunca podemos decirlo todo, confesarlo todo, debemos excusarnos. «Perdón por no querer decir» escribe Derrida. Es una frase inacabada, imparable, en la que nunca se sabe quién la enuncia ni a quien va dirigida. Cuando se pide perdón, incluso si no se desea ocultar nada, se guarda una parte de silencio y por tanto una parte de culpabilidad. Está lo que confieso y lo que no, lo que guardo secreto y que puede ser peor, imperdonable. El perdón efectivo supone siempre esta posibilidad.
Y puesto que el otro, mi doble especular, no puede conceder más que un perdón transaccional, debo replegarme sobre mí mismo. Es lo que hace Kafka en la su Carta al padre, o incluso Dios cuando se arrepiente de la terrible sanción del diluvio. En su fuero interior, se pide perdón y concede a Noé su bendición y su alianza. Pero este acto soberano, narcisista, excepcional, este acto de perdón puro también reconoce la falta. Dios, al semejar al arrepentimiento (techouva), un pedido de absolución, deja al hombre esta soberanía en nombre de la cual lo ha creado.
Para el elegido, el perdón exige una responsabilidad sin fin. Invita a hacer lo imposible, debe aceptar todo al confesar que no puede. El perdón queda así furtivo que sella la alianza con el arcoíris.

  1. La Shoa, el mal radical

En noviembre de 1997 Jacques Derrida comienza su seminario sobre el perjurio y el perdón con un análisis de los textos de Vladimir Jankélévitch sobre la Shoah como acontecimiento histórico, y también como experiencia vivida, vuelta a sentir, inolvidable. Expone seis veces la primera sesión en los meses que siguen: dos veces en Polonia donde visita el campo de Auschwitz, una en Jerusalén donde visita a la fundación Yad Vashem y dos en Sudáfrica, algunos años tras la abolición del apartheid (1991). Como lo dice en Jerusalén, su esfuerzo por pensar lo perdonable, la sobrevivencia, la hospitalidad y también la deconstrucción es indisociable de una referencia omnipresente a la Shoah como figura del mal radical, de lo imperdonable por esencia. Allí donde, según la lógica de Vladimir Jankélévitch, el perdón parece imposible es justamente donde, según Derrida, comienza su posibilidad como tal. Un perdón condicional, concedido con reservas a condición de un arrepentimiento o de una expiación, no sería más que un ejercicio de intercambio, una economía; pero es al perdonar lo monstruoso y lo irreparable que interviene el perdón como excepción, interrupción del derecho. El problema, por relación a la Shoah, es que nadie puede perdonar en lugar de las víctimas.

  1. El perdón por la obra

Analizando dos celebres textos titulados Confesiones – firmados por J. J. Rousseau y San Agustín- Derrida observa que ambos han cometido a cierta edad (16 años) un robo, un pequeño hurto, que podría haber contribuido a desencadenar, más tarde, su compromiso con la escritura. Ellos reconocen que el mal que han cometido, aceptan la sanción, pero no pueden impedir disfrutar . Es por eso que piden perdón por la singular modalidad de una obra. Pues un acto de palabra no es suficiente para excusar. Hace falta, además, una herida, una interrupción, una ruptura en el orden del tiempo, un acontecimiento datable. Una escena de perdón que se limite a la automaticidad de un “me excuso” o a la evidencia de un saber, sería peligroso, terrorífico. Excusarse sin transformarse, sin arriesgar una conversión, sin obra, sería una blasfemia, un perjurio. Si la obra tuviera la última palabra esta podría hacernos inocentes pero la última palabra no existe. Siempre hay otros destinatarios, otras interpretaciones.

Confianza y cautela

Meditaciones ante el proceso electoral colombiano.

Un proceso difícil

El domingo 13 de marzo fui jurado en las elecciones para congreso que incluían las consultas interpartidistas para candidatos presidenciales. Lo hice como voluntario ante la solicitud del consulado. Fue una experiencia interesante y distinta a otras en las que ya había prestado el mismo servicio, algo común para los profesores universitarios. La organización del evento fue satisfactoria. Durante la semana los votantes tuvieron la opción de votar en la oficina del consulado y el domingo se dispusieron 27 mesas en un centro comercial conocido y bien ubicado al que la gente acudió, la participación fue significativa pero no multitudinaria. Creo que tuve mucha suerte con mis compañeros de mesa, gente amable y respetuosa, también eran voluntarios y tenían la mejor disposición para la tarea. Nos pusimos de acuerdo sobre la función de cada uno en el proceso fácil y rápidamente. Instalada la mesa y con la llegada de los primeros votantes nos dimos cuenta de la dificultad que tenía esta elección pues cada ciudadano tenía que tener varias decisiones claras y realizar varios procesos que estaban lejos de ser fáciles, especialmente para personas de cierta edad. Para el senado había dos tarjetones, tres para la cámara y tres para la consulta. Además, los ciudadanos debían tomar la iniciativa en el caso de la consulta. Las preguntas y las dudas de los electores fueron muchas y frecuentes y la situación no hacía fácil responderlas y menos para los jurados que deben abstenerse de responder para evitar la posibilidad de la coacción al elector. Sin embargo, la jornada se desarrolló de forma fluida y las 4:00 pm llegaron sin mayor novedad. El conteo de votos y el diligenciamiento de los formatos fue una tarea compleja y extenuante (además de la destrucción del material electoral no utilizado), vaciar las urnas, contar los votos, clasificar los tarjetones, proceder a los conteos usando el documento cuenta-votos, verificar, llenar los formularios, revisar y llenar los espacios vacíos con guiones o asteriscos. En mi mesa terminamos cuatro horas después, no fuimos los primeros ni los últimos del puesto, seguramente otras personas necesitaron mucho más tiempo. Muchos factores pueden haber influido en eso, por ejemplo el número de votantes que efectivamente votó en cada mesa parece haber sido significativo entre las mesas de personas adultas mayores. Al llegar a casa los noticieros y las redes compartían los resultados que pronto serían cuestionados. En cuestión de horas la complejidad del proceso reveló los fallos y errores que podían cometerse en un proceso difícil y complejo. La manera en que la Registraduría planteó la elección y diseñó el proceso resultó ser más un obstáculo para la expresión de la voluntad popular que un canal para el ejercicio eficaz del derecho al voto. Además de estas dificultades que generan muchas dudas, desde el día de las elecciones se han planteado cuestiones sobre fraude, legitimidad de las instituciones e incluso incitaciones al golpe de estado. En la actual situación social y política colombiana es importante reflexionar sobre la participación en las elecciones y las condiciones morales de dicha participación.

Entre la confianza y la cautela

El espacio y las interacciones en las que se encuentran las personas que participan en una elección no son típicas y aunque están altamente reguladas y llenas de instrucciones quienes tenemos que realizarlas podemos tener dudas y dificultades.Aunque hay mucha información e instrucciones disponibles es muy común preguntarnos ¿qué debo hacer? no solamente en sentido procedimental sino en sentido ético. En el caso colombiano hay que sumar un elemento, tal vez un conjunto de elementos. Lo que hace nuestra diferencia específica nos plantea una dificultad extra: cargar a cada paso de nuestra vida social y política con una larga historia de violencia y los hábitos y los valores que ha engendrado en nosotros. Ser ciudadano colombiano implica realizar muchas negociaciones consigo y con los otros, algunas pueden ser tácitas y otras explícitas, y en ellas nuestras decisiones tienen un porcentaje grande de apuesta. No sabemos cómo va a actuar nuestra contraparte ni qué va a resultar de esas acciones. Para moverse en nuestro país, para relacionarnos con nuestros compatriotas, más vale ser cauto. Esto no quiere decir que se deba evitar la confrontación sino que incluso cuando estamos dispuestos a enfrentar un debate, un disenso radical, una protesta, no sabemos en qué punto la respuesta a nuestros gestos y palabras será la violencia letal de otros civiles o del estado.

Hay una paradoja o por lo menos una tensión entre la confianza y la cautela. Una parte de nuestras acciones es apuesta o un acto de fe. Eso ocurre en todas las sociedades, esos actos de fe o de confianza están a la base todos nuestros convenios, del crédito, de la fe pública, construimos nuestras vidas individuales y colectivas confiando en que las personas honrarán sus compromisos, que los plazos se cumplirán y que los documentos son auténticos. Cuando refrendamos todos esos procesos nuestra confianza se transfiere a la autoridad que actúa como su depositaria. Pero nosotros tendemos a extremar la cautela o a prepararnos para la confrontación. Nuestra cautela extrema, nuestra desconfianza, son síntomas de que algo está mal o que nos cuesta mucho trabajo. He escuchado de muchos conciudadanos la expresión he perdido la fe o que tal o cual institución, el estado mismo, no les inspira confianza. Eso es grave, sí pero la credulidad y la fe ciega en esta circunstancia, en todas, es simplemente insensata.

¿Cómo enfrentaremos las pruebas de confianza que vienen en los próximos meses? Mi pregunta podría expresarse en términos de ¿qué problemas tendremos que plantearnos como ciudadanos en los procesos electorales que nos quedan este año? Escribo esto más para aclarar el panorama de los problemas que para dar solución a los mismos, creo que algo ganamos cuando tratamos de plantear el problema que enfrentamos, cuando tratamos de no confundirlo con otros.

Preguntas morales de un ciudadano

Necesitamos distinguir los problemas de la ciudadanía que conciernen a su ejercicio y a los actos y decisiones que son del fuero individual del ciudadano, a la forma en que enfrenta sus propios actos, aquellos que domina y de los cuales puede considerarse responsable. No estoy considerando ni los actos en los que el ejercicio ciudadano implica la acción colectiva ni la relación entre el ciudadano con instituciones o el estado mismo. Estos problemas existen y son relevantes pero hoy no creo tener elementos suficientes para elucidarlos (habría que meditar sobre el estallido social y lo que ha ocurrido desde entonces hasta hoy, por ejemplo). Estoy meditando sobre las acciones y decisiones que corresponden al ejercicio de nuestro vínculo social y al rumbo de nuestros asuntos comunes y que son acciones y decisiones que dependen de cada uno, están en nuestro poder y somos responsables por ellas.

Si bien de estas acciones somos fuente y principio, somos autores y responsables en sentido básico, en estas acciones no estamos solos y su moralidad no obedece únicamente al modo en que un sujeto se expresa o se manifiesta. En estas acciones no estamos solos porque en estas acciones estamos ante otros, muchos otros que nos interpelan y nuestras decisiones asumen un carácter moral en la medida en que incluimos esas interpelaciones en nuestra deliberación sobre lo que debemos hacer. En nuestra deliberación debemos incluir no solamente a los conciudadanos en sentido general o abstracto. Ciertamente los tenemos presentes cuando consideramos nuestros deberes y las decisiones que se siguen de ellos, pero esta consideración es abstracta, formal, no necesita tener un rostro concreto para ser vinculante. En este caso hay rostros y nombres, historias, injusticias concretas que deben ser consideradas y que no podemos ignorar al deliberar sobre cómo hemos de comportarnos en los próximos meses como colombianos.

Las historias de las víctimas de la violencia de años nos interpelan, las injusticias cometidas, juzgadas o no, están pendientes y debemos contar con ese factor. Al pensar sobre si votar y cómo y cómo conducirnos en esas situaciones. Ante nosotros está la situación de los acuerdos de paz y la suerte que han corrido sus firmantes y los riesgos que corren hoy, en distintos territorios del país quienes han perseverado en los procesos. Ante nosotros están las personas que no podrán tomar la decisión de votar o no porque en su región hay grupos armados que lo impiden. Ante nosotros, están los ciudadanos que cuentan con que sus conciudadanos cumplan la ley y respeten sus derechos. Ante nosotros, interpelándonos silenciosamente y como una posibilidad, están los que aún no llegan y que deberán hacerse una morada en el país que les legaremos.

Estas presencias que tal vez aparezcan en nuestra deliberación demandan un compromiso con nuestras reflexiones y nuestras decisiones, no nos señalan qué hacer ni dicen cuál es la respuesta pero piden que tomemos estas preguntas con la mayor seriedad y tratemos de estar a la altura.

Las preguntas del votante

¿Votar o no votar?
¿Ejercer la función de jurado? ¿Cómo?
¿Ejercer la función de testigo electoral para un partido?
¿Promover el ejercicio del derecho al voto en nombre de un partido, movimiento o candidato? ¿Cómo?
¿Comunicar el desarrollo de lo que queda de la campaña y las jornadas electorales que restan?

Todas estas actividades invitan a consideraciones que no deben ser solamente estratégicas. No se trata de lo que hay que hacer para ganar o para impedir que otro gane. Se trata de lo que hemos de hacer para cumplirnos a nosotros mismos y a nuestros conciudadanos. No hay una sola respuesta válida a estas preguntas pero lo que todas reclaman es una meditación cuidadosa sobre nuestras decisiones, nuestras acciones y su sentido.

Una de las escenas que más observé repetirse el pasado 13 de marzo era la de una persona preguntando en voz alta a sus acompañantes “¿entonces qué es lo que tengo que hacer?” Sus acompañantes procedían a darle instrucciones, en muchos casos acercándose peligrosamente a los espacios en los que los votantes deben estar totalmente solos y emitir su voto con plena libertad y a consciencia. La escena es de una persona renunciando a su agencia, autodeterminación y sobre todo a su responsabilidad . Las consideraciones que hay que hacer para votar son muchas y requieren que nos informemos, juzguemos, investiguemos y que asumamos sobre nuestros propios hombros las responsabilidades de votar o no, votar por este o aquel, etc. Hasta el momento de entrar en el puesto de votación podemos discutir nuestras opciones con otros, pero al entrar al puesto estamos solos, aunque tantos nos acompañen en la memoria.

Las preguntas del jurado

Los ciudadanos que prestan el servicio como jurados tienen que hace unas consideraciones adicionales. Lo ciudadanos que han sido designados como jurados tienen un deber. La función que van a desempeñar no se refiere su libertad o sus deseos. A los jurados no les corresponde deliberar sobre las acciones que les están permitidas sino conocerlas. De ellos se espera diligencia en la ejecución de sus funciones. Deben comprenderlas y poner todo su empeño en cumplir el objetivo del proceso. Para quienes sirven a sus compatriotas y al estado, el objetivo es velar por que sus conciudadanos obren libremente al votar y puedan hacerlo sin obstáculos. Esta situación no quiere decir que el jurado no tenga preguntas que plantear y decisiones que tomar, pero, si el jurado tiene claras sus funciones y su compromiso con el objetivo la cuestión es simple. Se trata de cumplir.

El servicio del jurado depende de un compromiso especial de índole moral personal, el ciudadano debe tener muy claro que su posición de custodia del proceso y de los documentos no debe servir para que su opinión y sus opciones se favorezcan, su trabajo no le permite manipular el proceso, ni los documentos, ni la información para favorecer a otros. Así como el ciudadano particular puede encontrarse con personas que traten de influir sobre él para que vote de tal y cual manera, o se abstenga de hacerlo, por medio de amenazas o de violencia o de oferta de dinero o regalos y estas situaciones atentan contra el voto libre. Así también los jurados pueden encontrarse con personas que les propongan manipular el proceso, los documentos o la información para favorecer a alguien. En el jurado mismo puede haber personas que traten de organizar los procesos para favorecer a alguien. Esto puede causar confrontaciones graves.

En nuestro país esto ha ocurrido de muchas formas y muchos ciudadanos han sido puestos a prueba y han corrido grandes riesgos en tales circunstancias. Quienes libremente votan y quienes libremente ejercen como jurados son personas privilegiadas en la medida en que no enfrentan violencia ni amenaza y pueden cumplir su deber de forma inmediata. Los ciudadanos que sufren presiones con dinero o violencia se encuentran cara a cara con la violencia más antigua en nuestro país y resulta muy difícil exigirles un sacrificio. Y sin embargo existen formas de dejar constancia de estas violencias y dar a conocer estas irregularidades. Las personas que presionan a otro para que vote de determinada manera defienden su acción de muchas formas. Abundan los argumentos y las excusas para justificar una inveterada corrupción del sufragio. Una especie de cinismo anima al corruptor y al corrompido. Todo está tan mal que lucrarse por esta vez con la pereza y la indiferencia de los otros ciudadanos que no ejercen su derecho no parece estar mal del todo. Esta no es una mera contravención, ni siquiera una trampa, es un acto de violencia de enormes consecuencias pues atenta contra la posibilidad misma del estado.

El ciudadano ante la crisis institucional

Desde las elecciones hasta hoy lunes festivo 21 de marzo el clima político e institucional se ha deteriorado notablemente. A los errores y dificultades del proceso se suman problemas en el escrutinio y en las últimas horas el anuncio de un reconteo general por parte de la Registraduría. Los pronunciamientos de los líderes políticos muestran un panorama crítico. De nuevo la cuestión de la confianza y la cautela se hace presente pero ahora parece que se trata de la relación de los ciudadanos con las instituciones. Los partidos y movimientos se acusan unos a otros, las dudas sobre la Registraduría crecen cada minuto, las preguntas sobre la posibilidad misma de la democracia se plantea y replantea en nuevas versiones cada vez que se consulta la opinión de un actor político. Las reflexiones morales sobre la situación y cómo enfrentarla se hacen muy difíciles en este punto. Agradezco la contribución de los lectores con opiniones, información y nuevas preguntas al respecto.

Sueño con escribir (primera parte)

I.

No es una metáfora, he soñado varias veces en las últimas semanas no sólo con las preguntas y los problemas sobre los que quiero escribir sino con el acto mismo de escribir sobre ellos. Sueño que tomo la pluma (todavía) y que dejo huellas sobre el papel, aunque nunca vea claramente lo que escribo, la sensación de haberlo hecho queda. También sueño con que envío una versión electrónica a un amigo que me devuelve un comentario, tomo nota y publico, como aquí. Sueño con el problema, con la escritura análoga y digital, con la interlocución y con la publicación on-line. El otro día desperté y durante algunos minutos estoy seguro de haber sentido un sentimiento de satisfacción, algo parecido al orgullo de haber por fin sido capaz de decir eso. Pero no duró, me di cuenta muy rápido de que había sido un sueño. Una amiga a la que le conté la experiencia sentenció que un psicoanalista haría maravillas con esta historia, bien puedan. Sin sicoanálisis igual me quedé pensando en el sueño y en los sentimientos que lo acompañaron. 

Para los académicos -¿lo soy, lo fui? O como diría El Flecha: “lo soy, pero ahora no lo soy”- Para los académicos, digo, la escritura alcanza unos niveles de fantasía y de delirio que me queda muy difícil explicar. La escritura parece un medio, cuando se cuenta y se registra, cuando se ofrece o se compromete, cuando se manda el abstract o se participa en la convocatoria, cuando se llena el plan de trabajo, cuando se hace una propuesta. En todos esos rituales hay una escritura que compromete una escritura futura que nunca llegará aunque llegue, aunque se publique y se cuente y se registre. Escribir es un objeto de deseo y su posesión/elaboración es para muchos de nosotros un drama. Un drama que se extiende a todas las esferas de la vida y en todas deja su huella, somos nuestro intento siempre fallido de escribir. A la vez, la escritura se imagina como realización, plenitud, felicidad. Por fin poder escribir, es un sueño. Por fin poder escribir sin prometer que voy a escribir. Escribir como apuesta y como sorpresa, como ejercicio y como indagación: nunca más como proyecto

Este problema se conecta con muchos otros de la vida académica, que no son laborales ni académicos, ni económicos ni sociales ni políticos. La academia como tantas formas de vida o tipos de empleo en el capitalismo tiene muchas promesas maravillosas, vive de la inspiración pero puede herir mucho el alma de quienes se entregan a ella. Para sobrevivir en la academia hay que tener una enorme tolerancia al fracaso, nos dicen. En mi opinión la vida en la academia es una permanente experiencia de fracaso y de insuficiencia, de falta, una competencia que no puede ganarse. Si uno puede convivir con esa dolorosa conciencia está hecho para ese trabajo. Confieso que fui capaz de hacerlo e incluso de disfrutarlo, que no lo he abandonado del todo, que he ayudado a otros a hacerlo y a sobrevivirlo. No pude haber tenido otro oficio, pero eso no hace que duela menos y que no haya convivido tres décadas con el Lado Oscuro de mí mismo y de esa actividad. Es como acostumbrarse a ver un demonio agazapado en la esquina de la habitación, siempre, el terror nunca se va, pero aprendes a trabajar en su presencia. 

Hay un gozo sin embargo, no se si compensa lo otro, seguramente no. Hay un gozo en teclear esto y en firmarlo, en dejarlo a disposición de otros y apostar a que tal vez alguien lea, comente, insulte o alabe o aproveche o llegue al fabuloso y hipster “meh”. Hay un gozo aquí, el gozo del que apuesta que se parece al gozo del que se rinde. No pienso en el derrotado sino en el que se rinde ante una evidencia, el que admite o acepta. El que comprende, por fin, por ejemplo, que ama y que nada puede cambiar ese hecho. El gozo de rendirse y dejar que por fin fluya lo que estaba esperando hacerse pasajero, no producto. Lo que ignorábamos porque no podríamos preverlo ni profetizarlo ni adivinarlo: eso que sólo conocemos cuando nos asalta por sorpresa. Sorpresa que emana del flujo de pensamiento que nos atraviesa, que sale de nosotros para entregarse, también para rendirse.

Esas condiciones de la escritura tienen tanto de social y de material como de espiritual y de médico. Escribo sobre mi estado de salud, sobre cómo percibo mi propio conatus. Como cuando ante una sospecha uno busca el aparato que le dice el porcentaje de saturación, así. Siento mi cuerpo antes de subir un par de montañas.

 De eso quería hablar y resulta que como quiero escribir sobre lo que quiero escribir he tenido que escribir sobre lo que es escribir para mi y ha salido esto. No es trabalenguas, es como mirar si tengo saldo en la tarjeta antes de subirme al bus. El saldo de mi tarjeta de escritor está en una especie rara de sobregiro.Un estado permanente de deuda con el que toca vivir. Así que la escritura, esta que creo ingenuamente que es gozo y libertad, es un sin embargo o un a pesar de [todo]. Escribo como el que viaja ahora y paga después, el demonio en la esquina del cuarto sonríe y se frota las manos.

Quiero escribir sobre dos preguntas que parecen distintas y quiero hacerlo en formas distintas, son entonces dos sueños y quiero enunciarlos. Para ver si esa enunciación se vuelve anunciación, si puedo imaginar los rumbos que tomarían sin que los capture la perniciosa idea del proyecto de modo tal que persista la seductora idea de la pregunta.

  II.

La primera pregunta es por la vida como asunto de la biografía pero no de cualquier tipo de vida ni de cualquier tipo de biografías. Quiero hacerme una idea de las vidas de las personas que piensan y cómo aparecen en sus vidas los pensamientos, quiero saber qué les hacen las vidas a las ideas y las ideas a las vidas. Pero también quiero saber cómo es que esa mutua afección de la vida a la idea y de la idea a la vida se vuelve escritura. Ha habido muchos tipos de biografías y muchos tipos de biógrafos que se han ocupado de pensadores y pensadoras, filósofos, filósofas ¿hay biografías y biógrafes de filósofes?  -sí, yo escribo así – acepto sugerencias sobre todo y muy en especial sobre este punto.

Como es evidente para los que suelen acompañarse de filósofos ese enunciado no basta para decir qué es lo que hay que pensar ni cómo ni porqué. Las relaciones entre filosofía y vida son muchas y para encontrar el punto en que estas relaciones se vuelven biográficas hay que hacer varias observaciones y señalar varias transformaciones en la historia de la filosofía que, afortunadamente, cada vez más decididamente incluye la historia de lo que ha sido hacer filosofía y las historias de quienes la hacen, la vida y las vidas se van volviendo tema cada vez para más gente.

La filosofía nace como una forma de vida más que como un saber o una empresa teórica de comprensión de un objeto o conjunto de objetos. Esto significa que los que primero filosofaron lo hicieron para saber cómo vivir y para intentarlo -es decir, buscaban saber para vivir y no sólo para saber. Esos primeros son muchos y produjeron muchas versiones de la pregunta por la vida y de las respuestas posibles sobre lo que es la vida y sobre cómo vivirla. Entre tanto se inventaron la filosofía y muchas de sus más grandes ideas.

Vida (Zoe-Bios) es una de ellas, con ella se conectan conceptos maravillosos como los de Naturaleza (physis) y Alma (psyche). Cuando la vida se estudia en estos sentidos la cuestión está en saber en qué consiste estar vivo, que caracteriza a los vivientes, hay vivientes mortales e inmortales ¿por qué? Cuando los primeros filósofos pensaron en esos temas empezaron a crear el léxico y las preguntas de lo que después va a ser la Física, la Biología, la Zoología y la Psicología. Temas maravillosos pero que no están en el centro de lo que quiero escribir.

Vida tiene también un sentido ético, como manera de vivir o modo de vida, los filósofos antiguos que hablan de ese asunto suelen usar la palabra Bios. Ahí aparecen las cuestiones éticas, las políticas y, eventualmente, las existenciales. ¿Qué caminos puedo tomar en la vida y qué tipo de persona puedo o quiero o debo ser? A qué me quiero dedicar ¿honor, dinero, placeres, estudio? Tal vez es mejor ponerlo en otros términos ¿qué quiero hacer de mi mismo? En tensión con ¿qué se espera que haga conmigo mismo? De allí pueden surgir preguntas no solo para el individuo preocupado por su propia vida individual. También pueden surgir preguntas para los que ordenan la vida de otros: los legisladores, los educadores y los médicos. La cuestión se va volviendo la de la vida que merece ser vivida y cómo vivirla. Las respuestas pueden extenderse desde la legislación hasta una parte apasionante de la medicina que tiene que ver con lo que llamaríamos el régimen de vida, la dieta. Los que estudian esto han encontrado nociones apasionantes como el cuidado de sí, el gobierno de sí y de los otros, etc. Mi amado Platón fue el gran maestro de este asunto y enfrentando estas preguntas se planteó de la manera más honda todas las demás de la filosofía. Se inventó la filosofía (en la versión que más me gusta). No hay manera responder la pregunta biográfica sin tener en mente esta cuestión, pero tendré que volver sobre esto en otra ocasión.

Finalmente Vida tiene el sentido que me interesa cuando el término Bios se usa para nombrar los relatos o reportes de las vidas de personajes dignos de memoria. Así, por ejemplo, aparece en las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres de Diogenes Laercio (s. III Era D. C.) o en las Vidas Paralelas de Plutarco (s. I-II. D. C.) Estas vidas son vidas escritas ¿qué es y cómo llega a ser una vida escrita? Mi curiosidad incluye esos preciosos vestigios de la antigüedad y las más novedosas aventuras contemporáneas. Tengo en mente una biografía de Arendt y otra de la poetiza Sylvia Plath que cosecharon muchos éxitos el año que acaba de terminar. Eso sobre la primera pregunta, el primer sueño. 

Tal vez debo detenerme aquí por hoy y dejar el segundo sueño para la semana entrante. 

Continuará … 

Las preguntas que me dejó “El Infinito en un junco” de Irene Vallejo

La memoria de esta época va estar llena de tristeza y angustia para muchos de nosotros. Al volver sobre estos meses sombríos pensaremos también en las cosas que nos ayudaron a poner algo de luz y alegría en los días. Para mi, los libros suelen ser fuente de luz y alegría pero debo decir que las que he recibido de El infinito en un Junco han sido intensas y brillantes aún semanas después de terminar lectura. Creo que este libro será más que un recuerdo, una compañía de aquí en adelante. Es un libro al que volveré muchas veces. Ahora bien, esta imagen positiva no se debe a que esta obra sea pura alegría o pura belleza sino a que no deja de inquietarme y proponer temas de reflexión. A quienes disfrutamos esas tensiones, esas horas de duda e inquietud, un libro así nos da placer incluso cuando sentimientos más oscuros nos invaden por su causa.
En medio de la lectura se me aparecen fantasmas de preguntas inevitables cuando estudiamos o enseñamos sobre la antigüedad clásica en América Latina. El libro es a la vez la celebración de la herencia europea, una estudiosa española se las arregla para establecerla y nos muestra esa continuidad mientras nos cuenta mil y una historias que vienen naturalmente a su memoria y a su prosa, se trata de un viaje de reconocimiento. Una parte de mi la acompaña en ese viaje sin pensarlo dos veces, una parte de mi participa en ese reconocimiento en muchos puntos de la lectura.
A la vez veo cómo la historia de la continuidad está punteada por la violencia y los riesgos de ruptura. Al fin y al cabo la línea hecha de libros entre los Griegos, los Romanos y los Europeos Modernos es una línea esencialmente frágil. No solamente debido a la vulnerabilidad de los soportes físicos que sostienen temporalmente la vida de las palabras, sino también porque la producción de esos libros, soportes vitales de un contenido potencialmente infinito, depende de la vida social y de los valores que le permiten cuidar de seres y objetos esencialmente frágiles.
Las civilizaciones tienen vidas tan frágiles como los papiros que se destruyen o desgastan en número muchas veces mayor al de las obras que logran conservar. Así son los esfuerzos humanos, sus obras y sus huellas.
Me impresiona que esta meditación culmine en Europa. No es un defecto del libro ni una falta de la autora. Al fin y al cabo es su libro y el encanto de este reside precisamente en la sensación de íntima posesión de conocimientos y experiencias que logra comunicar como propios, como aquello en lo que se reconoce, un presente y un pasado que le pertenecen. El lector reconoce la voz de una mujer joven, con una muy sólida formación en Filología Clásica con un pie en el mundo ya antiguo del pre-internet y una notable habilidad para recurrir a una cultura en la que los libros, el cine y algo de pop alcanzan a proveerla de experiencias comunes gracias a las cuales evoca en sí misma y en sus lectores sentimientos y afectos con los que se colorean los pasajes de su historia. La de Irene Vallejo es una voz clara, afirmativa, autónoma. Una voz que no disimula sus simpatías ni sus antipatías. Esto es fundamental para que el lector se sienta no solamente recibiendo una historia, su historia, sino acompañándola en su viaje, también.
En esa línea, Irene Vallejo nos cuenta sobre la conservación de lo que hace a Europa ser Europa: es una historia de poder y riqueza en la que la producción del libro acompaña los ascensos y caídas de imperios y dominios, una historia de jerarquías que conduce también a relatos de emancipación.

El libro me deja una pregunta sobre nosotros, los entusiastas lectores no europeos de habla hispana para quienes la historia del libro, de los libros, también hace parte de lo que somos. Mi trabajo como profesor ha versado sobre las mismas épocas, las mismas obras y las mismas historias y he recibido de mis estudiantes preguntas que inspiran lo que escribo en adelante. Cuando nos reconocemos en la lengua y en la cultura que compartimos con la autora, saltan a la vista las ausencias y las brechas. No todos tenemos recuerdos de bibliotecas públicas o lecturas de infancia gracias a una madre dispuesta, con tiempo y recursos, a complacernos con una historia más a la hora de dormir. Las referencias al cine y la literatura contemporáneas no se perderán en la mayoría de nosotros, pero habrá que buscar las conexiones de otro modo.
Los hispanohablantes no europeos somos destinatarios de ese gran envío que significa la historia del libro tal como la cuenta Irene Vallejo al referirse a las provincias lejanas del Imperio o a las ciudades venidas a menos. América es ese otro que cuenta, también, la historia de Europa desde las otras fronteras. A estas tierra la cultura europea llegó libro en mano para crear nuevas y numerosas generaciones de lectores. Este capítulo, como los anteriores, no estuvo exento de violencia.
En pueblos de importadores de libros que no poseyeron imprentas hasta finales del siglo XIX, como Colombia, hay que contar la historia del libro tal como la recordamos. En qué relación con los libros nos reconocemos, nos asombramos, nos recuperamos. ¿Con qué artimañas la hemos conquistado? ¿Cómo contar la saga que ha hecho vivir y revivir mil veces la lengua, la literatura y la civilización con otras voces y colores? ¿Cómo se relaciona nuestra forma de leer y acceder al libro con las relaciones sociales y políticas que hemos podido construir o con las que aún nos resultan lejanas? Una virtud del libro de Irene Vallejo es que muestra con claridad las conexiones entre la experiencia individual de lectores, autores, fabricantes, libreros, bibliotecarios con la experiencia social, colectiva y política de Ciudades, Imperios, Civilizaciones. La construcción de la vida individual y de la vida colectiva pasa por lo que se pone en los libros y lo que en ellos se encuentra, lo que de ellos logramos sacar. Una idea que Vallejo expone de forma muy acertada es la diferencia del alfabeto con respecto a otras tecnologías de representación gráfica de la lengua y cómo todos pueden aprenderla sin distinción ¿Cual es la relación entre alfabetización y democracia entonces y ahora? Hay que pensarlo tanto como la relación entre la democratización de nuestras actuales tecnologías de la información y la comunicación y el ejercicio político en nuestras sociedades.

La realidad del poder es un elemento recurrente en el texto de Irene Vallejo, las páginas de la historia del libro, nos cuenta, están marcadas por la injusticias y violencias propias de la producción y reproducción de un objeto que expresa y concreta el poder, que se nutre de él. En el mundo antiguo la lectura, los libros, las bibliotecas son privilegios de muy pocos y el acceso a ellas está en función del poder y sus configuraciones. Vallejo no deja de llamar la atención sobre la función que cumplen en esta compleja máquina los esfuerzos de los más débiles, las vidas anónimas que cuesta su funcionamiento. Las formas en que las mujeres logran leer, escribir y publicar, sin pasar a la posteridad. Las maneras en que la esclavitud es condición de posibilidad de las obras más sublimes, la forma en que fue posible para algunos, como el poeta Marcial, burlarse de todo ello y conquistar una forma sencilla de inmortalidad.
Los lectores hispanohablantes no europeos accedemos a esta lectura gracias al mercado del que somos (y más en Colombia) un sector minúsculo. El privilegio de los que leemos, compramos y poseemos libros en América Latina bien podría compararse aún hoy con el patriciado romano. Desde la obra de Vallejo, un final posible de la historia de los libros y las bibliotecas es una Europa emancipada en la que hombres y mujeres acceden libremente al conocimiento, como un derecho, en la que el placer de la lectura está al alcance de todos. Ese contiente de lectores es un continente de ciudadanos y parecería reconocer esa dignidad a todos. Pero esa situación de reconocimiento de la dignidad de todos está lejos. Aún no somos parte de un nosotros de ciudadanía y dignidad para todos. Vallejo percibe la enorme fragilidad de las instituciones que sostienen aún la pretensión de ciudadanía y dignidad. Vallejo es consciente y está agradecida de lo que la cultura del libro ayudó a construir, la libertad y la democracia tienen al libro y a la lectura en su sangre. Por eso a la gratitud hay que sumar la conciencia de la fragilidad.

Siendo un libro de este tiempo y de aquel, las formas espectrales de la barbarie también se hacen presentes y dejan un rastro temible. El proyecto cosmopolita en contraste con los Lager o los Gulag. Los bullies contra la chica rara en el colegio. La literatura como salvación interior, espiritual, como reino de la imaginación. En esas contraposiciones la historia de los libros en el mundo antiguo aparece para que la reconozcamos en la del nuestro.
Es muy interesante el capítulo sobre el lugar social subordinado, explotado y esclavo del trabajo cultural, creativo y académico relacionado con las letras, las artes y la enseñanza. Esta idea se remite a la situación neoliberal contemporánea en la que no acabamos de entender el valor de las humanidades. Esta idea se enriquece cuando incluimos en la historia del libro y la lectura las relaciones de los libros con las condiciones concretas de su elaboración, copia, distribución y venta, el modo en que estas expresan la estructura social, sus jerarquías y el privilegio de leer y poseer libros.
Es una reflexión en la que podemos reconocernos, con ciertos matices. Podemos hacer una analogía entre el reconocimiento que hace Vallejo de su tierra natal como provincia Romana. Recuerdo su evocación de Quintiliano, nacido a 120 km de su casa. En los confines de un imperio que la contiene y con el que se identifica. Incluso en su fragilidad o en su decadencia. Porque hay también una debilidad en los imperios, incluso una especie de complejo de inferioridad como el de los Romanos respecto a los Griegos.

La suerte de los que heredamos la lengua y la cultura cuando esta cruzó el atlántico es distinta y sin embargo no hay ningún problema cuando la autora puede asumir como propios o cercanos los nombres y las obras de Borges, de García Márquez, de Bolaño etc. Estos nombres hoy no pertenecen a países ni se limitan por nacionalidades pues quien puede llamar a un autor suyo es quien lo ha leído y así se lo ha apropiado. Vallejo se apropia con justicia de lo que ha leído también en su escritura que articula todas las lenguas y tradiciones.
Pienso en nosotros los hispanohablantes no peninsulares con formación europea, eurófila, eurocéntrica. Pienso, imagino, deseo el siguiente volumen de esta historia. Lo imagino escrito por una compatriota capaz de una erudición semejante que pueda contar su experiencia de la herencia, de los dones de la recepción de esas historias y palabras que duran y perseveran. Una voz que nos hable de las paradojas de ese don de la lengua y la lectura ligado a la sangre, al poder, la esclavitud y la muerte, también.

Hoy, las obras de los Griegos y Romanos siguen ofreciéndose a quienes requieren imágenes y figuras, palabras y metáforas para contar sus dramas, para aprender a narrar sus historias y llorar sus muertos, como han hecho insistentemente generaciones de Antígonas colombianas.
Veo, al final, el balance en el reconocerse y aceptarse, en los visos de la ironía, en la crítica y en los énfasis en la desigualdad, el privilegio y el olvido, la discriminación, en la sistemática exclusión de las voces de la mujeres. El valor de abrazar la memoria del pasado para confrontarnos, para no dejar de vernos, para recibir lo que nos ha sido enviado con amor y crueldad, con injusticia y olvido, como la verdad de lo que somos, como la posibilidad de lo que podemos ser, si leemos, todos.
Al fin y al cabo hay una verdad en esta obra: los libros son lo mejor de lo que hemos sido capaces como humanidad.

Este semestre no tendré estudiantes

La mayor parte de las personas que se forman académicamente en filosofía aspiran a ocupar la posición de profesor de planta en un departamento de filosofía en una universidad prestigiosa. Este es un sueño cada vez más difícil de cumplir en las condiciones en que se encuentran tanto la filosofía como las instituciones universitarias en nuestro tiempo. Ser profesor es una meta, una manera de concebir la realización de una carrera y, sobre todo, la posición desde la cual los académicos anhelamos realizar nuestra contribución a la ciencia en general o a la disciplina que practicamos en particular. 

La posición de profesor es primero una meta y luego una condición del trabajo, una plataforma, un conjunto de responsabilidades y, también, un trabajo. Esta última característica es la esencial, implica la pertenencia a una institución y se concreta en un conjunto de relaciones con colegas, estudiantes, agencias del estado, colegas afiliados a otras instituciones, todos estos estamentos unidos por una red poderosa de burócratas y administradores.

Ser profesor universitario funciona hoy en día como una especie de nacionalidad que permite pertenecer a diversas comunidades locales, regionales y globales, hacer parte activa de un intercambio constante de ideas y productos. Suena idílico pero está lejos de serlo, la complejidad de las conexiones y el alcance de las relaciones que entablamos aumentan en la misma medida en que aumentan las labores burocráticas y sin sentido que estamos obligados a realizar. De un profesor se espera una alta capacidad de gestión y planeación, pero también una incansable disposición burocrática, el trabajo y las condiciones de su financiación, elaboración, planeamiento, evaluación y registro se toman tanto tiempo y esfuerzo que pensar, crear, producir, innovar se hace muy difícil. Seres humanos excepcionales logran hacer todo esto con excelencia. Siempre he tenido muy claro que estoy lejísimos de ser uno de ellos. Pero he sido profesor de planta de una Universidad prestigiosa durante 27 años que terminan hoy y por eso escribo este post

Muchas cosas tengo que decir sobre esa experiencia cada una de sus partes, no lograré decirlas todas hoy, son muchos los temas, los problemas y los recuerdos. Las reflexiones irán apareciendo según el vértigo se disipe y me visite aunque sea brevemente la claridad, la serenidad o la lucidez. Para registrar esas reflexiones y los nuevo rumbos que tome mi trabajo mantengo este blog, que me atrae por su calidad de diario abierto. 

He tenido ya la oportunidad de hablar con mis colegas y con los directivos de mi Facultad y de despedirme de algunos miembros de la Universidad. Nunca he disimulado mi enorme apego por mi alma mater, la enorme gratitud que le tengo por haber sido mi ámbito vital y el espacio de mi realización profesional y personal. Ese estilo de declaración también aparecerá en el futuro, en especial cuando me refiera a las personas con las que compartí estos espacios y a su valioso trabajo. 

He hablado menos con mis estudiantes. He hablado menos de la docencia y del contacto cercano y cotidiano con los estudiantes que es lo más grato del oficio de profesor y, para mi, la realización misma de la labor filosófica. Ser filósofo es enfrascarse en esa maraña de conversaciones que la humanidad ha tenido desde que aceptó el valor del ocio y lo asoció con la libertad. 

En este punto se me señalará que lo que he tenido estos 27 años, y los que les antecedieron y los que les puedan suceder, es una vida privilegiada y no voy a negarlo. Ha sido una existencia privilegiada que tiene sentido porque la he compartido con otros, no pocos. Hay cosas mucho peores que se pueden hacer con el privilegio, yo escogí una que no parece ser la más dañina: estudiar y enseñar. 

Pertenezco a una generación que se encontraba con la pedagogía de forma profesional muy temprano y sin muchas mediaciones. En los primeros años noventa del siglo pasado pocas universidades hacían concursos docentes como los conocemos hoy en día, las plantas de los departamentos de filosofía eran más pequeñas de lo que son hoy, lo que implica que había un porcentaje mayoritario de profesores de cátedra en muchas universidades. 

En ese ambiente, los pocos egresados de pregrado competimos por los cupos de cátedra disponibles. Hacer un posgrado y más aún saliendo del país no era una opción ni tan cercana ni tan factible como lo es hoy, pero había algo mejor: el encuentro real y concreto con los desafíos del salón de clase, de la planeación de asignaturas y de la evaluación. Encontrarse con estudiantes reales de carne y hueso era lo que uno aprendía primero, pero de forma plenamente empírica.

Aclaro que mi formación filosófica no contenía ninguna, ninguna, sí ninguna, formación pedagógica diferente del ejemplo de mis maestros o lo que uno hubiese podido aprender de lo leído en Platón y en Rousseau. Aprendían pedagogía los licenciados que enseñarían filosofía en colegios, yo no me formé para eso, pero tampoco para ser profesor Universitario. Pero me permitieron serlo desde muy joven con total inexperiencia: benditos tiempos aquellos, era exactamente lo que necesitaba. Es la oportunidad que nadie tiene ahora, se le niega incluso a los que han estudiado para ello, la situación docente es un privilegio que tienen muy pocos. (la práctica docente de las licenciaturas funciona, por supuesto, en esos programas).

No quiero contar esa historia, ya le llegará su tiempo y podré reflexionar sobre lo bueno, lo malo y lo feo que tuvo mi carrera en ese sentido. De lo que quiero hablar en este texto que declara, para los lectores posibles y para mi mismo, que he dejado mi puesto de profesor universitario y que ahora haré otras cosas con pretensiones filosóficas . Tal vez no quiero hablar de los estudiantes sino hablar a los estudiantes, aunque sea para dar las gracias. Ya habrá tiempo para hablar de otras cosas. 

Hoy solo quiero despedirme de los que fueron mis estudiantes ayer y antier y hace veinte años o hace más. He tenido estudiantes desde que yo mismo lo era, mis primeras clases las dicté (irresponsablemente, sin duda) a los 19 años, omitamos la institución pero no omitamos la gratitud que le guardo. 

Me hice adulto siendo profesor, teniendo estudiantes, aprendiendo filosofía, aprendiendo a hablar de filosofía y a pensar con testigos, en público y en voz alta desde muy joven y tal vez por eso pienso que nunca he dejado de serlo. Nunca he dejado de asombrarme del pensamiento filosófico porque aprendí a descubrir cada idea nuevamente cada semestre con personas para la que esa idea era nueva. Ellos eran nuevos para mi y yo para ellos. Cuando ya no lo eran se convertían en amigos. Fui amigo de mis profesores y profesor de mis amigos durante tres décadas y ahora cuento con tenerlos como interlocutores en el futuro, cuando la situación se ponga en otros términos, cuando encuentre otras formas de mostrar esos descubrimientos que todavía me asombran. 

Este semestre, por primera vez en muchos años, no tendré estudiantes. Gracias a todos los que han acompañado esta vida y esa formación, con sus preguntas y sus discusiones, con su mirada y con su escucha. Espero encontrarlos ahora de otros modos.

Curso Introductorio (abierto y gratuito) sobre Platón

El tema del curso es la figura y la obra de Platón, un filósofo que admiro y sobre el que he estudiado desde hace tiempo, no requiere formación académica previa en filosofía, ni formación académica alguna, se desarrollará en lenguaje sencillo, la única pretensión es informar y, tal vez motivar la lectura de los Diálogos. Hacer todo esto permitirá también crear un espacio de conversación.

Las clases serán los jueves de 6:00 a 7:00 pm, tendrán una primera parte de exposición, luego habrá preguntas y de ser posible algo de discusión. Este curso está basado el que suelo impartir en la Pontificia Universidad Javeriana en la Facultad de Filosofía y tiene 10 temas básicos, espero que podamos cubrirlos entre agosto y noviembre del presente año con un receso en la semana del 16 de septiembre. Se trata de un experimento sin pretensiones pero al que intentaré darle la calidad pedagógica y filosófica que suelo buscar en mis cursos académicos pero con el deseo de invitar y acoger todo tipo de perspectivas e interlocutores.

Este curso es un ofrecimiento personal para quien quiera participar, hay dos modalidades que ofrecen las plataformas gratuitas una permite interacción con audio, video y chat (meet) y la otra solamente por medio del chat (YouTube) la reunión de meet será transmitida por YouTube usando StreamYard … ojalá todo salga bien.

(inscripciones cerradas, esto no impide participar por YouTube )

Si quieren observar cómo es mi trabajo pueden visitar mi canal de YouTube La bibliografía la iré recomendando en las sesiones.

Esta es la presentación del curso y los temas quiero tocar, comenzaremos el 5 de agosto a las 6:00 pm

El curso es una presentación sintética del conjunto de los Diálogos de Platón. Parte de una reflexión sobre las peculiaridades del texto platónico y de los problemas que ha planteado su lectura durante siglos. Brinda elementos para la lectura activa y una recepción crítica de un conjunto de textos en los que la filosofía aparece de forma única. La exposición del conjunto se dispone cronológicamente, es decir, a partir de una hipótesis sobre el orden de la redacción de los diálogos. A lo largo de la exposición se resaltan varías líneas temáticas y conexiones entre textos diversamente emparentados con el objeto de señalar el origen y la evolución de conceptos fundamentales como dialéctica, idea, método, paradigma, etc. El curso se detendrá con especial cuidado en la exposición general de la República, señalando las secciones relevantes para mostrar las variaciones o evoluciones del pensamiento de Platón. Así mismo presentará los lugares que han inspirado las principales polémicas y debates dentro de la tradición académica.

1.      Introducción

1.1. Presentación del programa

1.2. Las fuentes: 

1.2.1. La historia de la obra de Platón y su transmisión. 

1.2.2. Las ediciones y su elaboración.

1.3. Problemas de Cronología de los diálogos. La hipótesis sobre los períodos de la producción literaria de Platón.

1.4. El pensamiento de no consignado en los diálogos. 

1.4.1. La crítica de Aristóteles como fuente del pensamiento de Platón. 

1.4.2. Las doctrinas no-escritas.

2.      Filosofía y forma de vida: Carta séptima – Apología

2.1. Biografía

2.2. La opción por la filosofía y la elección de un modo de vida

2.3. Filosofía y política

2.4. Filosofía y escritura

2.5. Planteamiento de la cuestión Socrática.

3.      Diálogos Socráticos

3.1. Los Sócrates de Platón.

3.2. Pregunta y examen

3.3. El alma racional

3.4. La excelencia humana

3.5. La polémica con la Retórica y la Sofística

4.      El alma inmortal y el conocimiento de lo real

4.1. Menón 

4.2. Gorgias

5.      ¿Qué es lo que ama el filósofo?

5.1. Fedón: el alma, las ideas, la muerte

5.2. Banquete: el encomio del amor

5.3. Fedro

5.3.1. El deseo y el amor

5.3.2. La retórica 

5.3.3. La escritura

6.      República

6.1. El asunto y la estructura de la República

6.2. Céfalo, Polemarco, Trasímaco: tres niveles de la pregunta por la justicia.

6.3. Glaucón y Adimanto: planteamiento de la pregunta a Sócrates

6.4. El recurso a la analogía entre el alma y la polis

6.5. El Origen del estado

6.6. La Educación de los Guardianes, la polémica con los poetas

6.7. El gobierno del estado ideal

6.8. La justicia y las virtudes

6.9. La comunidad de las mujeres y los hijos

6.10. Posibilidad del estado ideal

6.11. El filósofo ante la sociedad

6.12. El más alto objeto de conocimiento

6.13. El sol, la línea y la cavernaLos estudios del filósofo: las ciencias y la dialéctica

6.14. Las constituciones políticas decadentes

6.15. El tirano

6.16. Superioridad de la vida del hombre justo

6.17. La condena de la poesía imitativa

6.18. El mito de Er

7.      Timeo 

7.1. La explicación platónica de la naturaleza

7.2. Otra uso de la noción de mímesis

8.      Crátilo

8.1. El problema del nombre

8.2. Naturaleza y convención

8.3. Imagen/imitación de la naturaleza

9.      Diálogos de la vejez

9.1. Teeteto

9.2. Sofista – Político

9.3. Nota sobre la crítica de Aristóteles a la Teoría de las Ideas

9.4. Parménides

9.5. Filebo

9.6. Nota sobre la noción de dialéctica y sus transformaciones

10.     Las Leyes

Ni dilema ni debate

A Alejandro Gaviria siempre lo leo con pinzas porque si bien es inteligente y elocuente siempre tiene agenda también. Este caso no es la excepción, la primera parte del artículo construye un hombre de paja, mezcla de ambientalismo e izquierdismo simplones, la segunda expone la cuestión de los dilemas inclinando la balanza hacia los males que no son el virus: las consecuencias económicas de la cuarentena, especialmente en los sectores sociales más vulnerables. Finalmente, al recomendar seguir adelante con precauciones porque la solución está lejos en el horizonte, le da valor al sacrificio de los que inevitablemente tendrán que encarar con sus cuerpos el trabajo de seguir adelante. Antes de concluir y sutilmente, pero con una doble intención, el señor rector nos dice que hay un enorme mal en curso: la suspensión de la educación básica, sin hablar del sector económico al que él pertenece en este momento: la educación superior privada. (Esto es clave porque ahí está su agenda)

Las criticas de Lizeth me parecen acertadas y producto de una atenta lectura del texto de Gaviria y apuntan a un sólo blanco: en los dos miembros del dilema ético la cuestión es de política social: tanto en lo que tiene que ver con enfrentar el Coronavirus como en lo que tiene que ver con lidiar con las consecuencias de la cuarentena. En ambos casos se trata de política social porque en ambos casos las víctimas más expuestas son las más pobres, que se encontraban antes en situación de vulnerabilidad y ahora lo están más aún. Con un agravante: que la urgencia del problema de salud pública parece superar la del problema socioeconómico. Ambos son dos caras de un mismo asunto y se resuelven con decisiones de política social en las que podría o debería priorizarse la atención a los débiles.

Dicho esto, queda la observación de agendas: Liz tiene una agenda crítica con el neoliberalismo y la tecnocracia que en este caso sale bien librada porque expone desde la crítica, pone el dedo en lo que podría cambiarse de la política social. Eso puede gustar o no y habría que ver qué propone luego. Por otro lado Gaviria parece dar un primer paso en una dirección clara: proponer la reapertura del sector educativo en modalidad presencial. Esto me parece que es muy difícil de sostener de forma simple y pone la cuestión moral de una forma tan cruda que rebasa el planteamiento del texto de El Tiempo. Veo venir un siguiente editorial en el que dé un paso adelante y proponga un heroísmo de los educadores que deberemos enfrentar el hacinamiento en el transporte, en los campus, en los salones de clase para preservar la vida del sector educativo, que es visto como un sector económico y no como un servicio socio-cultural.

Antes de publicar el presente texto una voz de crítica amistosa me hizo las siguientes anotaciones:

Si el asunto es levantar o no la cuarentena, no se trata de un dilema. Si se trata de los efectos, tampoco, a no ser que se haga explícita la racionalidad de la cuarentena. Y ahí es donde empieza todo el problema en las discusiones. Es más la retórica del dilema que una situación de dilema. Lo que buscamos con nuestras decisiones ¿es no contagiarnos? ¿o acaso no contagiar a otros? ¿buscamos no enfermar? ¿tratamos de evitar un aumento en las cifras que registran cada uno de estos eventos colectivamente? Entonces el planteamiento de Gaviria parece falaz porque plantea el asunto como si una posición como defendiera la vida y la opuesta la arriesgara.

En este punto es necesario plantear un doble desacuerdo tanto con Gaviria como con Lizeth, porque la posición de ángeles de la izquierda es de una ingenuidad brutal. Suponer una cuarentena indefinida y que toda la plata del estado se vaya a mantener a la gente. Ella habría acertado en algo y precisamente por eso habría una ventaja en verle el lado demagógico a Gaviria sin arriesgar mayor cosa. Yo entiendo y comparto la lucha contras las inequidades, injusticias y violencias estructurales, pero poner su resolución en el momento límite es un error. Es una falsa victimización y compara, lo que para mí son dos registros inconmensurables entre sí.

Esta discusión muestra que, como sociedad, aún no entendemos la racionalidad de la cuarentena, no el imaginario mágico que cada quien le otorga. No sabemos, como cuerpo social, qué es y para qué hacemos lo que hacemos. Parece que no tenemos claro que la enfermedad misma no es un asunto de solución en el corto y mediano plazo y que las medidas que tomamos frente a ella tienen un sentido mientras hagan posible un conjunto de políticas que hagan posible enfrentar su impacto. Ese impacto que se hará mayor en la medida en que demos pasos hacia la reapertura de la economía.

CODA:

Ese mismo amigo me sugirió que sería un toque elegante evidenciar mi agenda y creo que debo, por lo menos, sentar de forma explícita mi posición sobre un punto. Partiendo de que no soy un experto en ninguno de los asuntos que inciden en la política pública. Hablo como ciudadano, como peatón, como empleado, como profesor universitario y padre de familia. Ante las discusiones sobre tecnocracia, democracia y política pública creo que hablar como ciudadano es importante.

Como ciudadano, entonces, no veo que se hayan tomado medidas suficientes para lograr una interacción segura de grandes números de ciudadanos en los espacios comunes, en los medios de transporte y en los centros educativos. Toda la seguridad de la población depende de la conciencia y el respeto con que enfrentemos nuestras interacciones cotidianas en lugares concurridos. ¿Podemos asumir la responsabilidad de mutuo cuidado y de respeto por los otros de la que dependerán de ahora en adelante las vidas de muchos?

En cuanto a las universidades que sufren enormemente con la presente crisis, es probable que dentro de los campus muchas medidas para garantizar la bio-seguridad sean efectivas, pero estas se verán en peligro una vez estudiantes, profesores y empleados tomen el transporte público. Esa consideración requerirá de mucha inteligencia y disciplina social, de una conciencia enorme y gran sentido de cuidado. ¿Cómo vamos a generar esas conductas?

En otro momento tendremos que plantear la cuestión de lo que la presente crisis dice sobre la noción que tenemos de educación y su valor social.

Juan Fernando Mejía Mosquera @juanfermejia