I.
La semana pasada esbocé un proyecto en el que trataré de encontrar la mutua afección de las ideas en las vidas y las vidas en las ideas. Pronto comenzaré a enfrentarme a los problemas propios de construir esa secuencia, tal vez encuentre problemas recurrentes, coincidencias, patrones. Seguramente me estrellaré con las concepciones tradicionales de la relación vida-obra que es un problema tan interesante como ineludible. Iré registrando aquí los progresos y los bloqueos en este camino que no tengo tan claro todavía.
No importa cuantos malabares haga ni cómo trate uno de deconstruir el asunto, tendemos a suponer que para un profesor de historia de la filosofía resultan familiares los temas habituales para los lectores de biografías. Los dos géneros resultan atractivos a escritores y lectores pero hay que tener cuidado. A veces parece que hay un riesgo en la historia de la filosofía, olvidar la realidad por estar pensando en la filosofía. Uno aspira a poder pensar filosóficamente la realidad es decir: pensándola mientras se cuestiona la manera en que la está pensando. Para eso nos aconsejan que en lugar de plantear preguntas con un modelo concepto-obra-autor (ej: la reminiscencia en el Menón de Platón) vayamos al problema mismo y pongamos en función del problema los conceptos, las obras y los autores como recursos o herramientas para pensarlos.
Hoy quiero hablar un poco de mi experimento con el planteamiento problemático (por oposición al histórico) y de cómo ha evolucionado mi segundo sueño de escritura.
II.
Los últimos años han sido muy duros para los colombianos. Después de la firma del Acuerdo de Paz, el triunfo del no en el Plebiscito, la mezcla de negligencia, mala fe y corrupción con que se han asumido los compromisos del estado con el Acuerdo durante este gobierno, los asesinatos de líderes sociales, de defensores del medio ambiente, de periodistas y de civiles, diversos sectores de la sociedad a buscar todo tipo de expresiones de inconformidad que confluyeron con el Paro Nacional para configurar lo que se llamó el Estallido Social.
No puedo aún hablar de esta situación en pasado. Un presente continuo se despliega como pregunta delante de mi consciencia y no logro encontrar sus límites y los conceptos que lo hagan inteligible. Además, estos últimos años tan difíciles de vivir para nosotros, coinciden con un conjunto de fenómenos y choques de fuerzas en muchas partes del mundo, han sido años difíciles para todos.
El presente le parece la época más difícil a cada generación pero desde que convivimos con la posibilidad de darnos muerte a nosotros mismos como especie y dañar el planeta de forma irreparable este presente, el nuestro, parece no sólo difícil sino imposible. Esa imposibilidad, esa insuperable dificultad de nuestro tiempo, aparece con el signo de la economía y de la ecología, para muchos se muestra como una crisis espiritual, yo creo que se trata de un problema político.
Así, mi problema es un problema político y la coincidencia del proceso colombiano de los últimos años con las tendencias globales lo hizo más urgente y profundo.
III.
Durante esos años que llamo últimos, he estado escribiendo sobre Nicolás Gómez Dávila, ocupándome de su obra, de la recepción de la misma, de sus posibilidades de interpretación. Trabajo académico formal muy tradicional, si no fuera porque en Colombia no somos muy dados a ocuparnos de lo que escriben los colombianos, ahora somos pocos pero lo hacemos. De esto hay que hablar largo pero será otro día.
Gómez Dávila (1913-1994), gran escritor, erudito, admirable autodidacta, lector incansable, bibliófilo, se considera a sí mismo un pensador reaccionario y puso su obra en la palestra entre 1954 y 1992. En un ambiente de crisis mundial en el que la cultura y las letras estaban más dispuestas a asimilar a los revolucionarios que a sus antagonistas. No había lugar para escritores reaccionarios en la segunda parte del siglo XX. Gómez Dávila expuso su pensamiento reaccionario en una obra extraña que caracterizaba con toda propiedad nuestro presente. Para mi, Gómez Dávila es un reaccionario lúcido y no tenerlo en cuenta como referente para pensar los problemas políticos del presente es un error y una pérdida.
Habitualmente, el reaccionario no es considerado interlocutor válido en la discusión política, más que disenso o contradicción sus palabras inspiran rechazo. Un rechazo que incluye los discursos, las obras y la persona. El discurso reaccionario parece condenado a una suerte de ostracismo, especialmente en ambientes culturales que se definen como progresistas, revolucionarios o liberales.
Tan triste como el rechazo en estos ambientes es el deseo de apropiarse del discurso del pensador reaccionario que tienen quienes defienden discursos radicales de ultraderecha, he encontrado citas de Gómez Dávila en textos de las sectas más exóticas del espectro político. Estos rechazos y asimilaciones son lo que caracterizan lo que todavía se llama debate político contemporáneo. Rechazo, cancelación y muchas otras formas de invalidar el discurso del interlocutor recurren a la táctica de sacarlo del diálogo por principio, negándole de plano la posibilidad de ser escuchado. Hemos usado el término polarización para describir la dificultad: en la presente situación el debate político tiende a ponerse en términos de extremos irreconciliables en los que el contenido de toda conversación posible será puesto en duda sistemáticamente si la fuente que lo origina es un otro.
IV.
Esta situación me llevó a soñar con un libro (un proyecto unitario) en el que podría abordar las cuestiones de la polarización en política, las dificultades de poner en marcha una conversación política en nuestro peculiar contexto tecnológico, desde el punto de vista del ejercicio de la ciudadanía.
Ante esta claridad me asusté y rápidamente comencé a pensar en otro libro con una pretensión más modesta sobre el pensamiento reaccionario de Gómez Dávila y su aporte a la situación presente. Al pensar así estaba volviendo a la madriguera segura del concepto-obra-autor. Buscar lo que él podría aportar le daría consistencia al trabajo, lo remitiría de nuevo al texto, lo pondría dentro de unos límites claros. Esta parecía la opción prudente si lo comparo con la pregunta por las condiciones de posibilidad de la discusión política contemporánea.
V.
Ahora que hablo del miedo a mi segundo sueño de escritura y de la escapatoria que se me presentó veo que debo insistir. Debo convivir con el miedo y perseverar en construir la pregunta misma, parte por parte. Cuando lo que quieres es pensar una pregunta y no sirve otra cosa que su esclarecimiento ¿para qué hacer otra cosa? Hay un riesgo en chocar de frente con un problema y ser derrotado, claro. Pero también hay un riesgo igual de grande en preguntarle al que ha sido tu maestro hasta el límite, pedirle cuentas, reclamarle ayuda, exigirle luces para asuntos que no tuvo por qué haber pensado. El riesgo de no poder idealizar más al amado y admirado autor en el que has invertido tanto tiempo. Aquí hay un amasijo de perversiones que toca indagar, pero no hoy. El demonio en la esquina del cuarto se emociona.
El problema se ha ido mostrando, o tal vez sin darme cuenta he ido acumulando las dificultades, acopiando opiniones y términos, preguntándome por lo que significan. El siguiente párrafo no tiene una redacción satisfactoria, funciona como una lista de mercado, pero es mejor que nada:
No es fácil ubicarse en la política del presente, las líneas que la conectan con sus antepasados no son claras porque muchas veces los nexos que proclama con ellos son pura impostura, así que el origen de las doctrinas no es claro pero hay que establecerlo. El problema de la política y la mentira es tan antiguo como ambas, casi tanto como el problema de la opinión. La cuestión del espectro político, esa extraña imagen de un continuo entre extremos, ese plano cartesiano donde cada discurso tiene su lugar. Sospechar de ese sistema implica definir al revolucionario, al reaccionario, al liberal, al conservador, a las izquierdas y las derechas, hablar del centro. Además hay que tocar el tema de la relación entre religión y política. Las formas de exclusión por raza y género. El totalitarismo y la autocracia. Esta enumeración podría articularse por su referencia a la pregunta “¿Es posible pensar las condiciones de posibilidad de la discusión política contemporánea?” Al enunciarlo así aparece de inmediato la cuestión del lenguaje racional y las emociones. Es decir, todo esta asunto puede no ser una cuestión de discusiones sino de un gran número de prácticas y estrategias. Y justo cuando me dispongo a enunciar este corolario “¿es posible encontrar en esa discusión un lugar para el reaccionario?” Aparece el problema del populismo, que siempre me ha superado. Finalmente ¿Cómo es posible una conversación política dadas las condiciones tecnológicas que nos determinan?
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Hacer este ejercicio pudo haberme conducido a abandonar el problema/la pregunta (el proyecto habría dicho en una vida pasada) pero dado que he renovado el pacto con el demonio en la esquina del cuarto, este ha sido mi conjuro, creo que puedo seguir intentándolo. Debo decir que quiero escribir para entender y tal vez para ayudar a otros a entender conmigo estos problemas así que también debo estar pendiente de ponerme filosófico sin ponerme filósofo en el sentido profesional del término. Quiero escribir un ensayo (o varios) legible(s) en los términos más amplios de los que sea capaz. Aquí aparecerán en entregas futuras, los pasos en esa dirección.