El asunto de darse cuenta de que un texto es una traducción, de que el texto traducido es a su vez el producto del trabajo sobre múltiples versiones manuscritas que se conservan mejor o peor unas que otras. No tiene el objeto de decir al estudiante: La verdad del texto está muy lejos y tu nunca podrás llegar a ella si no cumples tales y tales condiciones, si no adquieres tales y tales conocimientos como el de los idiomas o el de las técnicas de filólogos y paleógrafos. Se trata de que observemos, todos, y nunca perdamos de vista, que toda legibilidad proviene de la intersección de varias operaciones y trabajos. Antes que buscar un sentido último oculto en el centro de un sistema solar de términos en lengua original rodeados de términos satelitales en lenguas modernas, tenemos varios cuerpos textuales interactuando y contáminandose, así se producen los sentidos y las apuestas de inteligibilidad.
No se trata de desanimarnos con respecto a una meta imposible sino de cambiar el modo en que concebimos la utilidad de los saberes y el esfuerzo de lectura de los llamados clásicos de la filosofía.