Sobre mi voto en las elecciones presidenciales 2018

Soy un ciudadano colombiano, eso supone un conjunto de derechos y deberes entre los cuales está el voto. Las condiciones están dadas para que ejerza mi derecho a elegir mis gobernantes y lo he hecho desde que fue expedida mi cédula de ciudadanía. En principio, por apasionante que sea el debate, mi decisión y mi ejercicio del voto no tienen nada de particular. Bastaría con que esté dada la información disponible sobre las propuestas de los candidatos y dado que no tengo compromiso ni filiación con partidos, a primera vista debe ser una labor sencilla, un cálculo racional casi directo. Sería deseable realizar con detenimiento una ponderación de los problemas, necesidades y desafíos del país en el corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, las condiciones históricas concretas del ejercicio de mi derecho están lejos ser transparentes y normales. No es simplemente un día más en la vida de la democracia moderna. Estar sentado tranquilamente pensando en mis posibilidades como elector no es algo que todos mis conciudadanos den por hecho ni tengan garantizado. Además, lo hago por escrito y con confianza en que si alguien lee esta meditación y no está de acuerdo con lo que estoy diciendo, mi vida o mi salud no corren peligro por eso. Pero sé que, si todos los colombianos hiciéramos una reflexión sobre esto de manera pública, todos no tendrían la misma confianza. Tal vez por eso el voto es secreto. El poder que tenemos los ciudadanos en el voto es una fuerza y entra en una dinámica de oposiciones: esas fuerzas se oponen, se recomponen, se equilibran y, también, se desbordan. Pero también pueden convocar fuerzas de otro orden. Muchas fuerzas de ordenes diversos se ciernen sobre la transparencia de este proceso: obstruyen los derechos de unos, influyen sobre los de otros, manipulan los procesos electorales y los canales de la participación ciudadana.

Esta es una campaña precedida por consultas, alineaciones, negociaciones, coaliciones que han estado disponibles para la participación ciudadana. Las elecciones han estado rodeadas por el escrutinio de las redes y los medios, expuestas a un número de debates y discusiones que supera los que puedo recordar en elecciones precedentes. Tal vez esta inflación discursiva, comunicativa, publicitaria, hace que uno necesite poner sus pensamientos en orden por escrito, frenar un poco e intentar saber por qué hace o va a hacer lo que va a hacer. No escribo esto para otra persona ni para influir sobre nadie, si lo publico es para invitar a otros a un ejercicio similar, no para recomendar la decisión que estoy tratando de alcanzar. No se trata entonces de “cantar el voto” sino de reflexionar.

Así como se impone el hecho de que este difícilmente será un proceso transparente y lleno de garantías, se impone también el hecho de que esta es la primera elección presidencial posterior a la firma e inicio de la implementación de los acuerdos de paz. El impulso a esos acuerdos definió la carrera por la presidencia hace cuatro años y determinó las alianzas que lo concretaron. Los choques de esas fuerzas dan mucho que pensar, sin embargo, vale la pena considerar primero el hecho de que, hoy, las FARC no se ciernen como una amenaza armada sobre el territorio nacional y, en principio, la población civil de muchas regiones tendrá un acceso tranquilo a las urnas. Sin embargo, esa antigua amenaza ha sido reemplazada por otra u otras que se manifiestan en los numerosos asesinatos de líderes sociales a lo largo y ancho del país. Esto contrasta con la frágil esperanza que produce saber que no se ha roto la negociación con el ELN en La Habana desde donde se ha anunciado una tregua durante las elecciones.

El factor paz modifica el panorama electoral pero el factor maquinaria mantiene una línea de continuidad en el paisaje, se impone con la fuerza de las costumbres.

El rostro de las maquinarias se muestra con gran claridad, la fuerza innegable del dinero y de las organizaciones clientelistas es tal que desafía las predicciones y las encuestas, opera como un confiado Aquiles seguro de que podrá vencer a la Tortuga del voto de opinión. Sin embargo, la oposición maquinaria-opinión ha cedido su dominio a la distinción derecha-centro-izquierda, que no opera como una explicación de los hechos sino como el relato de una disputa. Está disponible en los medios toda una polémica sobre la existencia del centro, la disputa sobre la identidad del centro, la ambigüedad con la que se ha delineado el perfil de la derecha y la irrupción rampante, poderosa, de una izquierda inquietante que parece sumar un caudal ingente de simpatías populares. Del relato derecha-centro-izquierda ha nacido la narrativa de la polarización (que solamente por analogía puede superponerse a la de la desigualdad social).

La motivación individual de un acto como el voto puede articularse con procesos colectivos. Es decir, un ciudadano puede obrar como parte de un colectivo, puede reconocerse en una fuerza o en un movimiento social o político. Un ciudadano puede asumir su propio ejercicio de la ciudadanía como parte de una acción de muchos en una dirección y con un propósito común. También es posible que el ejercicio democrático individual del ciudadano no opere más que como un aporte a procesos comunes básicos: la conservación de la democracia misma y de sus canales de elección y control político. Esta última es mi posición, no me reconozco en ninguno de los flujos colectivos de fuerzas actuales y deseo ejercer mi derecho como un individuo comprometido con la democracia, pero no con ninguna fuerza.

Probablemente esto sea una ilusión pues esas fuerzas ejercen presiones sobre todos nosotros, sobre nuestros motivos conscientes al actuar y sobre las pasiones más difíciles de reconocer. Estos dos tipos de factores operan en nuestra acción política y en nuestro comportamiento moral. Debo reconocer entonces que, hasta donde lo entiendo, obro como ciudadano independiente y que en mis motivos hay razones y pasiones. Reconozco mi deber de votar y lo cumplo como eso, un deber, es mi responsabilidad y mi derecho hacerlo libremente, para eso reflexiono. Hasta ahí llega mi posibilidad de compromiso con la acción colectiva: no reconozco en las fuerzas o movimientos de izquierda, de derecha o del incierto centro, una dirección de la historia y de esas fuerzas no se sigue para mi ningún imperativo moral de acompañarlas. Mi posición es la más cercana a la del observador (los que me conocen pueden reconocer en eso una huella del pensamiento reaccionario al que le he dedicado varios estudios).

Unas palabras sobre las fuerzas de derecha y de izquierda.

Sobre las fuerzas de derecha se ciernen inmediatamente muchas dudas pues las figuras que las encarnan se encuentran en posiciones tan claramente comprometidas que sus discursos no pueden ser interpretados como verdaderos programas, compromisos o declaraciones de intención, sino como enunciados diseñados para manipular electores y, sobre todo, encubrir una intención básica: la conquista del poder para que los intereses económicos de varios grupos queden protegidos o se expandan. Su agenda no contiene prácticamente nada que conduzca al bien común entendido desde cualquier indicador económico o social que se escoja. Sin embargo, ese es el menor de los problemas con las fuerzas de derecha. El mayor de los problemas de la derecha es el delito o delitos sobre los que su poder se funda. En el caso de Germán Vargas Lleras, para solamente citar lo más cercano en el tiempo, tenemos una larga lista de ejemplos de corrupción administrativa y manipulación electoral. En el caso de Iván Duque tenemos el hecho de que no actúa en nombre propio sino en nombre de Álvaro Uribe Vélez, aún sin considerar el prontuario criminal de éste, el país y la democracia estarían en peligro al poner en la presidencia a un títere de un senador tan fuerte. Las fuerzas de derecha defienden el statu quo de desigualdad, clasismo, racismo, subordinación de la mujer, discriminación de la diferencia, negación de los de derechos de las personas LGTBIQ+ que ha vivido el país desde su fundación con una variante particularmente cruel. Mientras Vargas Lleras encarna la aristocracia, la oligarquía configurada desde los orígenes de la república por un pequeño grupo de familias que dominan el poder financiero y político, Duque y Uribe encarnan la movilidad social de un grupo que acudió a diversas formas de delitos para ganar presencia y poder social y económico, acercándose a la élite sin modificar las desigualdades estructurales: personas que se enriquecieron con el narcotráfico y delitos conexos, con el robo de tierras y delitos conexos, junto a quienes se sirvieron de las fuerzas violentas que esas actividades delictivas tenían y tienen a su servicio. El Uribismo encarna no solamente un egoísmo fundamental fundado en doctrinas económicas delirantes, sino que supone, en sus miembros mejor intencionados, la capacidad de hacerse los de la vista gorda ante una enorme cantidad de crímenes cometidos por personas particulares y por funcionarios del estado que usaron su poder y recursos para favorecerse. No funciona exculpar a esta fuerza señalando delitos similares en la fuerza que se le opone.

Las fuerzas de izquierda han irrumpido de una forma sumamente interesante porque retomaron la plaza pública con entusiasmo y espontaneidad, llenaron las plazas personas que no habían aparecido ahí de forma independiente de la maquinaria. Los temas de la discusión han llamado la atención de muchos, desde la evidente injusticia de la desigualdad social hasta las realidades ecológicas, estos asuntos han sido manejados con una retórica inusualmente eficaz por parte de Gustavo Petro, quien ha recorrido el país movilizando a muchos ciudadanos. Sin embargo, esa retórica tiene una historia muy decepcionante en el manejo político del Distrito Capital: el flujo mismo del disenso en el espacio democrático fue tramitado de una forma muy podo productiva y la retórica que es hoy una fuerza importante estuvo ausente a la hora de alcanzar una gestión eficaz y una articulación de esfuerzos diversos. El argumento de Venezuela, la acusación de populismo, la amenaza de la expropiación son evidentes falacias y no les voy a conceder un pensamiento.

El centro ha sido objeto de una discusión fuerte como concepto y como tendencia política: se lo ha identificado con la derecha, se ha negado su existencia al mismo tiempo que los candidatos y la opinión pública se disputan la posición moderada ante el estigma de la polarización y de los extremos. La campaña de Sergio Fajardo y Claudia López no pudo conservar la idea de moderación, conciliación y sensatez que pretendían sostener en un principio. Al enfrascarse en polémicas sobre la viabilidad electoral de una fuerza alternativa fueron mostrando crecientes contradicciones respecto a sus puntos de partida. El inusitado triunfo de Antanas Mockus con una gran votación en las elecciones parlamentarias hizo que el elemento “pedagógico” de la campaña se convirtiera en el eje de esta. Ese énfasis hizo patente lo poco democrático, lo paternalista, lo moralista que es la plataforma “educativa” de la Coalición Colombia. Debo anotar que la evolución de la figura y la propuesta mockusiana me ha mostrado que el nexo entre práctica política y modificación de la conducta de los ciudadanos tiene componentes que no parten de la mayoría de edad de los ciudadanos. Este no es un problema menor. Además de estas decisiones de estrategia, las posiciones y propuestas de esta coalición son francamente improvisadas: la cuestión de educación puede ser el eje de un plan de gobierno, pero hay que dar cuenta del modo en que influiría sobre los problemas concretos.

Los liberales ¿Qué son hoy en Colombia los liberales? ¿Qué queda del partido liberal tras las mutaciones sociales y políticas en lo que va del siglo? Esto queda para otra ocasión. Unas palabras sobre su candidato.

La negociación del proceso de paz mostró la capacidad de Humberto De La Calle para concertar, explicar, negociar y sostener un punto en la cara de su más claro contradictor. De La Calle tiene una trayectoria liberal clara y ha trabajado en los momentos decisivos del país en los que se ha necesitado una mente política y legal esclarecida. Hay todo un camino de pensamiento liberal consistente en esa carrera y sus dos grandes contribuciones a la historia del país son decisivas: la constitución de 1991 y los acuerdos de paz. Dos grandes problemas obstaculizan a De La Calle y hacen muy difícil que su campaña y su gobierno sean viables o posibles: su apoyo es el Partido Liberal, una institución con gran poder, pero con poca legitimidad, su jefe se ha comportado de la peor manera en esta campaña. Sin embargo, el abandono político ha dado ocasión para que este hombre muestre con plena claridad los principios y la estructura de un estado plural y democrático, principios que deben orientar siempre el ejercicio de la democracia. Junto a esos principios es necesario operar con sabiduría, prudencia, don de gentes, elocuencia que permitan llevar a cabo un programa liberal y democrático en un escenario difícil como el que tenemos delante. El argumento de la favorabilidad política, el argumento de la historia de la conexión entre De La Calle y la clase política tradicional son objeciones que hay que sopesar.

Quedan dos cuestiones: la abstención y el voto estratégico.

La abstención no es una opción para mí, votar es un deber y no tiene discusión. Los ciudadanos no estamos obligados a votar por un candidato, así que, en el peor de los casos, hay que contemplar la opción del voto en blanco. Votaría en blanco si no encuentro un candidato a quien valga la pena apoyar: espero un proyecto democrático, capacidades personales, defensa de derechos, minorías, inclusión. Supongamos que ese es Humberto De La Calle pero que no logra llegar a la segunda vuelta. Esa situación plantea la cuestión del voto estratégico. Es estratégico el voto por un candidato al que en este momento le veo más objeciones que virtudes y por el que no votaría voluntariamente. El voto estratégico dependería de coaliciones y negociaciones determinadas por el resultado de la primera vuelta, la redistribución de las fuerzas y el poder, las consideraciones no serían entonces solamente de orden moral únicamente, se trata de prioridades programáticas o bien, de la necesidad de evitar el mayor de los males.

Tengo claro que le mayor de los males es la llegada de Álvaro Uribe Vélez por interpuesta persona al poder presidencial teniendo en la mano además el poder legislativo. Un posible gobierno de Germán Vargas Lleras sería una página más del dominio de las maquinarias, la desigualdad y la exclusión. Sergio Fajardo no significa para mí un mal de manera inmediata, sin embargo, sus conexiones son nefastas, Enrique Peñaloza, por ejemplo. Gustavo Petro no significa un mal, pero no me produce confianza (y el argumento de clase no aplica, la imagen de la ruptura de la historia me parece insensata). Finalmente, las propuestas de Humberto De La Calle me parecen acertadas, con muy pocas excepciones, creo que un gobierno suyo sería el mejor. Desafortunadamente es lo menos probable, hay que estar preparado para un escenario de segunda vuelta en el que Humberto De La Calle no esté presente. Solamente le temo realmente al escenario Duque-Vargas Lleras, en ese escenario votaría en blanco.