Ni dilema ni debate

A Alejandro Gaviria siempre lo leo con pinzas porque si bien es inteligente y elocuente siempre tiene agenda también. Este caso no es la excepción, la primera parte del artículo construye un hombre de paja, mezcla de ambientalismo e izquierdismo simplones, la segunda expone la cuestión de los dilemas inclinando la balanza hacia los males que no son el virus: las consecuencias económicas de la cuarentena, especialmente en los sectores sociales más vulnerables. Finalmente, al recomendar seguir adelante con precauciones porque la solución está lejos en el horizonte, le da valor al sacrificio de los que inevitablemente tendrán que encarar con sus cuerpos el trabajo de seguir adelante. Antes de concluir y sutilmente, pero con una doble intención, el señor rector nos dice que hay un enorme mal en curso: la suspensión de la educación básica, sin hablar del sector económico al que él pertenece en este momento: la educación superior privada. (Esto es clave porque ahí está su agenda)

Las criticas de Lizeth me parecen acertadas y producto de una atenta lectura del texto de Gaviria y apuntan a un sólo blanco: en los dos miembros del dilema ético la cuestión es de política social: tanto en lo que tiene que ver con enfrentar el Coronavirus como en lo que tiene que ver con lidiar con las consecuencias de la cuarentena. En ambos casos se trata de política social porque en ambos casos las víctimas más expuestas son las más pobres, que se encontraban antes en situación de vulnerabilidad y ahora lo están más aún. Con un agravante: que la urgencia del problema de salud pública parece superar la del problema socioeconómico. Ambos son dos caras de un mismo asunto y se resuelven con decisiones de política social en las que podría o debería priorizarse la atención a los débiles.

Dicho esto, queda la observación de agendas: Liz tiene una agenda crítica con el neoliberalismo y la tecnocracia que en este caso sale bien librada porque expone desde la crítica, pone el dedo en lo que podría cambiarse de la política social. Eso puede gustar o no y habría que ver qué propone luego. Por otro lado Gaviria parece dar un primer paso en una dirección clara: proponer la reapertura del sector educativo en modalidad presencial. Esto me parece que es muy difícil de sostener de forma simple y pone la cuestión moral de una forma tan cruda que rebasa el planteamiento del texto de El Tiempo. Veo venir un siguiente editorial en el que dé un paso adelante y proponga un heroísmo de los educadores que deberemos enfrentar el hacinamiento en el transporte, en los campus, en los salones de clase para preservar la vida del sector educativo, que es visto como un sector económico y no como un servicio socio-cultural.

Antes de publicar el presente texto una voz de crítica amistosa me hizo las siguientes anotaciones:

Si el asunto es levantar o no la cuarentena, no se trata de un dilema. Si se trata de los efectos, tampoco, a no ser que se haga explícita la racionalidad de la cuarentena. Y ahí es donde empieza todo el problema en las discusiones. Es más la retórica del dilema que una situación de dilema. Lo que buscamos con nuestras decisiones ¿es no contagiarnos? ¿o acaso no contagiar a otros? ¿buscamos no enfermar? ¿tratamos de evitar un aumento en las cifras que registran cada uno de estos eventos colectivamente? Entonces el planteamiento de Gaviria parece falaz porque plantea el asunto como si una posición como defendiera la vida y la opuesta la arriesgara.

En este punto es necesario plantear un doble desacuerdo tanto con Gaviria como con Lizeth, porque la posición de ángeles de la izquierda es de una ingenuidad brutal. Suponer una cuarentena indefinida y que toda la plata del estado se vaya a mantener a la gente. Ella habría acertado en algo y precisamente por eso habría una ventaja en verle el lado demagógico a Gaviria sin arriesgar mayor cosa. Yo entiendo y comparto la lucha contras las inequidades, injusticias y violencias estructurales, pero poner su resolución en el momento límite es un error. Es una falsa victimización y compara, lo que para mí son dos registros inconmensurables entre sí.

Esta discusión muestra que, como sociedad, aún no entendemos la racionalidad de la cuarentena, no el imaginario mágico que cada quien le otorga. No sabemos, como cuerpo social, qué es y para qué hacemos lo que hacemos. Parece que no tenemos claro que la enfermedad misma no es un asunto de solución en el corto y mediano plazo y que las medidas que tomamos frente a ella tienen un sentido mientras hagan posible un conjunto de políticas que hagan posible enfrentar su impacto. Ese impacto que se hará mayor en la medida en que demos pasos hacia la reapertura de la economía.

CODA:

Ese mismo amigo me sugirió que sería un toque elegante evidenciar mi agenda y creo que debo, por lo menos, sentar de forma explícita mi posición sobre un punto. Partiendo de que no soy un experto en ninguno de los asuntos que inciden en la política pública. Hablo como ciudadano, como peatón, como empleado, como profesor universitario y padre de familia. Ante las discusiones sobre tecnocracia, democracia y política pública creo que hablar como ciudadano es importante.

Como ciudadano, entonces, no veo que se hayan tomado medidas suficientes para lograr una interacción segura de grandes números de ciudadanos en los espacios comunes, en los medios de transporte y en los centros educativos. Toda la seguridad de la población depende de la conciencia y el respeto con que enfrentemos nuestras interacciones cotidianas en lugares concurridos. ¿Podemos asumir la responsabilidad de mutuo cuidado y de respeto por los otros de la que dependerán de ahora en adelante las vidas de muchos?

En cuanto a las universidades que sufren enormemente con la presente crisis, es probable que dentro de los campus muchas medidas para garantizar la bio-seguridad sean efectivas, pero estas se verán en peligro una vez estudiantes, profesores y empleados tomen el transporte público. Esa consideración requerirá de mucha inteligencia y disciplina social, de una conciencia enorme y gran sentido de cuidado. ¿Cómo vamos a generar esas conductas?

En otro momento tendremos que plantear la cuestión de lo que la presente crisis dice sobre la noción que tenemos de educación y su valor social.

Juan Fernando Mejía Mosquera @juanfermejia