Anotaciones sobre las “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero” de Alvaro Mutis.

Adquirí el libro en 1996, la edición vieja que será reemplazada por la del centenario. Me animé después de ver a mi amigo Álvaro leer con avidez cada una de las novelas según salían a la luz, una por una. Él las leía con amor y cuidado, con voracidad también, conocía a Maqroll por la poesía de Mutis y lo seguía como sólo él sabe seguir una figura, un tema o un autor. Lo vi coleccionar, averiguar, peregrinar, marcar con rituales secretos cada paso de sus gestos piadosos, sus ofrendas a los dioses de la amistad que se encarnan en los libros. Eso recuerdo de mi primera lectura de Mutis, mucho más que la lectura misma. Por eso este centenario era la mejor ocasión para volver al libro.

En La Nieve del Almirante me sentí frente a un Conrad que vivió otros cincuenta años y sumó nuestros ríos a sus paisajes. En esta ocasión, Maqroll se enfrenta al secreto de un mundo oculto al final de un río difícil de remontar, un secreto que se refugia en sí mismo. La novela va construyendo la situación en la que los poderes de la selva chocan con el poder de los dueños del mundo, mientras los menos poderosos defienden sus vidas palmo a palmo entre la humedad y el calor. Maqroll está fuera de su elemento: el mar. En su lugar afronta la navegación fluvial, como pasajero, se encuentra con los indígenas y la selva mientras un amor y un propósito se dibujan, desdibujan y se vuelven a dibujar en la memoria, Flor Estevez. El recorrido lo pone al borde de la muerte por enfermedad. En la recuperación va encontrando las pistas de una compleja situación social y política en la que los militares juegan un papel decisivo. Lo que vemos es dominio sobre los civiles, lo que se insinúa es oscuro, anónimo y tremendo. Hay muchas fuerzas que podrían destruir al Gaviero si no encuentra una forma adecuada de leerlas. Debe entregarse al flujo de los hechos, no resistirlo. La empresa fracasa, pero cada paso enseña a Maqroll a internarse en su propia alma, incluso más al fondo de lo que se interna en la selva. 

Junto a las fuerzas de la selva y del clima, las fuerzas humanas combaten y se cobran sus víctimas, los civiles llevan siempre la peor parte. La pérdida de Amparo María y todas las personas de la finca donde vivía en Un bel morir, una verdadera masacre comienza es uno de los puntos más profundos en que cae el lector que ve cómo escapa Maqroll, con pocas fuerzas y medios, para perderse y morir en la desembocadura del gran río. 

Me parece que un lector de las novelas advierte de inmediato que con Maqroll nos encontramos con un lector de signos que sabe que la existencia le habla misteriosamente, se le anuncia en destellos y señales de un Misterio que permanece insondable. La vida que vivimos es efímera como los instantes que la componen, algunos son oportunidades de escuchar el mensaje de lo eterno que presentimos pero que nunca desciframos. Esto crea en Maqroll la convicción de que la actitud humana más sensata es entregarse al destino y afrontar los cauces que le ofrece a nuestras fuerzas, dejarse señalar un camino sin imponerle designio alguno.

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Esa convicción le sale al encuentro en los labios de  su amiga en Ilona llega con la lluvia.  Cruzan sus destinos  justo aquí en esta Ciudad de Panamá en la que he leído la saga entera. 

Maqroll pasa de una empresa fallida a otra, incluso cuando acierta o gana. Lo que obtiene se disuelve, se regala, sigue el flujo de los viajes, como los barcos que van deshaciéndose y resistiéndose al colapso mientras navegan. No parece haber un puerto final, pero lo hay, sólo que cada cual ignora el suyo. Así llega Maqroll a Ciudad de Panamá, con la liquidación de un barco embargado en el bolsillo, un capital que no va a durar más que unos cuantos días. Sin embargo, Maqroll no ahorra ni planea, va estirando sus recursos hasta que el destino ofrezca una salida, siempre ocurre cuando la ruina es inminente. Esta vez lo hace con un regalo maravilloso. 

En el istmo hay una temporada seca en que la luz es idílica y la temperatura es perfecta, los días nos acogen, termina en marzo (no fue así este año de sequía) y entonces comienza a llover, un rato cada día hasta que en un momento los aguaceros duran mucho y son muy intensos. La ciudad que mira al Pacífico recibe los vientos y los truenos y la lluvia parece infinita. En esos días es difícil hacer negocios y rebuscarse la vida, Maqroll recorre los barrios más difíciles y los más elegantes, la ropa gastada no lo recomienda, pero encuentra un refugio: por fin un bar donde puede beber un vodka pasable y no responder muchas preguntas. Le llevan la cuenta mientras los dólares se van acabando. Es la situación perfecta para que le propongan un trabajo que implica olvidarse de la ley. Este tema es recurrente y muestra una faceta del carácter de Maqroll y sus amigos. 

Si hay una lección en esta saga admirable es esa: una serie de ejemplos concretos de la lealtad y gratuidad de la amistad. No solamente los nexos y las afinidades que la crean y facilitan la convivencia con seres que son, sin embargo, inevitablemente, otros, con quienes la comprensión llega en el diálogo y en el silencio, en la intimidad y en la distancia. El vínculo entre seres que supera el estar vivos o el estar juntos o el poder hablarse. La amistad es paradoja y misterio, intimidad y distancia, el sonido fragoroso de la fiesta y el atento silencio de las revelaciones. Si La nieve del almirante nos enseña sobre la soledad y el anhelo de un amor que sólo se comprende en la distancia; Ilona llega con la lluvia nos propone un reto que solamente podemos comprender en la saga completa: la amistad. 

El primer acertijo es la relación de Ilona, Maqroll y Abdul Bashur quien solamente está en la distancia, pasando dificultades financieras y que a pesar de ello envía un giro a Maqroll que le permite vivir por un tiempo. Algunas de las mejores páginas de Mutis describen este triangulo de lealtad y generosidad que no excluye -misterio para muchos- las relaciones sexuales que se alternan por épocas en las que Ilona se encuentra con uno u otro de los amigos en alguna parte del mundo. 

Estos amigos se extrañan y se presienten, se desean y se ayudan y, sobre todo, se dejan ser, se permiten sus silencios y distancias. El mundo no parece lo suficientemente amplio como para impedir que se comuniquen o se presientan. El mundo completo, tal como era cuando los barcos eran el principal medio para recorrerlo. El mundo que se revela siempre en la memoria y en las evocaciones nostálgicas de Maqroll, en los relatos de las aventuras amorosas y comerciales de Ilona y en los sueños navieros de Abdul Bashur. El mundo con sus puertos y sus razas, sus comidas y bebidas, sus conflictos y sus misterios. 

No deja de aparecer en cada evocación, anhelo o decisión, un mundo que los personajes llevan consigo porque lo han vivido pero que también se construye sobre el mapa de las lecturas, las obsesiones históricas de Maqroll siempre están presentes. El mundo de los marinos fue también alguna vez el mundo de los guerreros y los aventureros que forjaron imperios en los que las vidas se vivían de otro modo. 

La bolsa de marino de Maqroll siempre contiene volúmenes raros de recuentos de momentos decisivos de la historia que no resultan del todo claros y sobre los que el Gaviero no deja de meditar, como si esos escenarios históricos contuviesen alguna clave para la existencia de quienes navegan un mundo distinto y, sin embargo, agobiado por las mismas fuerzas y las mismas enfermedades. 

Ciudad de Panamá es un lugar en el que resulta imposible no tener presente el mundo entero permanentemente. Incluso antes de la existencia del Canal esta tierra servía de punto de encuentro, de forma de tránsito entre el sur y el norte, entre el Atlántico y el Pacífico, entre Europa y Asia, entre el Caribe y las Américas. 

Desde las culturas de pescadores que decidieron quedarse mientras oleadas de exploradores se adentraban en lo que iba a llamarse luego América del Sur hasta las tribus que aprendieron a vivir en los archipiélagos de Guna Yala en tiempos modernos. Desde los conquistadores que transportaron la plata del Perú y las perlas de Contadora por sus ríos y caminos hasta los migrantes de todo el planeta que cruzan el Darién que se creía inexpugnable y que no será el obstáculo más difícil que enfrenten en su camino hacia una vida digna. 

Panamá ha sido siempre un lugar de paso y tiene la idiosincracia de los cruces de caminos. Las diferencias entre los que nacieron aquí y los que vienen de paso es obvia y se mezcla con otras muchas maneras de hacerse un lugar y una vida en la ciudad, porque están los hijos de los que vinieron de todas partes a construir el Canal o a trabajar en él, las colonias de todos los pueblos que se asentaron a comerciar con todo lo que puede venderse en la tierra, los flujos de empleados y negociantes de todas partes y las personas que a todos ellos les sirven los tragos, les dan de comer, limpian sus casas, tocan la música en sus fiestas o se acuestan con ellos en las noches solitarias. Si se considera que nunca han sido tantas personas numéricamente hablando, la variedad de los tipos humanos resulta aún más asombrosa. La mirada y la sensibilidad de Mutis se hacen palpables cuando Maqroll da cuenta con pequeñas observaciones del modo de ser de la ciudad que Ilona llega con la lluvia muestra en todos sus niveles sociales, en todos su barrios, con lo más dulce y lo más difícil de la vida. 

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Panamá es el topónimo más frecuente en las siete novelas. A lo largo de la lectura tuve que buscar muchos nombres de ciudades de todas partes del mundo para comprender de qué lugar estaban hablando los personajes. Con nombres castizos o nombres locales, nombres antiguos y nombres modernos, Mutis nombra el mundo a lo largo de toda la serie de relatos. Pero, curiosamente, me parece, se abstiene de nombrar a Colombia como nación a menos de que sea absolutamente necesario referirse a ella de ese modo. Yo conté tres veces en las 717 páginas. 

Recuerdo el relato, en voz de Mutis como narrador y no del Gaviero, el episodio de la organización de un almuerzo de autoridades políticas en nuestro inconfundible puerto del pacífico, en el que, además, me parece ver retratados a varios personajes de la política colombiana de mediados del siglo veinte, un tiempo que coincide bastante con la violencia que aparece en otros relatos. Colombia está en la obra de Mutis de forma inconfundible y al mismo tiempo tácita en la mayoría de los casos, mi país, dice Mutis y solamente hablando de sí mismo hasta que se permite dejar el nombre sin mayores indicaciones. 

Esto contrasta con su destreza al hablar de las regiones y los lugares, las ciudades, los ríos, las selvas y los páramos colombianos, las minas y los cafetales, todo está ahí con sus comidas y sus bebidas. Mutis parece estar más cómodo hablando de lo local concreto que de lo político abstracto. También veo aquí una voluntad de resultar legible más allá de la frontera con una estrategia: aludir más que mencionar, hasta donde es posible. Maqroll tiene un dudoso pasaporte chipriota que lo pone en una especie de limbo migratorio que le permite moverse por el mundo como si nadie le pudiera negar la entrada, su peculiaridad lo hace sospechoso y también lo salva en más de una ocasión. La nacionalidad es entonces un trámite, no es allí donde residen las señas de identidad de un individuo.

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Cuando se trata de describir un individuo en particular, aunque me parece que los ejemplos más claros podrían encontrarse en las descripciones de las mujeres, las dos voces de Mutis: Maqroll y el narrador hacen observaciones sobre la forma de partes del cuerpo, los gestos que le son propios e inmediatamente una evocación a un grupo étnico o cultural, y a una obra de arte. Esta fórmula no es exacta ni se repite siempre del mismo modo, sin embargo es una constante. Así, por ejemplo, Abdul Bashur y sus hermanas, especialmente Warda en La última escala del Tramp Steamer, evocan de distintas formas las virtudes y la belleza de los pueblos mediterráneos y del Medio Oriente, que Mutis siempre llama “levante”. Los perfiles, la frente, el talle pueden evocar el espíritu de un pueblo para estos personajes que han conocido el mundo viajando y constatando diferencias. Cuando comencé a notar esta recurrencia en la construcción de las frases de evocación pensé que Mutis la había concebido como prueba de la superioridad del viejo mundo sobre el nuevo. Los arquetipos que se repetían en las culturas y pueblos de Europa entregan a los pobladores de América una historia llena de peligros. Cada signo se convierte en un elemento luminoso que explicaban el origen humilde y privado de cada gesto. Lo que llamamos raza es una resonancia magnificada de lo mismo, el arte lo persigue y veces logra hacerlo visible y memorable.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            

Las lecturas de Maqroll son tan peculiares como su forma de escribir. Los temas no son sorprendentes inmediatamente pero resultan sorprendentes cuando descubrimos el carácter de sus lectores. Un viejo marinero que recorre el mundo cargado con muy pocas posesiones escoge acompañarse de ediciones bellas y antiguas de ciertos libros sobre ciertos asuntos incita la curiosidad. 

Cuando el narrador encuentra en un ejemplar de Enquete du prevost de Paris sur l’assassinat du Louis Duc D’Orleans unas páginas de su puño y letra, garabateadas en facturas, papel con membrete de un hotel o de cualquier dependencia oficial podemos preguntarnos si este personaje no podía sumar un pequeño cuaderno a sus pertenencias … pero si así hubiera sido sus páginas no tendrían por qué llegar a una librería de viejo en el barrio gótico de Barcelona donde las encuentra el narrador. La mezcla de voluptuosidad y ascetismo de Maqroll se muestra en esto y se mantiene consistente en todos los aspectos de su carácter. Sus palabras y comportamientos muestran una mezcla de prioridades que desentona con los valores de un mundo dominado por convenciones absurdas.

Para un marinero que ha vivido entre puertos toda la vida las tierras y los paisajes se identifican con rostros y rasgos de los cuerpos, con aromas y comidas, pero se hacen plenamente comprensibles cuando son evocados en conexión con una obra de arte en particular, con un estilo o escuela, con un modo de ser. Maqroll parece creer en tierras y razas pero las divide y clasifica a un nivel tan local que la categoría bien podría sobrar. En el mundo de Maqroll un conjunto de categorías se asocia con una tierra y con un pueblo que nace y crece en una región, este luego se evoca en virtud de semejanzas o contrastes con obras de arte y también con sus contrapartes latinoamericanos. En esas evocaciones se puede sentir que hay un polo paradigmático en la relación, que existe una jerarquía entre las partes, que la versión del viejo mundo es superior de alguna forma. 

Esto se hace más evidente cuando se contrasta con la descripción del cuerpo y los gestos de una pareja de indígenas en La nieve del Almirante. Con los indígenas las posibilidades de la evocación se detienen. Como la selva, estos cuerpos son un límite casi insuperable, una intrusión en la selva o en sus cuerpos implica contagio y enfermedad, Maqroll aprende sus más profundas lecciones en la lucha de su propio cuerpo por sobrevivir a la enfermedad que ha recibido en una relación sexual con una mujer indígena. Lo que se aprende en esta experiencia del límite es precisamente lo misterioso y lo terrible, lo insondable y lo invencible de las fuerzas que no dejan de resistir a las embestidas del mundo industrial. 

Maqroll vive en medio de un cambio tecnológico, su oficio de Gaviero, su nombre y vocación, perviven en lo que parece ser la segunda posguerra mundial, un época de radares y viajes aéreos. En Amirabar, Maqroll persigue su aventura minera lavando el material de la mina a la manera artesanal. Maqroll insiste en buscar trabajo en los cargueros que están a punto de morir y ser reemplazados por una generación completamente nueva de naves mercantes, Maqroll acompaña los sueños de Abdul Bashur tras una nave perfecta de una época que ya no existe. 

Más lejos aún están los referentes de su carácter, su héroes o sus personajes admirados. Junto a ellos, los hombres de este tiempo, el tiempo de las Empresas, se hunden en un pantano de vanidad. Se trata de las referencias que atravesaron la mente de un joven que nació hace cien años y sin embargo nos tocan hoy. Cuando sumamos un siglo a esa distancia, aún hoy, las conjuras y las traiciones de entonces pueden embrujarnos y distraernos de las que nos afectan directamente. 

Maqroll era otro tipo de hombre y Mutis otro tipo de escritor. Pertenecen cada uno a una manera de vivir la masculinidad que puede ser cuestionada como cada masculinidad canónica de aquí en adelante; los lectores tendrán que analizar cada una y encontrar la mejor manera de penetrar sus misterios y contradicciones, de juzgar sus errores y de conceder sus aciertos y aprender de ese proceso.

 Este tipo de preguntas no se me ocurrían en los noventa cuando aparecieron las novelas y desde ellas me remití a su poesía. Esta pregunta sobre la masculinidad y la figura del escritor es interesante, me gustaría encontrarla desarrollada con cuidado, con agudeza, quisiera darme la oportunidad de examinar a mis héroes de la literatura colombiana desde esa perspectiva. Creo que se ha hecho con García Márquez. qué pasaría, me pregunto, si lo hiciera con Gómez Dávila, otro de los amigos íntimos de Mutis, por ejemplo.

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Leer a Mutis da la impresión de estar en una fiesta o una comida en casa de un gran anfitrión jovial y de generosidad infinita, que nos acoge para celebrar que hay vida y amistad, a pesar de todo. Esta forma especial de amistad es uno de los grandes temas de la saga de Maqroll.

 Abdul Bashu, soñador de navíos, la historia debida al amigo, el narrador debe contarla de tal forma que con todas sus acciones , decisiones y silencios , muestre a otros su grandeza y su misterio, asumiendo la suma de sus contradicciones. Todos le debemos una historia similar a las personas a las que hemos mirado con amor, en las alegrías simples y en las penas insuperables.

En el Tríptico de mar y tierra hay tres rostros simultáneos de Mutis narrador, tres modos de ser del alma que conviven y se despliegan toda la vida, con tiempos y énfasis distintos. 

Uno es el amigo perplejo ante la decisión del otro de quitarse la vida. Un respetuoso silencio recibe la despedida de quien, por fin, ha encontrado la entereza de asumir un destino cuya visión implacable muestra la única salida, la que todos buscamos posponer, la que de todas maneras encontraremos, o nos encontrará a nosotros. Cita en Bergen.

La voz del narrador adquiere un tono especial cuando crea la situación para escuchar el relato de Maqroll en que se cuentan las hazañas desbordadas, hazañas de la mente y las pasiones, en Razón verídica de los encuentros y complicidades de Maqroll el Gaviero con el pintor Alejandro Obregón. Aquí, la fuerza vital del pintor asombra a Maqroll cuya propia fuerza vital asombra al Mutis narrador. La intensas pasiones y la entrega total al destino de la que es capaz Obregón no la tiene ningún otro personaje. No hay que conocer al pintor real en que se basa la historia, no es necesario haberse embelesado ante sus lienzos para ser seducido por este pintor místico que recibe una especie de iluminación en una aventura erótica que luego se transforma en un viaje pictórico. El reto está en el pintor imaginado que exige un paso más de los que Maqroll había pedido ya de nuestra imaginación. El viaje concluye y las obras se pierden, no puede ser de otro modo, pero la vida contada, la vida imaginada y magnificada por la admiración queda y se replica.

Obregón significa alegría de vivir, potencia de ser y de hacer, más allá de las obras, de su posesión, de su valor o de su utilidad. Ser en la sensación, maestría en la voluptuosidad y en la entrega a lo que traiga el destino. Hasta los últimos detalles, como los que registra Mutis al señalar la férrea disciplina de los buenos bebedores, la generosidad sin término de los que saben hacerse amigos siendo anfitriones. Casi un chamán, casi un santo, el Obregón de Mutis es un hombre feliz.

 Nuestros amigos y sus trances son los mitos que contamos ante los altares paganos en los que les rendimos culto con recuerdos e historias. Mutis ha rendido ese culto a Obregón y García Márquez, a sus amigos poetas, a Gómez Dávila y a Ernesto Volkening, también a sus familiares. La escritura de cada parte de la saga es, también, un gesto íntimo.

En Jamil, el panel final del Tríptico, la amistad le abre a Maqroll una dimensión de la vida de la que se creía libre, una forma de amor que no estaba en su horizonte ni en sus planes. La amistad nos conduce a la experiencia del don, de la alegría de dar. El don con toda su belleza engendra entre los humanos la deuda, esta no tiene necesariamente una connotación negativa, la deuda y lo debido nos marcan un camino y nos comprometen. El intercambio sin cuentas de los dones de la amistad entre Abdul y Maqroll los convierte en deudos y esto trae un compromiso, Maqroll estará en posición de asumir las responsabilidades y los vínculos de Abdul. 

La historia de Jamil es la del más profundo de los vínculos: ser para un niño huérfano la imagen o la memoria de del padre, convirtiendo al niño en lo que fue su padre: el amigo sin par, aquel que no tiene que pedir ni preguntar para recibir una entrega incondicional. Maqroll no se hace padre adoptivo sino amigo de un niño y esto lo cambia para siempre. Cambia su actitud ante la vida y el destino e introduce la luz y la esperanza donde nunca habían estado. La melancolía de su alma trabajada en la tarea de mirar el horizonte, se rompe y se abre para contemplar una vida que crece, una conciencia que despierta al mundo. Jamil saca a Maqroll de su retiro y le da una temporada para vislumbrar otra vida.

Jamil llega a ser también maestro de su maestro. Maqroll descubre su capacidad de cuidar al hijo de otro, de escucharlo y de guiar al que necesita ser guiado en el mundo, pero este termina orientándolo en el amor y en una moral de la aceptación completa de la vida, que resulta ser casi la otra cara de la moral de la plena aceptación desinteresada del destino que había expresado Ilona. El niño amigo introduce el cambio intempestivo cuando Maqroll creía que todo en su vida estaba resuelto. La vida se abre una vez más, hay un nuevo sentido en las empresas que no culminan. 

Antes de Jamil, Maqroll parecía haberse entregado a la última espera, la de la despedida final de la que había hablado tantas veces, a la que tantas veces había escapado, en mar y en tierra. Ni los naufragios, ni las tormentas habían podido llevárselo , las riñas y los robos, las borracheras y las cárceles no habían podido romperlo definitivamente. Las noticias sobre su abandono ante la sed y el hambre en el planchón que lo sacó de La Plata habían resultado falsas para los que lo querían. Maqroll encontró siempre la manera de seguir. A veces vivir no es otra cosa que no desfallecer, seguir viviendo y no permitirse claudicar. Que no es lo mismo que no darse por vencido y Maqroll lo enseña muy claramente, pues había comprendido que su vida era una constatación, una reiteración incluso, de la derrota.  Pero Maqroll continua, pese a todo.

 Las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, nos muestran lo que vence frente al tiempo y frente al mundo , y lo que no puede ser jamás derrotado. El Gaviero se entiende a sí mismo en sus afinidades y curiosidades, y en una inquebrantable  fidelidad al ser auténtico de ciertas formas de vida, no a una lista de principios. Tiene una ética férrea y una consecuencia moral fundamental, una apertura sin reservas a la experiencia del mundo que recoge con sensualidad generosa.  Esa ética no le obliga a cumplir las leyes de los estados ni a acatar siquiera las indicaciones policiales.

Esa misma ética le impide instalarse a gusto en un sólo lugar del mundo y conformarse con sus costumbres, mimetizarse con las satisfacciones del mundo burgués, el de las novedades que no dejan de aparecer como si fuera necesario borrar el pasado con una capa de barniz de progreso y comodidades. Resulta divertido el pasaje en que Maqroll y su amigo quedan atrapados en aquel puerto inglés construido para convertirse en estación veraniega de la clase media. Un espectáculo que solamente puede producir asco en el Gaviero.

Maqroll no sabe manejar dinero ni poseer bienes, confía en algunas pocas personas y ellas pueden contar con él sin condiciones. Esa individualidad lo lleva a ponerse en las manos de sus amigos, a seguir sus planes, pero también a cambiar de sus hábitos y abrir un lugar en su vida personal para el hijo de su amigo muerto,  Abdul Bashur.

Maqroll descubre así una parte de la vida vida que no conocía y no pensaba llegar a conocer por voluntad propia: la afirmación vital que significa atreverse a cuidar un niño. Maqroll se había negado a planear la vida, eso que se le da tan bien a los burgueses y a los empleados. El cuidado del niño irrumpe sin posibilidad de decir no. Maqroll se entrega a este acontecimiento que la vida le regala. Aunque sea precisamente la forma en que ha enfrentado todas sus empresas, la dirección en que esta lo conduce es para él inimaginable.                                                                                                                                                                                                                                                            

Ahora los lectores sabemos que toda noticia sobre la muerte de Maqroll sólo puede ser dudosa y que el conocimiento de su vida será siempre parcial, que sus aventuras continuan en nosotros…