Colaboración de Adriana Roque
Es difícil decidir por dónde comenzar a responder a este artículo. Digo por dónde, porque un escrito plagado de prejuicios basados en una serie de lugares comunes, de poca investigación y de parcialidad institucional como este, realmente dificultan la tarea. Richard Tamayo preguntó: ¿quién o qué es Arcadia para plantear tal pregunta?, que podemos leer como quién o qué le otorga a Arcadia una investidura portadora de una soberanía tal para violentamente imponer sobre los agentes filosóficos esquemas generalizantes y definitorios de aquello que deben ser. Quién o qué exige qué o cómo; en últimas, también, a quién o a qué responden. Esto también se entiende como: quién o qué pregunta qué y cómo estableciendo cuáles condiciones para determinar qué tipo de respuesta.
Porque hay que aceptar algo: partir del cliché de la torre de marfil para definir el hábitat de quien filosófa es meter al objeto de discusión en un círculo vicioso, es obligarlo a ser el perro que se persigue la cola, es convertirlo en la pelota de tennis en un partido entre Federer y Nadal. Digo esto porque es una pregunta que supone, que pre-determina su respuesta. No preguntan dónde están los filósofos como quien pregunta dónde queda una dirección; es decir, no preguntan para encontrarse con las múltiples caras del hacer filosófico, sino que formulan una pregunta según una respuesta ya articulada.
Asumimos, como punto de partida, que la filosofía -cosa extrañísima que no nos hemos tomado la tarea de acoger porque es algo muy complicado y en un mundo en el que llueve tanto, en realidad, para qué entenderlo, para qué pensar; razón por la cual asumimos que libros como “Cómo cambiar tu vida con Proust” son el ejercicio filosófico consumado por excelencia- [asumimos que la filosofía] no “se muestra” en el “espacio público”, porque no tiene nada que decir, dado que se trata de unos personajes rarísimos que decidieron dedicarse a escribir diatriba tras diatriba, quién sabe por qué razón, y qué mejor lugar para hacer eso que una torre de marfil. Entonces, dado que ya les hemos dicho que, para comenzar, no tienen nada que decir porque lo que tienen que decir en verdad nada dice ni hace -esa es la esencia de sus diatribas-, iremos a tocar en la puerta de las torres de marfil, o quizás mejor cabañas de madera, que les hemos construido a preguntarles por qué diablos es que no dicen nada, por qué es que no salen de su confinamiento. Dado que ya tenemos clarísimo cómo vamos a responder la pregunta, también tenemos clarísimo a quién acudir. Pero olvidan que los han cercado antes de cercar sus propios pre-juicios, su horizonte interpretativo.
Pero disculpen, les voy a aterrizar la metáfora: el problema de la filosofía siempre ha sido el de la visibilidad. De la filosofía en cuanto es algo que se pregunta, de la filosofía en cuanto que se le reclama invisibilidad. Mi uso de la torre de marfil -que prefiero pensar como cabaña de madera para darle más melancolía al lugar común- se refiere a las restricciones de visibilidad que se le imponen a la filosofía: ella y por lo tanto sus agentes están condicionados previamente a no aparecer, dado un pre-establecimiento de 1) aquello que sea filosofar, 2) su representación institucional (esos nombres grandotes, muy bien seleccionados que ponen en la portada), 3) lo que sea el “espacio público” en el cual no se muestran (compartido por igualmente grandes personajes como Enrique Santos Claderón y Mavé), y además 4) lo que sea su espacio propio en el cual, de cualquier manera, también parecen ser incompetentes.
Vamos entonces por puntos:
1) no pretendo definir la filosofía, actividad como muchas inasible, pero sí puedo decir que su ejercicio visible y tangible se muestra como un acercamiento crítico a lo real, sea esto una situación, una persona, un discurso, una idea. Cosas todas muy reales, cosas todas muy performativas. Sócrates nunca deja de preguntar.
2) Los señores de Zubiría, Parra y Sierra merecen mucho respeto como académicos consumados, pero dudo en este momento de si se respetan a sí mismos anulando su propia existencia y demeritando su propio trabajo como docentes. Por otro lado, el artículo denota una falla en la investigación fuerte: ¿dónde está el grupo de investigación de filosofía de la guerra de los Andes, con personas como Maria del Rosario Acosta, Carlos Manrique y Juan Ricardo Aparicio que, créanme, piensan mucho en Colombia? ¿Dónde están los Jueves de la Filosofía de la Biblioteca Nacional, espacio que en vez verse anulado debería poder quejarse por la falta de asistencia de “la gente”? ¿Dónde están las interminables listas de publicaciones de las universidades del país? ¿Dónde está también el nombradísimo filósofo colombiano Guillermo Hoyos quien detenta en su haber el haber sido chuzado por el DAS, certificado en este país incuestionable de participación en la vida política pública? Y esto pensando únicamente en Bogotá. Dónde están en su artículo, señores de Arcadia, preguntamos nosotros. Si, además, quizás el autor se hubiera tomado el tiempo que se tomó revisando los infinitos blogs y CV de personas en otros países, si se lo hubiera tomado buscando blogs de este tipo en Colombia, se los aseguro, hubiera encontrado muchos.
3) a qué espacio específicamente convocan a los agentes del pensamiento crítico, no queda claro. Primero parece ser que se quejan del filósofo al que ni le interesa publicar artículos, lanzarse al ruedo en congresos, alimentar la filosofía en colombia. El último si acaso fue Estanislao Zuleta. Irrespeto, por demás, con el maestro Zuleta. Pero después el punto no es ese; después el punto es que no están discutiendo en los noticieros, que no tienen blogs, que no se autopublican. Las razones para disentir respecto de esto, ya las nombré en el punto anterior. Entonces nos dan ejemplos de filósofos ‘de formación’ que optaron por la vida pública, desdeñando ‘la verdadera actividad filosófica’ (qué sea eso, tampoco lo aclaran): Enrique Santos Calderón, Mavé. Y después ejemplos internacionales de personajes que detentan títulos de libros tales como “Dexter and Philosophy”, “Ipod and Philosophy”, “¿Por qué toman alcohol los jóvenes?”, “Qué es ser buena persona” y “Ganas de vivir”, entre otras. Entre la propaganda pro establishment y el tarot, y la superación personal de medio pelo y la filosofía del caucho para agarrarme el pelo como opciones de espacio público que otorgan visibilidad y voz, creo que se sobreentendería si dijera, parafraseando a Heidegger, que los filósofos han huido del espacio público. Un mínimo esfuerzo de investigación mostraría la importancia de la opinión en sus respectivos países de figuras como Jacques Rancière, Alain Badiou, Rüdiger Safranski, o Peter Sloterdijk. También, ellos están en unos espacios que piden su opinión, porque la respetan y ella ayuda a comprender los sucesos que afectan sus vidas. Que El Tiempo compre artículos de Umberto Eco no es responsabilidad de quienes aquí filosofan; es sólo una muestra de lo que al establishment le interesa que se muestre. Es una muestra de a quién y sobre qué preguntan. Si quisieran, los medios podrían quitarle el ‘mute’ al televisor en el que ven, cual si fuera un circo, a los filósofos gesticulando.
4) Ciertamente intentan preguntar con cierta nostalgia, dónde están cuando tanto los necesitamos. ¿Sí? ¿Por qué los extrañan? Por su capacidad de pensamiento crítico, claro está. Y esto necesita, como todo, un espacio. El espacio de la academia (aunque ciertamente el ejercicio filosófico no se limita a ser académico, cosa que también olvidan distinguir). Pero se quejan de que estén en la academia: en realidad, nos vale madres lo que hagan en la academia, los necesitamos aquí y ahora para que hagan algo que valga la pena, algo con efectos, algo por su patria. La producción es poca y ni la vemos. Pero ya nos habíamos quejado de que se la pasan divagando sin razón; sin embargo también nos quejamos de que no divulgan sus divagaciones (así sea sobre un iPod, pero por Dios santísimo, escriban algo). Nada más entre 2000-2010 hay por lo menos 50 libros publicados a nombre propio (no son compilaciones ni memorias de inútiles congresos sobre Kant) solo en Bogotá. Supongo que ponerse a buscar eso es mucho trabajo.
Nos damos cuenta ahora de que, en realidad, son los argumentos esgrimidos para ponernos en problemas los perros intentando morderse la cola.
Si yo fuera a escribir un artículo preguntando por la filosofía en Colombia, ciertamente no preguntaría “¿Dónde están los filósofos?”, preguntaría: “¿cómo estamos viendo, que no aparecen ante nuestra vista los filósofos?”